Woolf, Daniel. “Disciplining the Past: Professionalization, Imperialism and Science, 1830-1945”. En A Concise History of History. Global Historiography from Antiquity to the Present, 196-217. Cambridge: Cambridge University Press, 2019. [traducción al español para uso exclusivo del curso]
Nota explicativa:
El significado de la palabra ‘historia’, cuando se usa en inglés y no se explica o aclara en otro sentido, debe tomarse en el sentido de las formas en que se recobra, piensa, habla y escribe del pasado (pero no la evidencia que se usa para su construcción). ‘Historia’ (el patrón acumulado de eventos para aquellas personas que han creído que tal patrón ha existido y que es comprensible) se escribirá con mayúscula para diferenciarla de los usos más convencionales, recién explicados.”
‘Historiografía’ es la historia de cómo se ha escrito, hablado o pensado sobre la historia misma durante muchos milenios y en una amplia variedad de culturas.
** Clío: la musa de la historia en el Parnaso, y su función era la de mantener vivo el recuerdo de los acontecimientos que debían permanecer en la memoria de las gentes.
Para Nietzsche, que conocía muy bien las ambigüedades de las fuentes, el historiador no puede, en ningún caso, representar el pasado objetivamente, ya que él mismo está poseído de valores que lo impulsan a estudiar una cosa en lugar de otra, y también está sujeto a motivos e impulsos psicológicos, a menudo inconscientes, que filtran su pensamiento en direcciones particulares. Además, una objetividad absoluta en la historia no sería muy útil, si fuera realmente posible, porque cada individuo debe ser libre de extraer lo que necesita de la historia para enfrentarse a la vida, la cual solo experimentan los individuos subjetivos.
¿Imperialismo historiográfico? El impacto de los métodos y modelos occidentales más allá de la euroesfera
Los propios no europeos abrazaron con entusiasmo (al menos inicialmente) los métodos históricos occidentales. La leyenda, el mito y el error debían ser desarraigados y extirpados de los relatos del pasado, y la crítica rigurosa debía aplicarse a la evidencia en preparación para narrar una historia de marcha hacia adelante. Europa, después de siglos de debate sobre la mejor manera de estudiar y escribir sobre historia, parecía por fin haber puesto su propia casa en orden, imponiendo ‘disciplina’ al estudio del pasado con el advenimiento de las prácticas académicas rankeanas, la secularización del aprendizaje histórico y su institucionalización en universidades, revistas, libros de texto, sociedades científicas y reseñas de libros.
Uno de los primeros comentaristas coloniales en escribir sobre la historia de la India, aunque sin haber puesto nunca un pie en el sur de Asia, fue James Mill (1773-1836). Producto del sistema educativo escocés, Mill también fue un estrecho colaborador del utilitarista inglés Jeremy Bentham, y padre del más famoso John Stuart Mill. La historia de la India británica engendró un siglo de historiografía imperial e influyó en la política colonial de manera bastante directa. Su misma falta de profundidad y de investigación original la convirtieron, paradójicamente, en la herramienta ideal para explicar el colonialismo en la India. Los británicos habían introducido en la India la noción de que existe una forma moderna y correcta de narrar el pasado, derivada de los modelos europeos y con el Estado-nación como su centro y, de ese modo, empoderaron la conciencia nacional india.
África fue la otra gran masa territorial que los colonizadores europeos creyeron (erróneamente, como en el caso de la India) que era deficiente en literatura histórica. La importación y adopción de métodos y enfoques europeos en regiones colonizadas como la India y África a menudo se produjo a costa de marginar o erradicar por completo las formas indígenas más antiguas de conocimiento y escritura histórica.
A lo largo del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, los administradores europeos enviados al sudeste asiático introdujeron al público europeo a las historias de las nuevas colonias, al tiempo que comenzaban el silencioso proceso de explotar, a la vez que marginaban, las historias indígenas que debían usar como fuentes. Al igual que en la India, las élites locales fueron finalmente cooptadas en el uso de géneros occidentales.
En Oriente Medio, donde las potencias occidentales y el Imperio otomano compitieron por influencia durante el siglo XIX, se desarrolló un proceso comparable de occidentalización historiográfica.
Con la presencia europea se había producido el declive de los ‘ulemas’, la comunidad transnacional de eruditos religiosos que había influido en la escritura histórica del mundo musulmán durante siglos, muchos de ellos polímatas y pensadores científicos más que exclusivamente historiadores. Su lugar sería ocupado por una clase ‘burguesa’ (médicos, abogados, periodistas), a menudo de fuerte orientación occidental y heredera de la visión medieval de la historia como una rama del adab o de las bellas letras, en lugar de una sierva de la religión. Las tendencias nacionalistas y seculares también se estaban sintiendo en el Islam no árabe, y en ningún lugar con más fuerza que en la propia metrópoli imperial del Islam, la Turquía otomana, donde las tradiciones más antiguas de escritura histórica habían sobrevivido durante el siglo XVIII y hasta el XIX.
Sin embargo, al igual que en Europa, el valor de la historiografía académica no fue aceptado universalmente. La experimentación japonesa proporcionaría a la historiografía occidental un puerto de entrada al resto de Asia Oriental. . Los cambios más dramáticos en la historiografía de Asia Oriental, sin embargo, se sentirían en el hogar mismo del confucianismo, y coincidieron con las últimas décadas de la dinastía Qing y del propio imperio. A principios del siglo XIX, además, los historiadores chinos estaban empezando a aceptar la noción de que la organización del pasado que seguía principalmente líneas dinásticas podía ser abandonada, o al menos era posible apartarse de ella. China había sido uno de los principales contribuyentes a la cultura del mundo durante miles de años, pero su historia ‘nunca había sido narrada históricamente’, ya que el descuartizamiento del pasado del país a lo largo de líneas dinásticas lo había oscurecido (Liang).
Las mujeres y la empresa histórica, 1800-1945
El número de mujeres que escribía historia popular y biografías aumentó después de 1800, y para 1900 las mujeres habían comenzado a ingresar a la emergente ‘profesión’. La resistencia que encontraron allí fue formidable. Fuera de las universidades, las mujeres estaban dejando su huella de diversas maneras, incluida la organización de salones intelectuales, tal como hicieron las esposas de Ranke y Augustin Thierry. La historia social y de la familia proporcionó una salida fácil para los intereses históricos femeninos, igual que hicieron el entorno físico del hogar y la fábrica. En Europa y América del Norte, las mujeres comenzaron a obtener títulos de PhD en historia a principios del siglo XX. Dentro de las universidades, la historia económica, ya bien establecida como una sólida alternativa a la historia política, resultaría especialmente atractiva para las mujeres. Ciertamente, para el final de la Segunda Guerra Mundial había más mujeres activas en la escritura histórica que en prácticamente todas las épocas anteriores juntas, y algunas eran especialmente prominentes como autoras populares fuera de la academia. Sin embargo, este éxito se distribuyó de manera desigual y las mujeres siguieron siendo ciudadanas de segunda clase dentro de la profesión, algo que se confirma al examinar las distribuciones de género de cualquier departamento académico de historia hasta la década de 1960.
¿Una crisis del historicismo? Principios del siglo XX
El consenso alcanzado en el siglo XIX sobre el estatus de la historia, su función social, su superioridad epistemológica y su metodología era a la vez laxo y frágil. Incluso dentro del pensamiento histórico alemán, tan a menudo asociado con un papel prescriptivo tanto para Europa como para el resto del mundo, ya existían importantes fisuras teóricas y metodológicas. Unas décadas más tarde tres cosas habían sucedido: primero, dentro de la profesión académica se había cuestionado la prioridad de la historia política y la centralidad del Estado-nación; segundo, se abrió la puerta a una multiplicación aparentemente interminable de especializaciones históricas y grupos de interés ideológico (el proceso de ‘fisión’ al que se aludió anteriormente); tercero, el estatus de la historia como disciplina unificadora de las ciencias humanas había sido rechazado decisivamente, junto con cualquier ilusión que quedara de que el conocimiento del pasado pudiera ser alguna vez perfectible o, para algunos –en un aparente retorno al pirronismo del siglo XVI– algo más que una ficción.
El ensayo de Becker de 1932, ‘Cada hombre su propio historiador’, se propuso demostrar no tanto que no hubiera hechos históricos fiables, sino que la ‘historia’ es hecha por la mente perceptiva que recuerda acontecimientos, que cualquier individuo puede pensar históricamente sobre sucesos pasados –ordenándolos en una secuencia significativa–, y que cualquier relato de este tipo es, por lo tanto, potencialmente historia (algo que para una mente de principios del siglo XXI puede parecer de sentido común).
El representante más distinguido e influyente del idealismo (no el de Hegel o Kant), fue el filósofo e historiador italiano Benedetto Croce (1866- 1952) En su célebre observación de que ‘toda historia es historia contemporánea’, Croce no quiso decir que todos los acontecimientos pasados son literalmente presentes y coetáneos, sino que cada generación debe de seleccionar y ordenar su pasado sobre la base del contexto y las circunstancias en las que se encuentra: las preguntas que se hace el historiador estarán determinadas por su propio mundo. Sin una pregunta o un problema acuciante no es posible comprensión alguna del pasado.