miércoles, 4 de junio de 2025

La República Romana

Lectura complementaria: G.J. Bradley. La República Romana: Historia política (Extracto)


Hegemonía y conflictos políticos

Roma había intervenido en el Adriático contra los Ilirios (229-228) y en la segunda guerra púnica, Filipo V de Macedonia se había aliado con Anibal (fenicio) y combatieron en 212/2011 y 205. Hubo una segunda guerra macedónica en 200 con victoria romana en 197.

Roma proclamó la libertad de los griegos, restringiendo realmente el poder de los monarcas helenísticos. La tercera guerra macedónica (171-168) supuso una nueva intervención importante que concluyó con la derrota de Perseo, hijo de Filipo V, en la batalla de Pidna (168) frente a Lucio Emilio Paulo. Macedonia quedó dividida en cuatro repúblicas y aunque no fue directamente anexionada, al igual que Iliria quedó sometida desde aquel momento a los impuestos romanos. 

En aquella época los nobles romanos interiorizaban con facilidad las prácticas y patrones culturales griegos. El Senado y sus generales pretendían con su diplomacia no irritar a todos los griegos a la vez, lo que habría hecho más vulnerable y difícil su posición, probablemente escarmentados de los errores de la primera guerra macedónica, cuando Roma, tras su alianza con la Liga Etolia (211), se reservó todo el botín dando la impresión de que era lo único que le preocupaba.

Durante este período se desarrolló el concepto de provincia en el sentido territorial del término (véase también el capítulo 3). La palabra latina «provincia» designaba originalmente la tarea o área de trabajo asignada a un magistrado en su ejercicio del imperium; pero gradualmente asumió el significado de área geográfico-administrativa.

La otra gran región de actividad militar romana durante la primera mitad del siglo II fue el norte de Italia. Los galos del valle del Po se habían aliado con Aníbal cuando invadió la península y eran temidos debido a sus incursiones en el pasado (el saqueo de 390 y otras posteriores). Durante las décadas de 190 y 180 los romanos lograron el control definitivo de la región, restableciendo colonias donde habían sido arrasadas y fundando otras nuevas a lo largo de la recientemente creada Via Emilia, como Bononia (actual Bolonia).

Durante las primeras décadas del siglo II-por lo que podemos deducir del relato de Tito Livio, que se interrumpe en 167-, la política romana se caracterizó por una feroz rivalidad y por los intentos cada vez más desesperados de ponerle coto. El aumento de magistrados menores, incluidos los pretores (véase más atrás), había desatado una competencia más intensa por el consulado. La preocupación de los senadores por la exacerbación de los enfrentamientos resulta evidente atendiendo a la legislación de la época. Como demostrarían acontecimientos posteriores, las leyes no bastaban para evitar que jóvenes generales obtuvieran una peligrosa posición pre eminente.

El período de la conquista romana de Grecia se vio marcado por una creciente helenización cultural. A medida que se ampliaban sus horizontes, la identidad de Roma se hizo más consciente y definida; también se aprecian los cambios en la actitud religiosa, por ejemplo en la supresión por el Senado de las bacanales-el culto de Dioniso-, que eran otro producto de la helenización de Italia.

Durante el siglo II a. C. Italia iba cambiando rápidamente. La fase más intensa de colonización de la República romana se produjo durante las décadas de 190 y 180.  Junto con el servicio militar, la colonización durante aquel período fomentó la difusión de la cultura romana por toda Italia. esde la década de 180 los colonos de la mayoría de las ciudades recibieron la ciudadanía romana, al resultar menos atractivo el estatus latino; pero la fundación de nuevas colonias se moderó, si no se detuvo del todo, desde la fundación de Aquilea, al fondo del Adriático, en 181 (la última colonia latina registrada con certeza) y Luna en 177 (una colonia de ciudadanos romanos). 

Otros dos acontecimientos tuvieron grandes consecuencias a largo plazo. Primero, tras su victoria en la segunda guerra púnica los romanos interiorizaron las interferencias en los asuntos de sus aliados italianos construyendo carreteras, suprimiendo cultos religiosos indeseables (en particular las bacanales) y restringiendo el acceso al estatus romano y latino (devolviendo a los inmigrantes a su lugar de origen y poniendo fin a la fundación de colonias latinas). Por otra parte, compartían con ellos la conquista y explotación de las provincias y unos y otros eran tratados como iguales por sus habitantes.

La tensión entre Roma y sus aliados fue aumentando gradualmente durante el siglo II y los italianos tenían pocas posibilidades de expresar sus quejas.

El otro acontecimiento importante durante el siglo II fue la evolución de la situación agraria. Las fuentes escritas presentan una imagen de declive de los campesinos libres a medida que aumentaba el número de esclavos con que contaban los más ricos, pero probablemente la situación era algo más compleja que la mera sustitución de unos por otros.

Durante el último tercio del siglo II estallaron violentos conflictos en el seno de la clase dominante. Tiberio Graco, tribuno de la plebe en 133, propuso una reforma agraria para resolver el ostensible declive del número de granjeros-ciudadanos capaces de servir en el ejército. El problema venía de lejos y la última distribución de agro público a colonos individuales por Cayo Flaminio en 232 había resultado muy controvertida. Diez años después (en 123/22) fue elegido tribuno de la plebe su hermano Cayo, quien intentó reformar la administración y el gobierno de Roma y reabrir la cuestión agraria subvencionando el grano para la plebe, así como extender la ciudadanía romana a todos los latinos. Ambos intentos de reforma toparon con la intransigencia del Senado.

Los Gracos (Cayo Graco) plantearon por primera vez la cuestión de la ciudadanía para todos los aliados italianos, en parte como compensación por la pérdida de sus parcelas de ager publicus romano, confiscadas para reasentar a los pobres de Roma 

Los aristócratas de toda Italia probablemente consideraban la ciudadanía romana como una forma de mejorar su estatus sin comprometer sus tradiciones e identidad. Con ello perderían inevitablemente su autonomía política, pero en una Italia dominada por Roma esa autonomía contaba poco. 

El Senado se hacía el sordo a los deseos italianos. La ley Licinia-Mucia aprobada en 95 contra quienes hubieran adquirido fraudulentamente la ciudadanía romana fue particularmente mal recibida y fue «quizá la causa principal» (Asconio, 67C) de que los pueblos itálicos iniciaran una rebelión militar a gran escala que desembocó finalmente en la guerra social (91-87) tras el fracaso de las propuestas del tribuno Livio Druso (el Joven) de extender a todos ellos la ciudadanía romana y el descubrimiento de planes para iniciar la sublevación en Ascoli.

La guerra social fue una lucha titánica entre las legiones y otro componente sustancial del ejército romano, los contingentes aliados. Roma sufrió graves derrotas y perdió dos cónsules en la guerra. Los rebeldes se apoderaron de dos de las colonias latinas en el sur, Aesenia y Venusia (algo que ni siquiera Aníbal había logrado). La balanza no se inclinó del lado romano hasta que el cónsul Lucio Julio César propuso en el año 90 la concesión del derecho de sufragio a los aliados que no habían participado en la rebelión o habían depuesto las armas (la histórica Lex Iulia de ciuitate latinis danda), cuya adhesión se sumó a la de la gran mayoría de los latinos. 


El fin de la República

Durante el siglo I a. C. la política romana se caracterizó por el auge de los «dinastas», grandes figuras que consiguieron una influencia sin precedentes y cuya rivalidad acabó poniendo fin a la República. Entre ellos hay que destacar a Mario, Sila, Pompeyo, César, Antonio y Octavio, cuyos triunfos determinaron la configuración del Imperio romano.

Cayo Mario alcanzó en siete ocasiones el consulado pese a ser un nouus homo, estableciendo un récord para la República y aprovechó su prestigio militar para distribuir tierras entre sus veteranos. Con su prestigio seriamente dañado, Mario se retiró de la vida pública. No regresó a ella hasta la guerra social, en la que desempeñó un papel destacado en la derrota de los socii junto a su gran rival Lucio Cornelio Sila. Mientras éste, cónsul en 88, desmantelaba en Campania sus últimos reductos, el tribuno Publio Sulpicio Rufo recurrió al concilium plebis para transferir el lucrativo mando de la campaña contra Mitrídates de Sila a Mario. Como respuesta, Sila marchó sobre Roma con sus legiones, en la primera iniciativa de ese tipo que tomaba un general romano contra la República (primera guerra civil).  Tras su victoria en la segunda guerra civil, Sila se hizo proclamar dictator legibus faciendis et rei pvblicae constitvendae causa (dictador para hacer leyes y la constitución de la República) y emprendió una feroz persecución de los popvlares, «produciéndose en la ciudad más asesinatos de los que nadie pudiera contar o determinar» (Plutarco). Como dictador hizo aprobar un amplio conjunto de reformas, en parte reaccionarias (reducción del poder de los tribunos y abolición de la distribución gratuita de grano), y en parte progresivas (ampliación del Senado y regulación del cursus honorum). También elevó el número de pretores a ocho para afrontar las necesidades administrativas de la República, pero esto supuso un aumento del número de candidatos al consulado y con ello intensificó la rivalidad política.

La rebelión de los esclavos dirigidos por Espartaco asoló Italia entre 73 y 71 y los piratas se enseñorearon del Mediterráneo. El ascenso de Cneo Pompeyo estuvo estrechamente relacionado con la incapacidad del Senado para resolver adecuadamente esos problemas. 

Mientras Pompeyo guerreaba en Oriente, el legado contradictorio de Sila se puso en evidencia con la conspiración del senador popularis Lucio Sergio Catilina, denunciada por el cónsul optimas Marco Tulio Cicerón en 63. Catilina huyó hacia la Galia pero fue derrotado de forma aplastante por Marco Antonio cerca de Pistoia, en Etruria. Cuando Pompeyo regresó a Roma en 61 sus adversarios en el Senado, celosos y temerosos de sus éxitos, frustraron su intento de premiar a sus veteranos con tierras y demoraron la ratificación de sus reformas en Oriente. Sus dificultades le incitaron a repartirse el poder con otras dos figuras preeminentes, el rico Craso y el ambicioso César. 

 En 52 el caos político y la desesperación de los optimates (la fracción aristocrática del Senado) llevaron al nombramiento de Pompeyo como cónsul único. A aquella anomalía constitucional, ya que hasta entonces la magistratura suprema siempre se había compartido, se añadió el procedimiento de elección, mediante un decreto senatorial en lugar del voto popular, lo que sentaba otro precedente para el futuro.

Entre 58 y 52 César había conquistado para Roma toda la Galia al norte de la Narbonense, añadiendo a su dominio un área enorme. En total, aquella guerra pavorosa y devastadora, impulsada más por el deseo de engrandecimiento personal del propio César que por consideraciones estratégicas, provocó, según una antigua estimación, la muerte de alrededor de un millón de galos. La conquista de la Galia enriqueció enormemente a César, quien al ver reforzada su posición regresó inmediatamente a Italia con un ejército endurecido en la batalla.  La guerra civil entre César y Pompeyo, sus hijos y seguidores se prolongó desde 49 hasta 45. Cuando cruzó el límite de su provincia en el Rubicón (enero de 49), cerca de Ariminum, estaba traspasando ilegalmente los límites de su mando y declarando de hecho la guerra.

A diferencia de Sila, no obstante, César no utilizó su posición de dominio incontestable para proscribir a sus adversarios derrotados, adoptando por el contrario una política de clemencia hacia ellos. En 49 había sido nombrado dictator, magistratura excepcional que en principio no debía durar más de seis meses, pero en 48 volvió a serlo, con Marco Antonio como magister equitum, y de nuevo en 46 para un plazo de diez años; finalmente, en febrero de 44 se hizo nombrar dictator perpetuo. Este último desafio a la legalidad constitucional, al que se añadía su evidente deseo de ser adorado como un dios, condujo a su asesinato en los idus de marzo de 44. 

Aunque consiguieron eliminar al dictador, su asesinato no fue bien recibido por la plebe romana, que tenía en gran estima a César, y pronto perdieron el control de la ciudad frente al lugarteniente de César, Marco Antonio.

 Éste, bajo la presión del Senado reavivado por el anciano Cicerón, llegó a un acuerdo con los otros dos dirigentes surgidos tras el asesi nato de César: Octavio, sobrino-nieto y heredero de César, coaligado brevemente a los senadores opuestos a Antonio, y Marco Emilio Lépido, magister equitum al que el Senado había nombrado gobernador de la Galia Narbonense. A finales de 43 constituyeron el Segundo Triunvirato, que a diferencia del Primero fue ratificado por los comicios centuriados con la Lex Titia que les daba plenos poderes, renovada en 38 por otro quinquenio.

En Oriente Antonio, tras un intento infructuoso de invadir Partia, se instaló en Egipto actuando como un príncipe helenístico junto a Cleopatra VII Filopator, última reina de la dinastía ptolemaica creada por Ptolomeo I Sóter, general de Alejandro Magno; sus «Donaciones de Alejandría» (34), en las que repartía entre Cleopatra y sus hijos la parte oriental del imperio, supusieron la ruptura con Octavio, quien convenció al Senado de la necesidad de aplastar a Antonio y Cleopatra, a quienes derrotó efectivamente en Actium (31) y persiguió hasta Egipto, donde se suicidaron (30). En 29 Octavio regresó a Roma, donde se celebró un triple triumphus como si se hubiera tratado de una guerra contra una potencia extranjera. A continuación emprendió la transformación de la ciudad mediante un programa de edificaciones y legitimó su poder omnímodo en las disposiciones constitucionales de 28-27 y 23, con las que se iniciaba la era imperial

La preeminencia de ciertos populares radicales como César sólo fue posible mediante la explotación de la dimensión democrática de la política romana, afianzada durante el siglo II por una serie de medidas que proclamaban la soberanía popular, entre las que cabe destacar la votación secreta en las elecciones (139), las asambleas judiciales (137), las asambleas legislativas (129) y los juicios por traición (107); como reflexionaba Cicerón, «la ley electoral ha destruido toda la influencia (auctoritas) de los optimates». En la caída de la República desempeñaron un papel vital sus propios tribunos, algunos de los cuales promovieron la violencia política y el bloqueo de las instituciones civiles para favorecer fines personales.

Al final de la República los equites trataron de defender sus propios intereses; aunque su objetivo era el mismo que el de los senadores en cuanto al prolongado éxito de Roma y su imperio, cada vez eran más frecuentes los conflictos entre los dos órdenes, especialmente sobre el control de los tribunales, a los que puso fin en 70 la Lex Amelia que estableció una composición tripartita a partes iguales entre los senadores, los equites y los tribuni aerarii (un grupo de funcionarios sobre el que se dispone de pocos datos, presumiblemente de estatus similar al orden ecuestre).

El resultado fue una inestabilidad crónica, a medida que la lealtad de los soldados se desplazaba de una noción abstracta del Estado romano-expresada en frases como Senatus Populus Que Romanus (S. P. Q. R.) o la propia res publica- a los generales dinásticos de los que dependía su futuro.  La mayor complejidad social generó un cuerpo ciudadano más diversificado e inevitablemente un mayor conflicto ideológico.

Al final de la República era mucho más cosmopolita y más difícil de controlar por la élite. La enorme población de la ciudad dependía cada vez más de un inestable reparto de grano, que el Estado no acababa de asegurar de forma permanente. Cualquier político que pudiera mejorar aquella situación tenía garantizada la influencia política; de ahí las medidas de los tribunos Cayo Graco (123), Saturnino (100) y Clodio (58), que subvencionaban una ración mínima gratis. Esa cuestión nunca dejó de preocupar a los posteriores emperadores.

El ascenso al poder de Octavio se debió en parte a su habilidad para asegurarse el control sobre todas las nuevas fuentes de poder en la sociedad romana: militares, grupos religiosos, anticuarios y otros escritores y organizaciones colegiadas. La imposición de valores e interpretaciones -en gran medida conservadores de la religión, la literatura, el arte y la historia romanas creó una cultura «oficial» que todos los ciudadanos ambiciosos del imperio podían compartir.