miércoles, 4 de junio de 2025

La República Romana

Lectura complementaria: G.J. Bradley. La República Romana: Historia política (Extracto)


Hegemonía y conflictos políticos

Roma había intervenido en el Adriático contra los Ilirios (229-228) y en la segunda guerra púnica, Filipo V de Macedonia se había aliado con Anibal (fenicio) y combatieron en 212/2011 y 205. Hubo una segunda guerra macedónica en 200 con victoria romana en 197.

Roma proclamó la libertad de los griegos, restringiendo realmente el poder de los monarcas helenísticos. La tercera guerra macedónica (171-168) supuso una nueva intervención importante que concluyó con la derrota de Perseo, hijo de Filipo V, en la batalla de Pidna (168) frente a Lucio Emilio Paulo. Macedonia quedó dividida en cuatro repúblicas y aunque no fue directamente anexionada, al igual que Iliria quedó sometida desde aquel momento a los impuestos romanos. 

En aquella época los nobles romanos interiorizaban con facilidad las prácticas y patrones culturales griegos. El Senado y sus generales pretendían con su diplomacia no irritar a todos los griegos a la vez, lo que habría hecho más vulnerable y difícil su posición, probablemente escarmentados de los errores de la primera guerra macedónica, cuando Roma, tras su alianza con la Liga Etolia (211), se reservó todo el botín dando la impresión de que era lo único que le preocupaba.

Durante este período se desarrolló el concepto de provincia en el sentido territorial del término (véase también el capítulo 3). La palabra latina «provincia» designaba originalmente la tarea o área de trabajo asignada a un magistrado en su ejercicio del imperium; pero gradualmente asumió el significado de área geográfico-administrativa.

La otra gran región de actividad militar romana durante la primera mitad del siglo II fue el norte de Italia. Los galos del valle del Po se habían aliado con Aníbal cuando invadió la península y eran temidos debido a sus incursiones en el pasado (el saqueo de 390 y otras posteriores). Durante las décadas de 190 y 180 los romanos lograron el control definitivo de la región, restableciendo colonias donde habían sido arrasadas y fundando otras nuevas a lo largo de la recientemente creada Via Emilia, como Bononia (actual Bolonia).

Durante las primeras décadas del siglo II-por lo que podemos deducir del relato de Tito Livio, que se interrumpe en 167-, la política romana se caracterizó por una feroz rivalidad y por los intentos cada vez más desesperados de ponerle coto. El aumento de magistrados menores, incluidos los pretores (véase más atrás), había desatado una competencia más intensa por el consulado. La preocupación de los senadores por la exacerbación de los enfrentamientos resulta evidente atendiendo a la legislación de la época. Como demostrarían acontecimientos posteriores, las leyes no bastaban para evitar que jóvenes generales obtuvieran una peligrosa posición pre eminente.

El período de la conquista romana de Grecia se vio marcado por una creciente helenización cultural. A medida que se ampliaban sus horizontes, la identidad de Roma se hizo más consciente y definida; también se aprecian los cambios en la actitud religiosa, por ejemplo en la supresión por el Senado de las bacanales-el culto de Dioniso-, que eran otro producto de la helenización de Italia.

Durante el siglo II a. C. Italia iba cambiando rápidamente. La fase más intensa de colonización de la República romana se produjo durante las décadas de 190 y 180.  Junto con el servicio militar, la colonización durante aquel período fomentó la difusión de la cultura romana por toda Italia. esde la década de 180 los colonos de la mayoría de las ciudades recibieron la ciudadanía romana, al resultar menos atractivo el estatus latino; pero la fundación de nuevas colonias se moderó, si no se detuvo del todo, desde la fundación de Aquilea, al fondo del Adriático, en 181 (la última colonia latina registrada con certeza) y Luna en 177 (una colonia de ciudadanos romanos). 

Otros dos acontecimientos tuvieron grandes consecuencias a largo plazo. Primero, tras su victoria en la segunda guerra púnica los romanos interiorizaron las interferencias en los asuntos de sus aliados italianos construyendo carreteras, suprimiendo cultos religiosos indeseables (en particular las bacanales) y restringiendo el acceso al estatus romano y latino (devolviendo a los inmigrantes a su lugar de origen y poniendo fin a la fundación de colonias latinas). Por otra parte, compartían con ellos la conquista y explotación de las provincias y unos y otros eran tratados como iguales por sus habitantes.

La tensión entre Roma y sus aliados fue aumentando gradualmente durante el siglo II y los italianos tenían pocas posibilidades de expresar sus quejas.

El otro acontecimiento importante durante el siglo II fue la evolución de la situación agraria. Las fuentes escritas presentan una imagen de declive de los campesinos libres a medida que aumentaba el número de esclavos con que contaban los más ricos, pero probablemente la situación era algo más compleja que la mera sustitución de unos por otros.

Durante el último tercio del siglo II estallaron violentos conflictos en el seno de la clase dominante. Tiberio Graco, tribuno de la plebe en 133, propuso una reforma agraria para resolver el ostensible declive del número de granjeros-ciudadanos capaces de servir en el ejército. El problema venía de lejos y la última distribución de agro público a colonos individuales por Cayo Flaminio en 232 había resultado muy controvertida. Diez años después (en 123/22) fue elegido tribuno de la plebe su hermano Cayo, quien intentó reformar la administración y el gobierno de Roma y reabrir la cuestión agraria subvencionando el grano para la plebe, así como extender la ciudadanía romana a todos los latinos. Ambos intentos de reforma toparon con la intransigencia del Senado.

Los Gracos (Cayo Graco) plantearon por primera vez la cuestión de la ciudadanía para todos los aliados italianos, en parte como compensación por la pérdida de sus parcelas de ager publicus romano, confiscadas para reasentar a los pobres de Roma 

Los aristócratas de toda Italia probablemente consideraban la ciudadanía romana como una forma de mejorar su estatus sin comprometer sus tradiciones e identidad. Con ello perderían inevitablemente su autonomía política, pero en una Italia dominada por Roma esa autonomía contaba poco. 

El Senado se hacía el sordo a los deseos italianos. La ley Licinia-Mucia aprobada en 95 contra quienes hubieran adquirido fraudulentamente la ciudadanía romana fue particularmente mal recibida y fue «quizá la causa principal» (Asconio, 67C) de que los pueblos itálicos iniciaran una rebelión militar a gran escala que desembocó finalmente en la guerra social (91-87) tras el fracaso de las propuestas del tribuno Livio Druso (el Joven) de extender a todos ellos la ciudadanía romana y el descubrimiento de planes para iniciar la sublevación en Ascoli.

La guerra social fue una lucha titánica entre las legiones y otro componente sustancial del ejército romano, los contingentes aliados. Roma sufrió graves derrotas y perdió dos cónsules en la guerra. Los rebeldes se apoderaron de dos de las colonias latinas en el sur, Aesenia y Venusia (algo que ni siquiera Aníbal había logrado). La balanza no se inclinó del lado romano hasta que el cónsul Lucio Julio César propuso en el año 90 la concesión del derecho de sufragio a los aliados que no habían participado en la rebelión o habían depuesto las armas (la histórica Lex Iulia de ciuitate latinis danda), cuya adhesión se sumó a la de la gran mayoría de los latinos. 


El fin de la República

Durante el siglo I a. C. la política romana se caracterizó por el auge de los «dinastas», grandes figuras que consiguieron una influencia sin precedentes y cuya rivalidad acabó poniendo fin a la República. Entre ellos hay que destacar a Mario, Sila, Pompeyo, César, Antonio y Octavio, cuyos triunfos determinaron la configuración del Imperio romano.

Cayo Mario alcanzó en siete ocasiones el consulado pese a ser un nouus homo, estableciendo un récord para la República y aprovechó su prestigio militar para distribuir tierras entre sus veteranos. Con su prestigio seriamente dañado, Mario se retiró de la vida pública. No regresó a ella hasta la guerra social, en la que desempeñó un papel destacado en la derrota de los socii junto a su gran rival Lucio Cornelio Sila. Mientras éste, cónsul en 88, desmantelaba en Campania sus últimos reductos, el tribuno Publio Sulpicio Rufo recurrió al concilium plebis para transferir el lucrativo mando de la campaña contra Mitrídates de Sila a Mario. Como respuesta, Sila marchó sobre Roma con sus legiones, en la primera iniciativa de ese tipo que tomaba un general romano contra la República (primera guerra civil).  Tras su victoria en la segunda guerra civil, Sila se hizo proclamar dictator legibus faciendis et rei pvblicae constitvendae causa (dictador para hacer leyes y la constitución de la República) y emprendió una feroz persecución de los popvlares, «produciéndose en la ciudad más asesinatos de los que nadie pudiera contar o determinar» (Plutarco). Como dictador hizo aprobar un amplio conjunto de reformas, en parte reaccionarias (reducción del poder de los tribunos y abolición de la distribución gratuita de grano), y en parte progresivas (ampliación del Senado y regulación del cursus honorum). También elevó el número de pretores a ocho para afrontar las necesidades administrativas de la República, pero esto supuso un aumento del número de candidatos al consulado y con ello intensificó la rivalidad política.

La rebelión de los esclavos dirigidos por Espartaco asoló Italia entre 73 y 71 y los piratas se enseñorearon del Mediterráneo. El ascenso de Cneo Pompeyo estuvo estrechamente relacionado con la incapacidad del Senado para resolver adecuadamente esos problemas. 

Mientras Pompeyo guerreaba en Oriente, el legado contradictorio de Sila se puso en evidencia con la conspiración del senador popularis Lucio Sergio Catilina, denunciada por el cónsul optimas Marco Tulio Cicerón en 63. Catilina huyó hacia la Galia pero fue derrotado de forma aplastante por Marco Antonio cerca de Pistoia, en Etruria. Cuando Pompeyo regresó a Roma en 61 sus adversarios en el Senado, celosos y temerosos de sus éxitos, frustraron su intento de premiar a sus veteranos con tierras y demoraron la ratificación de sus reformas en Oriente. Sus dificultades le incitaron a repartirse el poder con otras dos figuras preeminentes, el rico Craso y el ambicioso César. 

 En 52 el caos político y la desesperación de los optimates (la fracción aristocrática del Senado) llevaron al nombramiento de Pompeyo como cónsul único. A aquella anomalía constitucional, ya que hasta entonces la magistratura suprema siempre se había compartido, se añadió el procedimiento de elección, mediante un decreto senatorial en lugar del voto popular, lo que sentaba otro precedente para el futuro.

Entre 58 y 52 César había conquistado para Roma toda la Galia al norte de la Narbonense, añadiendo a su dominio un área enorme. En total, aquella guerra pavorosa y devastadora, impulsada más por el deseo de engrandecimiento personal del propio César que por consideraciones estratégicas, provocó, según una antigua estimación, la muerte de alrededor de un millón de galos. La conquista de la Galia enriqueció enormemente a César, quien al ver reforzada su posición regresó inmediatamente a Italia con un ejército endurecido en la batalla.  La guerra civil entre César y Pompeyo, sus hijos y seguidores se prolongó desde 49 hasta 45. Cuando cruzó el límite de su provincia en el Rubicón (enero de 49), cerca de Ariminum, estaba traspasando ilegalmente los límites de su mando y declarando de hecho la guerra.

A diferencia de Sila, no obstante, César no utilizó su posición de dominio incontestable para proscribir a sus adversarios derrotados, adoptando por el contrario una política de clemencia hacia ellos. En 49 había sido nombrado dictator, magistratura excepcional que en principio no debía durar más de seis meses, pero en 48 volvió a serlo, con Marco Antonio como magister equitum, y de nuevo en 46 para un plazo de diez años; finalmente, en febrero de 44 se hizo nombrar dictator perpetuo. Este último desafio a la legalidad constitucional, al que se añadía su evidente deseo de ser adorado como un dios, condujo a su asesinato en los idus de marzo de 44. 

Aunque consiguieron eliminar al dictador, su asesinato no fue bien recibido por la plebe romana, que tenía en gran estima a César, y pronto perdieron el control de la ciudad frente al lugarteniente de César, Marco Antonio.

 Éste, bajo la presión del Senado reavivado por el anciano Cicerón, llegó a un acuerdo con los otros dos dirigentes surgidos tras el asesi nato de César: Octavio, sobrino-nieto y heredero de César, coaligado brevemente a los senadores opuestos a Antonio, y Marco Emilio Lépido, magister equitum al que el Senado había nombrado gobernador de la Galia Narbonense. A finales de 43 constituyeron el Segundo Triunvirato, que a diferencia del Primero fue ratificado por los comicios centuriados con la Lex Titia que les daba plenos poderes, renovada en 38 por otro quinquenio.

En Oriente Antonio, tras un intento infructuoso de invadir Partia, se instaló en Egipto actuando como un príncipe helenístico junto a Cleopatra VII Filopator, última reina de la dinastía ptolemaica creada por Ptolomeo I Sóter, general de Alejandro Magno; sus «Donaciones de Alejandría» (34), en las que repartía entre Cleopatra y sus hijos la parte oriental del imperio, supusieron la ruptura con Octavio, quien convenció al Senado de la necesidad de aplastar a Antonio y Cleopatra, a quienes derrotó efectivamente en Actium (31) y persiguió hasta Egipto, donde se suicidaron (30). En 29 Octavio regresó a Roma, donde se celebró un triple triumphus como si se hubiera tratado de una guerra contra una potencia extranjera. A continuación emprendió la transformación de la ciudad mediante un programa de edificaciones y legitimó su poder omnímodo en las disposiciones constitucionales de 28-27 y 23, con las que se iniciaba la era imperial

La preeminencia de ciertos populares radicales como César sólo fue posible mediante la explotación de la dimensión democrática de la política romana, afianzada durante el siglo II por una serie de medidas que proclamaban la soberanía popular, entre las que cabe destacar la votación secreta en las elecciones (139), las asambleas judiciales (137), las asambleas legislativas (129) y los juicios por traición (107); como reflexionaba Cicerón, «la ley electoral ha destruido toda la influencia (auctoritas) de los optimates». En la caída de la República desempeñaron un papel vital sus propios tribunos, algunos de los cuales promovieron la violencia política y el bloqueo de las instituciones civiles para favorecer fines personales.

Al final de la República los equites trataron de defender sus propios intereses; aunque su objetivo era el mismo que el de los senadores en cuanto al prolongado éxito de Roma y su imperio, cada vez eran más frecuentes los conflictos entre los dos órdenes, especialmente sobre el control de los tribunales, a los que puso fin en 70 la Lex Amelia que estableció una composición tripartita a partes iguales entre los senadores, los equites y los tribuni aerarii (un grupo de funcionarios sobre el que se dispone de pocos datos, presumiblemente de estatus similar al orden ecuestre).

El resultado fue una inestabilidad crónica, a medida que la lealtad de los soldados se desplazaba de una noción abstracta del Estado romano-expresada en frases como Senatus Populus Que Romanus (S. P. Q. R.) o la propia res publica- a los generales dinásticos de los que dependía su futuro.  La mayor complejidad social generó un cuerpo ciudadano más diversificado e inevitablemente un mayor conflicto ideológico.

Al final de la República era mucho más cosmopolita y más difícil de controlar por la élite. La enorme población de la ciudad dependía cada vez más de un inestable reparto de grano, que el Estado no acababa de asegurar de forma permanente. Cualquier político que pudiera mejorar aquella situación tenía garantizada la influencia política; de ahí las medidas de los tribunos Cayo Graco (123), Saturnino (100) y Clodio (58), que subvencionaban una ración mínima gratis. Esa cuestión nunca dejó de preocupar a los posteriores emperadores.

El ascenso al poder de Octavio se debió en parte a su habilidad para asegurarse el control sobre todas las nuevas fuentes de poder en la sociedad romana: militares, grupos religiosos, anticuarios y otros escritores y organizaciones colegiadas. La imposición de valores e interpretaciones -en gran medida conservadores de la religión, la literatura, el arte y la historia romanas creó una cultura «oficial» que todos los ciudadanos ambiciosos del imperio podían compartir.

 

Historia de Roma

Campbell, B. "La conquista de Italia", "La conquista del Mediterráneo", "La transformación de Roma" En: Historia de Roma. Madrid: Crítica, 2013. p. 11-103.


1. La conquista de Italia

Tito Livio destacaba el perfecto emplazamiento de Roma junto al río Tíber. La sede de la futura Roma estuvo ocupada desde el año 1000 a.C. Hacia 830-770 a.C., pequeños pueblos se aglomeran en la colina del Palatino.

La fundación de la ciudad, datada en 754-753 a.C., está envuelta en la leyenda de Rómulo y Remo, aunque hay una versión paralela que fue fundada por Eneas, cuando salió huyendo de Troya.

Hacia 625 a.C., hay ya el primer edificio público, la Regia que luego sería sede del Senado.

En ese tiempo los varones tenían dos nombres: el nombre propio (praenomen) y un nombre de familia (nomen); los aristócratas a menudo llevaban un tercer nombre (cognomen) identificativo como parte de una rama particular de la familia, y a veces incluso un cuarto (agnomen), que servía para marcar una característica o logro especial 

En torno al 700 a.C. tuvo lugar el desarrollo de la escritura en Italia, con un esquema alfabético tomado de los griegos. Roma compartía la península itálica con otros grupos realmente diferentes, que tenían sus propias tradiciones culturales y sociales. Existían unas cuarenta lenguas o dialectos itálicos antes de que el apogeo de Roma convirtiera el latín (hablado en el Lacio) en la lengua común.

Los etruscos convivieron con Romanos en la región que ahora es la Toscana. Técnicamente, la civilización etrusca estaba muy avanzada, puesto que contaban con sofisticados sistemas de alcantarillado y riego.

Finalmente el imperio etrusco se derrumbó por la presión de los galos en el norte, y de los samnitas en Campania; los romanos se hicieron con el poder de la zona central y absorbieron a las élites gobernantes.

Originalmente había tres tribus, que se subdividían en curiae (cada una de las cuales, al parecer, se correspondía a una división local en la que los ciudadanos nacían), que eran una parte crucial de la organización política y militar. Los sacerdotes quizás originalmente sirvieron como un órgano consultivo informal elegido por los reyes.


Servio Tulio fue el sexto rey, y llevó adelante reformas importantes como el censo de la población para determinar quiénes podrían sumarse como soldados así como el número de tribus. Posiblemente quería adoptar el modelo griego de falanges. También, cada unidad (centuria), representaba a los habitantes en un asamblea (comitia centuriata) y eso rompía con las lealtades a los clanes aristocráticos porque además podía votar contra éstos. 

El siguiente y último rey, Tarquino el Soberbio fue cruel y agresivo y provocó una rebelión. Una vez depuesto, familias aristocráticas crearon una República de dos magistrados, llamados cónsules. El senado era consultor y seguía existiendo la comitia centuriata.

Hubo un “Conflicto de los Órdenes” que enfrentó a patricios y plebeyos en el siglo VII a.C. Los patricios estaban protegidos y ostentaban cargos. Sin embargo, sus terrenos no eran tan amplios, por lo que querían ocupar la tierra común (ager publicus), lo que hacía la vida especialmente difícil para los pobres. En este contexto se logró establecer un consejo de diez hombres (decemviri) para hacer un borrador de las leyes. Un segundo grupo se negó a abandonar el poder y se convirtieron en tiranos. Los plebeyos se les enfrentaron. Al menos durante el decenvirato se crearon las Doce Tablas que garantizaban seguridad jurídica y propiedad, lo que era deseable para los patricios, así como el poder del paterfamilias.

Hacia 447 a.C., se instituyó otra asamblea (comitia populi tributa), que incluía a todo el pueblo, patricios y plebeyos (populus); funcionaba como el concilium plebis, elegía a los magistrados junior y aprobaba leyes. Sin embargo, más allá de las cuestiones políticas, básicamente implicaba la emancipación de la plebe. La Lex Poetelia en 326 abolió´la esclavitud por deuda.

Las victorias militares aportaban más esclavos que podían desplegarse por la tierra, creando así la oportunidad de que los ciudadanos romanos pudieran prestar más servicios militares.

El grupo gobernante de Roma era a la vez flexible e innovador, y la nobleza formada por patricios y plebeyos demostró su derecho al liderazgo llevando adelante con éxito la conquista de Italia. Esto aportó tierra y botines, parte de los cuales se distribuyeron entre las personas más pobres, lo que podría haber hecho que la masa de población estuviera más receptiva a aceptar la dominación del gobierno de la élite. Conforme Roma conseguía más éxitos militares, se produjeron otros avances políticos significativos que aumentaron el poder y el estatus del Senado.

Sin que necesariamente haya sido parte de un plan Imperial, poco a poco Roma fue dominando la Península Itálica.

En 507 firmó tratado de paz con Cartago y en 509 había firmado alianza con los etruscos. Sin embargo los latinos fueron fuente de conflictos.  En 499 o 496 a.C. los romanos consiguieron una famosa victoria en el lago Regilo (probablemente justo al norte de la moderna ciudad de Frascati), y en 493 se firmó el tratado de Espurio Casio, que establecía la paz y una alianza defensiva militar según la cual los romanos y los latinos aceptaban compartir los botines de guerra a partes iguales.

De hecho, buena parte del siglo v d.C., fue un tiempo duro para Roma, en los que la ambición por expandirse tuvo que relegarse a un segundo lugar para repeler las incursiones irregulares de los pueblos de las montañas.

Los samnitas fueron el siguiente objetivo de las contiendas romanas; vivían en cuatro grupos tribales repartidos en pequeñas tribus y conformaban una sociedad que combinaba la agricultura, el pastoreo y los tradicionales saqueos. 

Cada comunidad individual se incorporó al Estado romano como un municipium con autogobierno y ciudadanía romana; en algunos casos, ciudadanos destacados fueron desterrados y su tierra fue distribuida a colonos romanos; a otras comunidades se les concedió el estatus de civitas sine suffragio (una comunidad cuyos habitantes tenían las obligaciones de la ciudadanía, pero que no no tenían derechos políticos; concretamente, no podían votar en las elecciones ni ostentar cargo alguno en Roma). El mayor grupo lo configuraban aquellos pueblos derrotados que, convertidos en aliados de Roma, eran obligados a reclutar tropas para la ciudad. 

En torno al año 280 a.C., las ciudades griegas del sur de Italia comprendieron quién tenía la posición dominante y se pusieron bajo la protección de Roma. No ocurrió lo mismo con Tarento, la más influyente de estas ciudades y, después de algunos incidentes violentos en los que se vio envuelta una flotilla romana.

En un periodo de unos setenta años, a partir del 338 a.C., los romanos consiguieron llevar a cabo una impresionante transformación de Italia y asumieron un control que ya no podría ponerse en cuestión.

Significativamente, como consecuencia del asentamiento del 338, los romanos desarrollaron una manera constructiva y flexible para tratar con las comunidades derrotadas, que, mediante la combinación de rudeza y generosidad, los convirtieron en aliados gracias a relaciones cuidadosamente equilibradas, con beneficios entre los que se podía incluir la ciudadanía romana, lo cual supone otra muestra de lo innovadora que era la forma de liderar romana, puesto que de este modo añadió nuevos miembros al cuerpo de ciudadanos. 

En el año 260 y siguientes, Roma pudo llegar a establecer hasta 150 acuerdos, una cifra increíble que plantea preguntas interesantes, sin respuesta, sobre quién fue el artífice de los acuerdos y cómo se mantenían los registros. El aspecto vital de estos acuerdos era que los aliados de Roma tenían que proporcionar soldados para operaciones militares conjuntas; los aliados servían junto a las tropas romanas, y a veces llegaban a constituir más de la mitad del ejército, de manera que Roma llegó a tener una gran reserva de fuerza humana con la que poder soportar grandes batallas que conllevaran enormes pérdidas y, aun así, proseguir con la campaña. En los primeros años, podía argumentarse que reclutar soldados extra era necesario para la protección, pero después ese motivo perdió validez y Roma tuvo que dar a todos esos soldados algo que hacer. Así, el ímpetu por la guerra no cesó, porque para que los romanos pudieran beneficiarse de los acuerdos diplomáticos tenían que seguir luchando. Una expresión evidente del dominio de Roma en Italia fue la construcción de carreteras; ya en el año 312, se construyó la Vía Apia a lo largo de la costa oeste, que unía Roma y Campania; la construcción continuó y convirtieron los senderos que tomaban los ejércitos en carreteras permanentes, y una red planeada finalmente conectó Roma con las colonias periféricas, como demostración del poder de los conquistadores y de su determinación por vencer los obstáculos naturales.

La arqueología ha desempeñado un papel fundamental para reconstruir la narrativa histórica del primer periodo de la historia itálica y romana; en algunas áreas, proporciona en realidad las únicas pruebas. La arqueología no puede erigirse por sí sola como una especie de talismán que sirva para verificar o contradecir a los escritores de la Antigüedad. De hecho, la evidencia arqueológica en sí misma requiere un contexto que se obtiene mediante la interpretación de textos literarios. En consecuencia, la relación para el historiador es compleja y las indicaciones arqueológicas a menudo solo pueden ofrecer una guía incompleta. El problema para la historia temprana de Roma es que los historiadores griegos de re-nombre apenas se interesaron por una remota ciudad-Estado itálica que, a su parecer, no valía la pena tener en cuenta. Los historiadores griegos que se ocuparon de la historia de Roma y cuyos textos han pervivido son Polibio y Posidonio. Posteriormente, los tres escritores que más aspectos aportaron sobre los tiempos de la República temprana son griegos: Plutarco, Apiano y Dion Casio.

Sin duda existían fuentes fiables de documentación, aunque no está claro el uso que las fuentes literarias hicieron de ellas. Los romanos registraban leyes, tratados y acuerdos, y también elaboraban listas de oficiales, y en concreto inscribían los nombres de los cónsules año tras año desde el 509 a.C. Esta lista, conocida como los Fastos, se usaba como una forma de datación, por ejemplo, «en el consulado de Espurio Larcio Rufo y Tito Herminio Aquilino» (506 a.C.). El sumo pontífice (pontifex maximus) del colegio sacerdotal publicaba un repertorio de acontecimientos sucedidos en Roma, que le parecían prodigiosos o significativos, día tras día, y año tras año. Estos Annales Maximi se remontan al menos al siglo v, y las entradas se vuelven más detalladas después. Las inscripciones que registraban en piedra para su exhibición pública, ya fueran sobre individuos privados o decisiones de Estado, son una fuente muy útil de información fiable, pero hay muy pocas referidas a la República temprana y media. Las inscripciones las realizaban en su mayoría quienes se encontraban en mejores circunstancias y, por tanto, tienden a reflejar la visión de la élite de cómo debería funcionar el Gobierno y la mejor manera de presentarlo.

Todos los historiadores modernos de la antigua Roma que luchaban por elaborar una narración fiable debían tener en mente dos problemas generales. En primer lugar, un periodo de la historia republicana puede parecer distinto o diferente solo porque resulta que se tiene más información sobre él. En segundo lugar, toda nuestra perspectiva está condicionada debido a la pérdida de buena parte de la tradición histórica no romana (puesto que los oponentes de Roma perdieron), de manera que nos quedamos con una visión completamente romano-céntrica. Quienes escribían sobre la República temprana, cuando tenían que enfrentarse a la dificultad de un registro histórico menos claramente establecido, habrán añadido cosas, maquillado otras y, en el peor de los casos, se las habrán inventado.


2. La conquista del Mediterráneo

El enfrentamiento de Roma contra Cartago marca el inicio de su primera intervención militar fuera de Italia. Aunque los romanos recelaban cada vez más de los cartagineses, ya habían negociado pactos con ellos en los años 507, 348 y 278, pero a pesar de que algunos de los senadores se mostraban reticentes a verse involucrados en un asunto tan poco respetable, el pueblo votó a favor de la guerra contra Cartago. La primera guerra púnica (264-241 a.C.) se mantuvo en un punto muerto debido a que los romanos eran inferiores a los cartagineses en la guerra naval.  En el año 241 a.C., después de la victoria naval de los romanos en las islas Egadas, en la costa occidental de Sicilia, Cartago firmó la paz, en la que aceptó retirarse de Sicilia y pagar una indemnización. Poco después, Roma se apoderó de Córcega y Cerdeña mientras Cartago estaba sumida en desórdenes internos. 

Teuta, reina Iliria, fue derrotada en el 228, y vio reducido el territorio de su reino, además de tener que pagar un tributo. Roma anunció la victoria de un modo formal a Etolia, Acaya, Atenas y Corinto, tras lo cual fue admitida en los Juegos Ístmicos, algo significativo.

Mientras tanto, aumentaba el poder cartaginés en Hispania, donde Aníbal, de la aristocrática familia de los Bárcidas, había tomado el mando supremo tras la muerte de su padre.  El tratado de paz había establecido el río Ebro como el límite de la expansión de los cartagineses en Hispania.

La segunda guerra púnica (218-201 a.C.) comenzó con la decisión estratégica de Aníbal de partir de Hispania para entrar en Italia tras cruzar los Alpes. Partió a la cabeza de 50.000 soldados de infantería, 9.000 de caballería y 37 elefantes. Aquella maniobra se convirtió en una amenaza mortífera para la superioridad de Roma en Italia, incluso para su supervivencia. Aníbal logró dominar el norte de Italia con una serie de victorias a lo largo del valle del Po, en los ríos Tesino y Trebia en el año 218, y también con numerosos triunfos contra los galos de la Italia Cisalpina. 

Los romanos, bajo el mando del dictador Quinto Fabio Máximo Verrucosis, utilizaron la táctica del desgaste y evitaron librar batallas campales hostigando a las tropas cartaginesas y procurando que no consiguieran víveres.

A pesar de victorias espectaculares, Aníbal sabía que no podría seguir con la campaña en Italia a menos que consiguiera refuerzos.

La mayoría de los aliados se mantuvieron fieles a Roma, sin duda en parte por un sentimiento de intereses comunes, pero también porque las tropas de Aníbal tenían que vivir de lo que daba la tierra y causaban grandes devastaciones. La lealtad de esos aliados fue un factor muy importante en la victoria de Roma. Ayudó a los romanos a librar una larga guerra y les confirmó su decisión de no rendirse.  En Sicilia, recuperaron Siracusa en 211 a.C., después de un asedio de tres años. 

En Roma había división de opiniones sobre si debían continuar la guerra en África, pero a Publio Cornelio Escipión, que había sido elegido cónsul en 205 a.C., le asignaron la provincia de Sicilia con el acuerdo de que podría cruzar hacia África si así lo quería. Tras una breve ofensiva victoriosa contra Aníbal y una negociación de paz fracasada, Escipión le derrotó de forma decisiva en la batalla de Zama, en 202, con la que consiguió el apelativo de «Africano». Al año siguiente, Roma impuso unas duras condiciones de paz, y aunque Cartago conservaba sus posesiones en África, debía pagar una inmensa indemnización de guerra de 10.000 talentos a lo largo de cincuenta años.

Escipión continuó sirviendo con lealtad a su nación, pero en el futuro, la importancia de los señores de la guerra respaldados por entusiastas ejércitos personales destruiría a la República. Los años de guerra resaltaron las tensiones políticas y las disputas sin resolver.

En El Oriente, luego de fallecer Alejandro, las ciudades-Estado griegas, tradicionalmente independientes, quedaron bajo el control directo o indirecto de cada una de las tres monarquías enfrentadas herederas.

Los romanos querían mantener ocupado a Filipo V, Rey de Macedonia y, al mismo tiempo, conseguir un botín que pudieran transportar, pero al margen de eso no tenían un propósito concreto para intervenir en mayor profundidad en Grecia.

Etolia decidió firmar la paz con Filipo en 206 a.C., como también haría Roma. Probablemente, ambos bandos querían tener tiempo para valorar los objetivos y los medios para conseguirlos. Sin embargo, en 200, Roma le declaró la guerra a Filipo, y esta vez no estaban dispuestos a buscar ningún acuerdo. En 200 a.C., una vez que tomaron la decisión de declarar la guerra a Filipo, se dispusieron a ganarse hábilmente la opinión pública de los griegos. Con su maniobra de intervención para proteger a Atenas, los romanos se habían atribuido las mismas prerrogativas de los reyes griegos como protectores de la libertad y de la autonomía de los griegos. Sin embargo, si los griegos hubieran reflexionado con más calma, se habrían dado cuenta de que esa libertad era relativa y que estaría limitada por aquello que conviniera a los romanos en ese momento y en el futuro.  Los romanos querían conseguir el apoyo de los griegos contra las supuestas ambiciones del rey seléucida Antíoco III el Grande.

Antíoco fue derrotado en las Termópilas en 191 a.C. por un ejército bajo el mando del cónsul Marco Acilio Glabrio. Junto al rey cayeron derrotados los etolios, que habían cometido el error de aliarse con Antíoco.  Tuvieron que pagar una compensación de 500 talentos y aceptar tener los mismos amigos y enemigos que los romanos.

Tras la expulsión de Antíoco de Grecia, la guerra se trasladó a Asia.  En el año 190 a.C., llegó a Asia un ejército romano bajo el mando de Lucio Cornelio Escipión, a quien acompañaba como consejero su famoso hermano, el Africano. Consiguió una victoria devastadora en Magnesia, y Antíoco se vio obligado a evacuar Asia Menor al norte y al oeste de los montes Tauro, a pagar 15.000 talentos de plata, unas cuatrocientas toneladas métricas, durante doce años, y a destruir toda su flota de combate, a excepción de doce naves.

El año 171 a.C. marca el inicio de la última guerra contra Macedonia y su nuevo rey, Perseo. Perseo intentó negociar de nuevo, pero no consiguió nada, y en Pidna, en el año 168, la falange macedonia se enfrentó por última vez a la legión romana y sufrió una derrota catastrófica, con casi 20.000 muertos. El resultado fue el fin de la monarquía macedonia. Al principio Macedonia fue dividida en cuatro repúblicas, y para el año 148 ya se había convertido en la quinta provincia de Roma fuera de la península itálica.

En Egipto, la débil e incompetente dinastía ptolemaica seguía esforzándose por sobrevivir y, como ya se ha visto, se vio rescatada por la decisiva intervención de Laena. Aunque era un reino independiente, a efectos prácticos se encontraba bajo la protección de Roma, y cuando un alto cargo egipcio acudió a Roma para expresar su gratitud, el Senado proclamó que continuarían actuando de ese modo para que los monarcas egipcios «estimaran que la fe (fides) del pueblo romano era el apoyo más firme para su reino». 

Después de un intento de rebelión,  los Estados meridionales de Grecia quedaron bajo la supervisión del gobernador de Macedonia, que Mumio terminó de organizar como provincia. Más tarde se designaría a la provincia de Grecia como Achaia (o Achaea), Acaya.

Los romanos empezaron a actuar como intermediarios en las disputas que se producían entre las distintas comunidades griegas. Sin embargo, poco a poco los romanos adoptaron una actitud más agresiva y exigente, e impusieron instituciones y costumbres que anteponían por encima de cualquiera sus propios intereses. Fue un pequeño paso que llevó de arbitrar los asuntos griegos a interferir en ellos a discreción. 

En Hispania después de la expulsión de los cartagineses, no establecieron planes para una ocupación permanente, pero poco a poco fueron aceptando que las tropas se quedarían allí. Hubo mucha resistencia a la ocupación de Numancia (hoy en Castilla y León).  La capacidad militar de Roma flaqueó a lo largo de la campaña, pero la guerra prosiguió y Numancia acabó cayendo en el año 133, aunque solo tras un asedio de ocho meses establecido por Publio Cornelio Escipión Emiliano Africano, un hecho que ejemplificó la determinación de Roma en no aceptar oposición alguna sin importar las bajas ni las consecuencias políticas. La ciudad fue arrasada y los supervivientes acabaron vendidos como esclavos.

La tercera guerra púnica también reveló una tendencia a la agresión y a la brutalidad. Cartago había recobrado parte de su poderío en África de un modo discreto, pero en el año 149 se rebeló ante el persistente arbitraje de los romanos en favor de su viejo aliado, Masinisa, en todas las disputas territoriales que tenía contra Cartago. Los habitantes fueron vendidos como esclavos, la ciudad arrasada y todo el lugar quedó declarado sacer (Los romanos daban al término un doble sentido, no sólo lo que estaba consagrado a las divinidades y por tanto, digno de respeto, sino también lo maldito, execrable, lo que ha sido víctima de alguna divinidad), condenado a ser extirpado de la existencia por los dioses. El territorio de Cartago se convirtió en otra provincia romana, África, con Utica como capital.

Polibio dijo de ellos: «En general los romanos utilizaban la violencia para todo, creídos de que sus propósitos deben forzosamente llevarse a cabo, y de que nada es imposible para ellos una vez lo han acordado».  Tradicionalmente, las clases altas romanas sentían un tremendo respeto por la gloria (gloria) que se conseguía en el campo de batalla, ya que con ella se conseguían alabanzas enaltecedoras (laus) y establecía una fama basada en el valor (virtus). Por tanto, uno de los caminos más importantes para conseguir ascensos sociales y políticos pasaba por conseguir un mando militar, ganar batallas y obtener riquezas y botín. El supremo honor militar del triunfo era el culmen de cualquier logro senatorial. La política romana era tremendamente competitiva, y en la lucha por esos ascensos, aquellos que tomaban las decisiones importantes quizás serían reacios a que se acabaran las guerras. En otras palabras: el comportamiento social imperante podía influir en el Senado, bajo la presión de individuos o grupos importantes, para que cualquier disputa se agravara hasta convertirse en una guerra, o incluso para que provocara guerras.

A posteriori, puede parecer que la expansión romana era algo inevitable, pero es una idea equivocada, ya que la realidad era mucho más compleja. No existía un plan coherente de conquista del Mediterráneo parte por parte. Además, los romanos tuvieron la buena suerte de que muchos de los reinos helenísticos no fuesen más que tigres de papel. Heredaron el reino de Pérgamo, y Egipto cayó en sus manos casi sin esfuerzo.


3. La Transformación de Roma

“En cualquier situación esta estructura se mantiene debidamente equilibrada, tanto, que resulta imposible encontrar una constitución superior a esta” (6.18). En esta famosa definición del funcionamiento del Gobierno de Roma, Polibio cita elementos de la monarquía, la aristocracia y la democracia y, en su opinión, el resultado fue un gran éxito.

 Desde luego, a principios del siglo III a.C., hubo un periodo de estabilidad relativa gracias a que las clases altas trabajaban en armonía y la masa de plebeyos aceptaba su liderazgo. El consulado era la cima del éxito soñado por los patricios y los plebeyos acomodados, pues los cónsules se ocupaban de tomar decisiones políticas, militares y de las ceremonias de Estado, de manera que quienes ostentaban este cargo estaban en el centro de la actividad públicа. El Senado, un cuerpo poderoso formado por antiguos magistrados, ofrecía su consejo a los cónsules y otros magistrados. A los cónsules y a los demás les resultaba difícil ignorar la opinión conjunta de los senadores por todo el prestigio que acumulaban, el estatus y la experiencia sin rival del cuerpo. La legislación era responsabilidad de otras asambleas, en las que en cierto modo estaban representados todos los ciudadanos romanos varones. Sin embargo, la soberanía del pueblo romano estaba seriamente limitada.  Los comitia centuriata estaban formados por todos los ciudadanos, que se dividían en 5 grupos según la riqueza, los proletarios (proletarii), quienes no tenían el número mínimo de propiedades, estaban agrupados en una sola centuria. Las diez tribunas de la plebe elegidas anualmente mediante el concilium plebis, además de proteger la vida y las posesiones de plebeyos contra el ejercicio del poder de un magistrado (ius auxilii), eran sagradas (estaban protegidas del ataque bajo pena de una sanción religiosa), podían convocar reuniones del concilium plebis y proponer resoluciones; y lo que era más importante: tenían derecho a vetar cualquier acción de otro magistrado que tuviera relación con la Administración del Estado. Por consiguiente, potencialmente eran poderosos protectores de los derechos populares y de la soberanía del pueblo.

La influencia de las clases superiores en el gobierno, en la sociedad y en la organización religiosa seguía siendo enorme. Esto se acentuó mediante la práctica de la clientela: consistía en que los individuos de un estatus inferior (clientes) a los que se juzgaba eran personalmente dependientes de una persona de mayor estatus social (patrón), al que le ofrecían apoyo político votando por él o atendiendolo en público en reuniones políticas e incluso llegaban a agredir a sus oponentes; como recompensa, el hombre poderoso ofrecía beneficios en especies, como préstamos o protección, usando por ejemplo su influencia en los tribunales.

Ese consenso se rompió.

El gobierno de la República romana funcionaba mediante la coopеración entre los cónsules, otros magistrados, el Senado y las asambleas. Dentro del Senado, la edad, el mérito, la reputación y el prestigio (dignitas) permitían a unos pocos hombres tener una voz particularmente influyente, pero la mayoría habría estado de acuerdo en la importancia del statu quo y en el derecho a la libre competición por el cargo y el honor entre hombres de respetabilidad asentada. Sin embargo, cada vez había más signos de crisis en la autoridad natural del Senado y las normas políticas establecidas. Cónsules gobernando fuera de la ley (repitiendo sin poder hacerlo, por debajo de la edad mínima, etc.) El respeto a la integridad del cargo de tribuno de la plebe y al veto era esencial, concretamente porque un tribuno podía parar cualquier asunto público. No obstante, gradualmente ese ese respeto también se erosionó. 

En el siglo II a.C., cuando la competición se volvió más intensa y la ambición personal eclipsó la preocupación por el Estado, surgieron dos grupos políticos: los optimates y los populares. Los optimates, las supuestas personas de alto rango, eran aristócratas u hombres adinerados con propiedades que proteger cuyo objetivo fundamental era preservar el statu quo, ya que pensaban que era la mejor manera de garantizar su propio prestigio, influencia y el acceso a las riquezas que generaban las conquistas. Los populares solían ser del mismo rango social, como los optimates, y también perseguían logros políticos que los beneficiaran, pero estaban preparados para dar un giro a las prácticas y alianzas políticas tradicionales, sobre todo buscando el apoyo popular y poniendo en marcha medidas que beneficiaran al pueblo, como el reparto de tierra entre los ciudadanos más pobres, las fundaciones coloniales, los subsidios por el trigo y la atenuación de las deudas. Ambos grupos políticos usaban los tribunales para demandar y arruinar la reputación de un oponente mediante alguna acusación, y nadie se mostraba en contra de explotar la religión del Estado para bloquear sucesos indeseables. 

Las Doce Tablas sugieren que el modo de vida en Roma era en gran medida agrario (igual que en la mayoría de las demás sociedades itálicas) en el siglo v a.C. La agricultura seguiría siendo la base esencial de la actividad económica de Roma, gracias a los terratenientes que trabajaban su tierra; las tierras de labranza y la viticultura eran más comunes que la ganadería. El desarrollo económico se veía constreñido porque no existían facilidades de préstamo a gran escala, y porque el aprovechamiento de las grandes extensiones de terreno, que a menudo estaban dedicadas al cultivo de cereales, era limitado.

El problema del transporte terrestre era un obstáculo más serio. Las vías principales eran relativamente escasas e inicialmente estaban pensadas para un uso militar, e incluso por una ruta pavimentada los carros se movían lentamente y la energía de tiro de los animales era limitada. Por otro lado, el transporte en barco por el Mediterráneo era mucho más barato, pero requería una inversión inicial considerable. En Italia, el Tíber era muy importante, especialmente como ruta para los bienes importados a través de Ostia o Puteoli hacia Roma. En el norte de Italia, el Po (Padus) y sus afluentes destacaban como rutas de comunicación tanto a lo largo de los ríos navegables como por sus valles. Eran valiosos incluso dentro del área de la Galia Cisalpina, aunque el estuario del Po estaba muy lejos de Roma, lo que incrementaba el gasto del transporte de los bienes. La ganadería adquirió más importancia, y conforme los romanos controlaban cada vez más y más tierra en el sur de Italia, la trashumancia era más rentable. Quienes se habían involucrado en la producción y la artesanía ahora tenían más oportunidades: el mercado de los objetos cotidianos estaba en alza porque los ricos debían mantener residencias grandes y ostentosas para demostrar su estatus en la sociedad; así que debían comprar recipientes de cerámica, herramientas para la casa, ropa y zapatos; los objetos de lujo podían importarse, pero resultaban muy caros por los gastos del transporte. La fabricación de armas era obviamente un negocio con una demanda constante, pues las batallas anuales continuaban. Conforme el imperio de Roma crecía en el extranjero, la principal fuente de riqueza provenía de los impuestos que se recaudaban en los pueblos sometidos. La primera moneda romana conocida se acuñó en el año 326 a.С., con la leyenda «de los romanos». En torno al año 270 y siguientes, apareció una moneda regular que llevaba el nombre de «Roma», y en torno al 211, Roma acuñaba monedas de bronce (el as, que pesaba dos libras) y monedas de plata (el denarius, que valía diez asses y más o menos equivalía a un dracma griego). La producción de monedas estuvo limitada hasta el año 157, cuando se acuñó una tanda mayor de monedas de plata, gracias a los saqueos y a la producción de plata de las minas de Macedonia. Las monedas romanas, que se habían convertido en el medio aceptado de intercambio en Italia, ahora se extendían a las tierras extranjeras dominadas por Roma. Allí, las monedas ya no llevaban inscrito el nombre de Roma, puesto que ahora resultaba obvio qué Estado las acuñaba.

Cuando un hombre servía en el ejército durante largos periodos sin volver a casa, era fácil que algún vecino avaricioso y más poderoso se apoderara de su tierra. La mujer de un soldado ausente y el resto de su familia no estaban en igualdad de condiciones para luchar por mantener la propiedad y eso los llevaba a vender. 

Roma había sido una ciudad-Estado provinciana, pero estaba cambiando rápidamente para convertirse en una sede poderosa, en continuo desarrollo y con las miras puestas en el futuro, con una conexión muy cercana al mundo mediterráneo. La élite gobernante, que era innovadora y estaba dispuesta a adaptarse, ayudó en este proceso. El desfalco de los fondos del Estado era una práctica común y el soborno se convirtió en la solución a muchos problemas políticos. 

Las clases altas, o bien para darse ínfulas o por un interés genuino, estaban ansiosas por demostrar que comprendían la cultura y la literatura griegas mediante la ayuda de profesores griegos o, incluso, hablando y escribiendo griego. Estos avances fueron la base de la cultura grecorromana para el resto de la historia de Roma y más allá, así como el inicio de un enfoque bilingüe que finalmente caracterizaría la Administración romana en el este.

En el siglo II a.C., Roma era una comunidad segura de sí misma, poderosa, y desde luego su cultura ya no era poco sofisticada, pero conforme los romanos se movían cada vez más entre ciudades-Estado de civilización helenística y absorbían sus influencias, la literatura contemporánea empezó a orientarse en nuevas direcciones. 

En este excitante periodo de victorias militares, expansión romana y experimentación cultural, las prácticas religiosas romanas, al menos en opinión de Polibio, ayudaron a preservar el orden de la sociedad. El cumplimiento religioso combinado con el conservadurismo social y las revisiones y el equilibrio de la constitución romana ayudaron a preservar una infraestructura política relativamente estable. El colegio sacerdotal más importante era el de los pontífices («creadores de puentes»). Se originaron en el periodo regio y desempeñaban un papel muy influyente, porque dirigían la práctica religiosa y daban consejos sobre la ley sagrada. El sumo sacerdote (pontifex maximus), originalmente, era nombrado por el colegio, pero a partir del siglo 111 a.C. se elegía. El culto estatal se construyó en Roma en torno a ciertas deidades tradicionales y cambió poco. Júpiter era tradicionalmente el rey de los dioses; muy conocido por toda Italia, y más tarde se identificó con el griego Zeus. Otros elementos importantes en las creencias romanas eran los penates, espíritus del hogar, que eran honrados tanto en privado como en público, y los manes, espíritus de los muertos, a los que se les dedicaban festivales especiales, pero para quienes también se celebraban ceremonias privadas el día del aniversario de la muerte de un ancestro. Los lares eran guardianes de las encrucijadas, de los viajeros y, por extensión, del Estado. 

A pesar de la naturaleza intelectualmente conservadora y formulada de la práctica religiosa romana, sí que había innovaciones, y resulta interesante cómo el festival de un dios itálico bastante misterioso, como Saturno, se convirtió en un periodo de fiesta con siete días de celebración en diciembre, en los que se repartían regalos y se invertían los papeles habituales, de manera que los esclavos ocupaban el lugar de los señores. Cualquier forma de adoración que amenazara la cohesión social o el dominio de la élite gobernante se proscribía, tal y como ocurrió el año 186 en el caso del dios Baco (el griego Dionisio, dios del vino y el éxtasis), a cuyos pequeños grupos de adoradores se los consideraba alborotadores y una posible influencia rival para la autoridad gubernamental.