Woolf, Daniel. “Transitions: Historical Writing from the Inter-War Period to the Present”. En A Concise History of History. Global Historiography from Antiquity to the Present, 229-237, 239-251. Cambridge: Cambridge University Press, 2019. [traducción al español para uso exclusivo del curso]
Transiciones: escritura histórica desde el período de entreguerras hasta el presente
Historiadores de los Annales; microhistoria
La ‘Escuela’ de Annales se originó en la Francia de entreguerras y lleva el nombre de la revista Annales que comenzó a publicarse en 1929 en la Universidad de Estrasburgo, bajo la dirección de Marc Bloch y Lucien Febvre. Ambos fueron influenciados por los trabajos anteriores del sociólogo Émile Durkheim y del filósofo y geógrafo Henri Berr (1863- 1954). Los annalistas repudiaron la historia estrictamente política en favor de una histoire totale (historia total) que examinara la geografía, el clima, la economía y los patrones agrícolas y comerciales, así como las costumbres.
La École, fundada en 1868, es una institución destinada únicamente a la formación de posgrado, con el objetivo de complementar, en lugar de duplicar, los planes de estudio de las universidades. La nueva sección se dedicó específicamente a la investigación avanzada en ciencias sociales, y en 1975 se había convertido en una institución independiente por derecho propio, la École des hautes études en sciences sociales (Escuela de altos estudios en ciencias sociales, EHESS).
Los Annales han cambiado varias veces su orientación investigativa en las últimas ocho décadas, por lo que es más apropiado considerarlos como una tradición en evolución que como una ‘escuela’.
La ‘segunda generación’ de annalistas, un distinguido grupo a la cabeza del cual se encontraba Fernand Braudel (1902-1985), alumno de Febvre. Braudel impulsó decididamente la idea de la tierra y el mar como agentes de cambio. Braudel abogó por subordinar la histoire événementielle (historia episódica, referida a las acciones humanas a corto plazo, por ejemplo, en el mundo político) al estudio de períodos de duración intermedia o conjonctures (coyunturas) sociales, materiales y económicas, y a los cambios geográficos y climatológicos aún más lentos que tienen lugar a lo largo de la longue durée (larga duración) de siglos. Todavía no está claro hasta qué punto el enfoque es realmente aplicable a diferentes temas.
Las tendencias cuantitativas de esta etapa de la historiografía de Annales, también evidentes en la obra de Ernest Labrousse (1895-1988) – contemporáneo de Braudel pero no analista.
En décadas más recientes, sin embargo, se ha producido un nuevo cambio en la tradición. Muchos historiadores de Annales, y otros fuera de Francia que se identifican a sí mismos como sus admiradores o asociados, se han desviado de la cuantificación y se han dirigido al estudio de las mentalités a la manera de Bloch y Febvre, poniendo mucho más énfasis en las creencias individuales y colectivas y en las experiencias de vida a nivel local.
Fuera de Francia, otras personas han trabajado en una escala deliberadamente menor, por ejemplo, los proponentes alemanes de Alltagsgeschichte – literalmente la historia de la vida cotidiana– durante la década de 1980, en una reacción paralela contra la abstracción de la ‘ciencia social histórica’ alemana. La ‘microhistoria’ de los años setenta, ochenta y noventa surgió inicialmente en Italia. De hecho, microhistoria es una abreviatura práctica para describir un conjunto de formas diferentes de estudiar lo general a través de lo local.
Las grandes fortalezas de la microhistoria, especialmente en su última forma, consisten en que es muy fácil de leer (típicamente cuentan un relato) e involucra a individuos históricos identificables cuyas dificultades y peculiaridades humanas evocan una simpatía emotiva, recuperando una humanidad a veces perdida en la gran escala de la historia annalística al estilo de Braudel.
Por otro lado, voces críticas se han preguntado sobre la utilidad de algunos de estos estudios, cuestionando el grado en que permiten hacer generalizaciones válidas sobre cómo funcionaban las sociedades pasadas a partir de estos ejemplos ‘micro’, o bien desafiando la evidencia en que se basan las narrativas mismas o el alto grado de conjetura e inferencia que exigen, además, tienen el potencial de difuminar las diferencias entre el pasado y el presente y, con ello, un sentido de distancia que durante tres siglos se ha considerado un elemento esencial en el pensamiento sobre la historia.
Historia y Ciencias Sociales
Ya desde Jean d’Alembert e incluso Ibn Jaldún, se habla de la cercanía de la historia y otras ciencias sociales. La respuesta usual de los historiadores del siglo XIX hacia las ciencias sociales emergentes había sido la sospecha, debido al predominio del rankeanismo y su énfasis en la historia política, a la atención historicista más general al individuo en lugar de a la sociedad, y a la popularidad de la biografía y la historia heroicas entre el público lector.
Marx, por supuesto, ya había esbozado una versión particular del vínculo de la historia con la economía, mientras que otros, como Comte, la habían vinculado con la disciplina aún más nueva de la sociología. La Methodenstreit (disputa sobre el método) alemán había sido, en parte, un debate sobre la naturaleza de la conexión de la historia con estas y otras disciplinas, especialmente la antropología, la geografía y la psicología.
Entre los fundadores de la moderna historia orientada a las ciencias sociales destacan otros dos sociólogos tempranos: el francés Durkheim y el alemán Max Weber. Ambos estaban enormemente interesados en el pasado. En la primera mitad del siglo XX, los sociólogos británicos y, sobre todo, los estadounidenses, recurrieron a la historia (un tránsito no siempre correspondido en la otra dirección).
La medición empírica siempre ha sido un componente importante de la historia orientada a las ciencias sociales – y a veces incluso de la historia política. Si bien la cuantificación tiene un largo pedigrí, fue después de la Segunda Guerra Mundial que surgió más claramente como una potencial pomada canaria para los historiadores ansiosos por unir su oficio a las filas de las ciencias ‘duras’. La ‘nueva historia económica’ o ‘cliometría’ surgió por primera vez en la década de 1960.
El período comprendido entre finales de la década de 1950 y principios de la de 1970 marcó el punto álgido en esta fase de la alianza entre sociología e historia.
A mediados de la década de 1970, la influencia de la sociología y la economía había comenzado a decaer entre los historiadores, algunos de los cuales miraron hacia otras partes de las ciencias sociales, en particular hacia la antropología, y en primera instancia la variedad ‘estructuralista’ personificada por Claude Lévi-Strauss.
Esto ocurrió al mismo tiempo que la historiografía europea comenzaba a distanciarse de un enfoque en grandes patrones y sistemas y, en cambio, se volvía hacia el examen de casos particulares, locales, a veces típicos y a veces bastante atípicos (como se manifestó en la microhistoria).
El diálogo continuo entre la historia y las ciencias sociales es en parte una consecuencia de esa conversación anterior, de finales del siglo XIX, sobre la historia y las ciencias naturales, un debate que sobrevivió a las intervenciones de Windelband y Croce. Este se dividiría en otras tres áreas, la filosofía de la historia, la filosofía de las ciencias sociales y la historia y sociología de la ciencia, y de ahí volvería a la disciplina de la historia misma.
El otro desarrollo también involucró a la ciencia, específicamente a su historia y sociología. En 1962, Thomas Kuhn (1922-1996), un físico convertido en historiador. Kuhn sugirió que la ciencia se conducía de dos modos distintos: rutinariamente como ‘ciencia normal’, modo en el cual los investigadores que operan bajo supuestos y reglas compartidos aumentan gradualmente los datos y los conocimientos; y, ocasionalmente, en un modo de ‘crisis’ durante el cual esos viejos supuestos se desmoronan –principalmente por el peso de los datos que ahora los contradicen– y hay que generar supuestos nuevos totalmente inconmensurables con los anteriores. Kuhn llamó ‘paradigma’ a la colección de supuestos y prácticas determinantes, y así legó para siempre esa palabra a las ciencias sociales
Con respecto a la historiografía en general, los conceptos de ‘cambios de paradigma’ y ‘ciencia normal’ han tenido dos efectos principales. En primer lugar, dentro de la propia historia de la ciencia – que a lo largo de finales del siglo XX se ha convertido en una disciplina independiente– el modelo kuhniano contribuyó a crear un tipo diferente de historia, fijada menos en la explicación detallada de las ideas científicas del pasado y más en sus contextos sociales y culturales (y las limitaciones y restricciones que éstos imponían a la generación de conocimiento), independientemente de su estatus normativo o de su consistencia interna. La segunda forma en que las ideas de Kuhn han afectado a la historiografía va mucho más allá de la historia de la ciencia y se extiende a otras áreas: si su modelo ayuda a explicar el cambio científico, ¿se puede aplicar también a nuestra comprensión de cómo cambia la historiografía misma?
Historia bajo dictaduras y regímenes autoritarios
El filósofo Karl Popper desconfiaba profundamente de los vínculos entre la historia y las ciencias sociales, creyendo que habían conducido a intentos violentos y opresivos de diseñar sociedades de acuerdo con patrones históricos aparentemente ‘inevitables’. Lo que sí es cierto es que el siglo XX ha visto (y el XXI sigue viendo) el uso de la Historia y la historia por una serie de dictaduras, juntas y regímenes totalitarios a la derecha y la izquierda del espectro político.
En la Italia de Mussolini, historiadores emigraron tras la imposición fascista de leyes antijudías en 1938. Pero los fascistas no se dieron por satisfechos, como algunos regímenes, con la eliminación de los enemigos percibidos: cooptaron a historiadores como Gioacchino Volpe (1876-1971) para que escribieran relatos ideológicamente aceptables.
Japón siguió un curso similar en la década de 1930, destacando las conexiones con un glorioso pasado imperial y con éxitos militares más recientes contra potencias vecinas como Rusia.
En Alemania, un nacionalismo agresivo y nostálgico proporcionó la columna vertebral ideológica de la historiografía nazi y justificó la purga de la profesión y de la intelectualidad en general. Los historiadores judíos y de izquierda huyeron de Alemania durante la década de 1930, arribando principalmente a Gran Bretaña y Estados Unidos, donde tendrían un profundo impacto en las profesiones de posguerra en ambos países. De mayor importancia son las secuelas de la historiografía nazi desde 1945, la revisión de la historia alemana y el difícil y a menudo doloroso proceso de reflexión sobre su distintivo pasado reciente. La mayor transición se produjo después del final de la guerra, cuando se rompió la resistencia tradicional de la profesión a los métodos de las ciencias sociales.
Controversia de Fischer a principios de la década de 1960: Fischer afirmó la responsabilidad alemana tanto por la Segunda Guerra Mundial –lo que ya se aceptaba por la mayoría de los historiadores convencionales– como por su predecesora. En su opinión, se podía trazar una línea directa desde las políticas de los estadistas alemanes de finales del siglo XIX hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial.
El ‘Historikerstreit’ (‘disputa de los historiadores’) de finales de la década de 1980: La pregunta aquí era si el Holocausto fue el acto anómalo de un pequeño grupo de criminales (los líderes nazis) o más bien algo aún más siniestro: la espantosa culminación de profundos problemas estructurales dentro de la sociedad alemana.
En la extrema izquierda, las condiciones para la historiografía durante gran parte del siglo XX fueron notablemente similares. La atmósfera moderadamente tolerante de la década de 1920 dio paso a estrictos controles del Partido, y a partir del debilitamiento simultáneo y luego la disolución (1936) de la Sociedad de Historiadores Marxistas, el Estado ejercería una influencia dominante en la escritura de la historia. La censura rígida alcanzó su punto máximo en los últimos años del gobierno de Stalin, durante los cuales prácticamente cualquier forma de historia en libros, películas o transmisiones tenía que reflejar los juicios contenidos en el libro de texto estalinista. Con la llegada de la Guerra Fría, la supervisión del Partido se extendió más allá de las fronteras de la URSS para incluir a sus ‘aliados’ del Pacto de Varsovia en Rumania, Polonia, Bulgaria, Alemania Oriental, Hungría y Checoslovaquia, todos los cuales impusieron diversos grados de restricción a los historiadores.
La imposición del marxismo de Estado sobre la historiografía en el otro gran bastión del comunismo, China (República Popular desde 1949), se complicó por el hecho de que el dogma maoísta tenía que superponerse a una sociedad todavía organizada en muchos sentidos según los principios confucianos: El confucianismo veía el mundo como un continuum estable, puntuado por ascensos y caídas dinásticas; el marxismo lo veía como el escenario del progreso lineal; donde el confucianismo veía orden y armonía, el marxismo giraba en torno a la lucha de clases y la revuelta. A partir de principios de la década de 1950 y hasta la década de 1970, la erudición china se enfocó en la historia del campesinado y del capitalismo, presentando el triunfo del comunismo como inevitable. La Revolución Cultural tuvo un impacto aún más terrible unos años más tarde. Desde el comienzo de la liberalización a finales de la década de 1970, se han abierto eras enteras para su examen, aunque una resolución del Partido de 1981 intentó poner coto, en nombre de la unidad, a las discusiones históricas en curso sobre el período maoísta. En el último cuarto del siglo XX, la historiografía china también ha comenzado a interactuar una vez más con Occidente.
En 2009 Rusia inauguró una comisión presidencial para contrarrestar ‘la falsificación de la historia contraria a los intereses de Rusia’ y restaurar la maltrecha imagen soviética.
La forma reactiva de esta vigilancia del pasado es observable en aquellos regímenes, de derecha o de izquierda, donde se produce una flagrante represión y censura, donde los canales de publicación están estrictamente controlados, la opinión es monitoreada de cerca y la disidencia es castigada con la pérdida de un empleo académico, el exilio o el encarcelamiento.
Historia desde abajo
La intolerancia política no es patrimonio exclusivo de los regímenes autoritarios, y las limitaciones a la libertad de expresión y publicación de los historiadores se producen incluso bajo gobiernos democráticos.
El coqueteo de muchos intelectuales con el socialismo y el marxismo antes de 1945 sentó las bases de una tendencia historiográfica más amplia que, en la era de la posguerra, se convertiría en la historia del trabajo, la ‘historia radical’ y lo que a veces se llama ‘historia desde abajo’.
Exceptuando a Francia e Italia, ningún país democrático ha generado una historiografía marxista tan vigorosa como Gran Bretaña, donde prácticamente todos los períodos desde la Edad Media hasta principios del siglo XX han sido bien cubiertos, y donde los historiadores socialistas y marxistas han disfrutado de un perfil público desproporcionadamente importante en comparación con su número relativamente pequeño.
Los historiadores británicos de izquierda han evitado en gran medida la persecución política y la interrupción de la carrera sufrida por sus homólogos en otros lugares.
Estados Unidos tiene una tradición igualmente larga de ‘historia de izquierda’, que se remonta a los historiadores progresistas y nuevos de principios del siglo XX. A partir de 1945, un nuevo compromiso con las ideas concomitantes del excepcionalismo de Estados Unidos y el ‘consenso’ sobre el que este se construyó. A finales de la década de 1940 y 1950 quienes tenían afiliaciones izquierdistas a menudo se enfrentaron a preguntas difíciles sobre su ‘lealtad’. A veces, por supuesto, la censura podía venir de la otra dirección, ya que los liberales entraban en conflicto con aquellos que tenían posiciones más radicales.
La historia desde abajo, junto con la historia negra, la historia de las mujeres y la historia nativa, habían establecido a principios de la década de 1970 una pequeña pero firme cabeza de playa en los departamentos de historia de las universidades. A finales de esa década, la posición curricular de todos ellos era bastante más segura, justo a tiempo para resistir el resurgimiento del conservadurismo de la década de 1980 en Estados Unidos y varios de sus aliados occidentales. No hay certeza de que puedan resistir la propagación del anti-intelectualismo populista, la hostilidad a la evidencia y el pensamiento reduccionista que ha contaminado el discurso público en los últimos años.