Gómez-Santacruz, Julio. "Sociedad y cultura en el bajo imperio" en: Historia Antigua (Grecia y Roma), Joaquín Gomez Pantoja (Coord.), 1 ed. Madrid: Ariel, 2003. pp. 883-913.
Se llama bajo Imperio al período entre 284 y 476. Es un período de transición, con inquietud económica y social por la inseguridad, desigualdad, “barbarización”, intolerancia, guerra e inestabilidad política que culmina con la desaparición de la autoridad imperial en Occidente. Desaparece el princeps y aparece el dominus y deus.
Una sociedad sumida en la angustia que encuentra nuevos valores en el cristianismo.
Hay fuentes diversas pero están muy influidas por el afán propagandístico, pues la disputa intelectual entre paganos y creyentes es cardinal.
Los textos eclesiásticos son muy abundantes. La literatura de los Padres de la Iglesia: las Crónicas, Historias Eclesiásticas, exégesis bíblicas, sermones y epístolas de Basilio, Gregorio de Nisa. Gregorio Nacianceno y Juan Crisóstomo escritas en griego e Hilario, Agustín, Ambrosio, Jerónimo, Orosio, Prudencio y Rufino escritas en latín; además de Cipriano, Arnobio, Lactancio, Porfirio y Tertuliano y para la última época, Sócrates, Sozomeno, Teodoreto, Cesáreo de Arlés, Máximo de Turín y Martín de Braga.
** Ver sobre historia de la liturgia aquí, aquí y aquí
El contraste Oriente-Occidente
Tras siglos de unidad imperial, a fines del siglo IV, el imperio aparece diferenciado entre las partes de Oriente y de Occidente. Con la quiebra del imperio ambas tomaron caminos bien distintos: mientras la pars Occidental acabó desmembrada en los reinos germánicos, la pars Oriental logrará mantener la idea del Imperio romano, si bien adaptada a la idiosincrasia oriental, durante el Imperio bizantino. Desde la segunda mitad del siglo III, las diferencias entre las regiones del Oriente y del Occidente imperial adquieren mayor dimensión cuando las partes afrontan de manera no siempre conjunta la nueva problemática del Imperio tardío.
Se creó un nuevo mapa administrativo con cuatro grandes prefecturas, divididas en doce Diócesis y un centenar de provincias con sus respectivos municipios y órganos de gobierno. La armonía y la equilibrada evolución del imperio se empieza a romper cuando esas zonas se enfrentan con distintos problemas y paulatinamente ofrecen distintas respuestas. No existe, en ningún caso, reparto territorial, pero el estratégico traslado de las capitales palatinas hacía las fronteras redunda en perjuicio de la idea de Roma como centro unificador del imperio.
A la muerte de Teodosio, el 17 de enero del 395, la división fáctica del Imperio se hace oficial y definitiva en la herencia de sus dos hijos: Arcadio -con Rufino como regente- gobernará la pars Orientis con capital en Constantinopla y Honorio-con Estilicón como regente- gobernará la pars Occidentis con capital en Milán.
Esa división bipartita del Imperio no fue ya más cuestionada. En los siguientes años, el abismo entre ambas partes se abre aún más con la caída de Roma en el 410 en manos del godo Alarico; seguido de la llegada de vándalos, visigodos, alamanes, francos, etc., de manera que el Imperio occidental dejó de existir bastante antes del 476.
Ya la política religiosa de los sucesores de Constantino, tras la oficialización del cristianismo, exacerbó las tensiones entre el arrianismo oriental y el credo niceno occidental.
Es más, caído el imperio, la Iglesia de Occidente se libró de la tutela política imperial y el papa de Roma impone la supremacía del poder espiritual sobre el temporal. Cosa que no logró la Iglesia de Oriente, donde el patriarca de Constantinopla aceptaba las decisiones imperiales bizantinas. La Iglesia de Roma se distancia de la Iglesia oriental de Antioquía y Alejandría.
El ámbito cultural Oriental presenta un panorama mucho más rico y heterogéneo que el Occidental; si en éste es el latín el idioma imperante, en Oriente conviven entrecruzadas y uniformadas por el legado helenístico, las culturas griega, siria y egipcia y, además del griego, se habla sirio, copto y arameo.
Ciudades y campos orientales aparezcan más ricos y prósperos que en la parte Occidental.
En Occidente se multiplica la gran propiedad y el régimen de explotación agrícola del colonato-precisamente venido de Oriente- y de forma paralela, los fenómenos del dominado y patrocinio que acabarán por limitar el poder del Estado.
Oriente estuvo ceñida a la cuestión persa, mientras que en Occidente estuvo desgastado en una constante defensa del limes septentrional.
Hay una sacralización del poder imperial: junto al absolutismo imperial definido por los principios del Dominus, se perfilan también los componentes ideológicos propios del Deus. Los nuevos apoyos religiosos e ideológicos se inspirarán en el Oriente helenístico, en la divinización al modo persa que hacía monarca intermediario y representante de la divinidad en la tierra.
**Wikipedia: Los honestiores agrupaban senadores y magnates o potentes y los consors, es decir, los ricos terratenientes romanos y godos. Los obispos se asimilaban a los honestiores. Los humiliores son los más humildes, los más pobres.
En las ciudades hubo contracción de mercados e inflación que ocasionaron un descenso de su nivel de renta agravado por la incesante presión fiscal. Por otra parte, los Collegia, corporaciones profesionales con responsabilidad compartida, se convierten en obligatorios por disposición del poder imperial como el mejor medio para el control de su actividad por un Estado necesitado de asegurarse sus prestaciones.
Todo miembro de un «colegio» o asociación se vincula a ella con su familia y su patrimonio por ley desde Constantino. En especial, las corporaciones vinculadas al abastecimiento de la annona y los talleres imperiales. Se tiende a formar castas cerradas gremiales.
En el ámbito rural, los humiliores experimentarán un proceso económico y social que les lleva a una situación de colonato y nuevas formas de dependencia que trastocaron, de forma irreversible, la situación social del campesinado. Se abre el camino hacia una perpetua conductio o sistema de arrendamiento vitalicio que conduce al colono a una situación de dependencia.
El edicto de Caracalla a inicios del siglo III proclamaba la igualdad en la ciudadanía para buena parte de la población del imperio. Pasadas unas generaciones, las normativas de Diocleciano, las disposiciones de Constantino y los decretos de Teodosio, reglamentan las condiciones de vida de toda esa población de ciudadanos, las de su trabajo y herencia de sus oficios. En el siglo IV, cada individuo era clasificado de acuerdo con su nacimiento en una clase social y en un oficio determinado. Esa más diáfana jerarquización social garantizaba la recaudación de impuestos y la responsabilidad ciudadana ante las tareas concernientes a la vida del Estado. La movilidad social incluso aumentó gracias a las nuevas vías de promoción que representaban las carreras militares y burocráticas, abiertas a todos aquellos -incluso bárbaros-dispuestos a mantener el aparato estatal. Eran pues excepciones los campesinos libres o los artesanos no sujetos a reglamentaciones
Crisis y respuestas
Avanzado el Bajo Imperio, la amenaza exterior surgió de nuevo en Oriente con los persas y en Occidente con los bárbaros y germanos: se suceden grandes derrotas y paces vergonzantes -Juliano, Adrianópolis, saco Roma, etc.- No faltaron tampoco enfrentamientos civiles y revueltas en el interior -Máximo en la Galia, sucesores de Teodosio-. El panorama económico también parece haber variado: regreso a la riqueza fundiaria, contracción del comercio, extensión de las tierras sin cultivar-agri deserti-, despoblación y baja natalidad. Dentro de ese contexto, en buena parte de las provincias, la actividad económica urbana, comercio e industria, decayó progresivamente, a la vez que se producía una imparable ruralización del Imperio.
La progresiva situación de indefensión de los humiliores en los campos y ciudades ocasionó un fenómeno de especial interés y consecuencias: el llamado movimiento de los patrocinios. Primero se fomentó, luego se pretendió combatir y ya en época de Teodosio, se reconoce la responsabilidad fiscal del patrono sobre sus colonos en el mundo rural.
El mapa urbano del Imperio en estos siglos presenta distintos grados de urbanización entre la zona Oriental y la Occidentaly, dentro de ambas partes son apreciables también diferencias entre el litoral y el interior.
Las reformas monetarias emprendidas en el siglo IV lograron acrecentar la inflación que atenazaba la vida económica de las ciudades.
El ordo curial (miembros principales de un gens (clan) de la ciudad de Roma) se ha convertido en una casta cerrada hereditaria a la que el Codex Theodosianus prohíbe huir de sus obligaciones refugiándose en el campo. Igual ocurre con algunas profesiones de la plebe urbana convertidas en obligatorias y hereditarias y sobre las que el Estado ejerce un control mucho más férreo.
La posesión de la tierra es durante el Bajo Imperio la base de la riqueza. Los clarissimi son, junto al emperador y la Iglesia, los mayores propietarios de tierras y grandes beneficiarios de la situación. La gran propiedad bajoimperial pertenece tanto a los grandes terratenientes como a los dominios imperiales que siguen siendo muy extensos.
Se produce cierta uniformación de los términos servi, coloni, así como los de tributarius-colono que paga impuestos al propietario-, inquilinus colono domiciliado en una propiedad- y originalis - el nacido en la propiedad-. Todos quedan sujetos al dominium de su propietario.
Al igual que en la época clásica, los aristócratas se retiran a la vida rural como medio de su realización social y económica, pero sin perder los vínculos con la ciudad. Estas grandes villae del Bajo Imperio son diferentes a las anteriores del Alto Imperio en su tipología, funciones y objetivos. Surge ahora, en el medio rural, la «villa áulica» que diferencia con claridad la parte residencial del dueño-de un lujo y suntuosidad inauditos hasta el momento--y la parte dedicada a la explotación económica, que comprende no sólo tierras, sino también talleres de manufacturas agrícolas e industriales, explotaciones ganaderas y las viviendas de los campesinos integrados en esas propiedades.
Según aumenta la intensidad de la crisis económica y se polariza la organización de la sociedad, crece la tensión y el malestar de los más desfavorecidos y dirigen su ira contra el emperador. Las revueltas más graves acontecieron en el extremo occidental, llamadas revueltas baugádicas, por bacaudae: gentes errantes y bandas armadas. Se suman las revueltas “circunceliones” por ser campesinos que merodeaban (circumiens) las grandes propiedades del ámbito rural y el movimiento herético del Priscilianismo (por Prisciliano, obispo de Ávila).
Hubo epidemia, guerra, hambruna y carestía.
Defensa del Imperio
Una de las más perentorias preocupaciones de la época bajoimperial fue la defensa del imperio, mediante la reforma del aparato militar con la consiguiente presión fiscal.
Se contrataron contingentes bárbaros como mercenarios, lo que fue el inicio de la “barbarización” del ejército romano y pérdida de profesionalidad y sentido patriótico. Hubo reclutamiento obligatorio.
Desde los Antoninos, el ordo senatorial venía siendo desplazado progresivamente por el ordo ecuestre.
Los asentamientos militares se organizan como unidades civiles y económicas: los soldados son recomendados con tierras, las legiones poseen su patrimonio y participan de las tareas burocráticas.
Se fortalecen los impuestos directos pero con la misma tasa por cabeza, lo cual impone mucha más carga al campesinado, aunque siguen vigentes impuestos indirectos como el portorium en aduanas. Toda esta compleja fiscalidad se apoyaba en la impresionante administración financiera del Bajo Imperio que evaluaba, en teoría, la globalidad de impuestos a recaudar por cada diócesis, provincia, ciudad, pueblo, dominio y persona.
La nueva religiosidad
El siglo IV conoció el éxito del Cristianismo. Religión ilícita hasta el 313, era ya en el 380 la religión del Estado. Caracteriza pues al Bajo Imperio la pugna entre un cristianismo ascendente y el paganismo grecorromano culminada, a fines del siglo IV e inicios del V (373-430), con la consolidación del cristianismo como Iglesia de todo el imperio.
Entre 303-304 se promulgaron cuatro edictos: depuración política de los cristianos en el aparato del Estado; quema de iglesias y libros sagrados; obligación de sacrificios a los dioses romanos como prueba de su lealtad al imperio y finalmente, con Galerio, condena a muerte de los miembros del clero y de los cristianos que no celebraran sacrificios.
Constantino, tras el fracaso de la fórmula diocleciana, dentro de su pragmatismo político tuvo el acierto de «enganchar su carro al astro ascendiente de los cristianos» (M. Gough).
Constantino decreta la libertad de culto universal y, con ella, el reconocimiento del cristianismo a todos los efectos. Constantino será ya para siempre el responsable de la legalización de la religión cristiana con el «Edicto de Milán» del 313. La dinastía constantiniana favoreció la preeminencia cristiana con disposiciones de gran calado: la concesión de templos y los medios de su mantenimiento, clero exento de obligaciones públicas incompatibles con su cargo y sobre todo de impuestos y prestaciones. Pudo también la Iglesia recuperar las propiedades confiscadas y recibir bienes de sus fieles y a la vez adjudicar tierras y otros bienes. Obtuvieron por otra parte los cristianos un más fácil acceso a cargos oficiales, administrativos y a la corte imperial.
De forma paralela, a lo largo del siglo IV, la Iglesia desarrolla unas sólidas bases institucionales eclesiásticas en cuanto comunidad. Se generaliza el modelo oriental de organización establecida sobre el poder episcopal: obispos y diáconos, acólitos y subdiáconos, exorcistas y lectores, catecúmenos y bautizados.
Desacuerdos en materia teológica, pero que esconden desavenencias con el poder político; y en no pocas ocasiones, eran reflejo del malestar social en determinadas partes del imperio. Esas disputas doctrinales sobre la naturaleza de Cristo, la Trinidad, la gracia, sobre aspectos de la fe y de la organización de la Iglesia se desarrollaron en el marco de los «Concilios ecuménicos» o asambleas episcopales.
Más importante fue el Concilio de Nicea (325), el primero de los «Concilios ecuménicos», convocado por Constantino para afrontar la herejía, muy extendida, del arrianismo-por Arrio, sacerdote de Alejandría--. La asamblea impuso el dogma de la igualdad sustancial del Dios-hijo y el Dios-padre, pero la división entre arrianismo y ortodoxia nicea se mantendrá en los años siguientes y será motivo de enfrentamientos entre emperadores-los hijos de Constantino, los primeros valentinianos-y de creciente tensión entre Oriente y Occidente. La actividad misionera penetró en el mismo imperio sasánida-nestorianismo-, entre los egipcios coptos-; y más al norte, en el limes, destacó la evangelización de Ulfilas entre los godos-convertidos al arrianismo-y de Irlanda y Escocia. Roma sigue como primera sede eclesiástica y su obispo comienza a usar el título de papa (Dámaso y Siricio). En los últimos años del reinado de Honorio se afirmó el poder del Papa sobre el resto de los obispos de la estructura eclesial occidental.
La cultura y el pensamiento
La vida cultural-la actividad artística e intelectual-es doblemente interesante por su ambivalencia y tiene como principal aliciente el paso de la cultura clásica -tempora antiqua a la cultura cristiana--tempora christiana. Entre 373-430, conoció el florecimiento creativo de su pensamiento con «la edad de oro de los Padres de la Iglesia».
Precisamente el pensamiento pagano bajoimperial viene representado por la antigua aristocracia romana, cada vez más minoritaria en su postura ante la conversión al cristianismo de importantes miembros de las élites políticas y económicas. La desaparición de la unidad cultural entre la aristocracia y el peso de lo militar explica que las creaciones literarias se mostraran eclécticas, en una confusión de géneros, sin originalidad ni vitalidad.
Ahora bien, la mayor aportación cristiana se reserva para los escritos apologéticos de los Padres de la Iglesia. Protagonistas de la respuesta a la postrera reacción del paganismo de fines del IV y comienzos del V cuando el Imperio cristiano parecía vacilante. Son Atanasio de Alejandría-Discurso contra gentiles- Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa, Gregorio Nacianzo-Discursos y Epistolas y Juan Crisóstomo en la Iglesia Oriental e Hilario, Agustin. Ambrosio, Jerónimo, Orosio, Prudencio y Rufino en la Iglesia Occidental; y con anterioridad, Cipriano, Arnobio y Porfirio. La citada reacción pagana vino impulsada desde ciudades como Atenas, Antioquía o Alejandría por filósofos y otros pensadores de la aristocracia tradicional que denuncian la intolerancia y responsabilidad del Cristianismo en los males del imperio, a la vez que acusan a la doctrina cristiana de nueva y dividida.
San Ambrosio (340-397), desde el obispado de Milán, actúa como «conciencia cristiana del imperio». San Jerónimo (342-420), anacoreta en su juventud, propagandista exigente, es autor de una versión bíblica-la Vulgata- que reemplazó la vetus latina o primeras versiones latinas de la Biblia y fue canónica durante siglos.
San Agustín (354-430), experimentado pensador-escéptico, astrólogo, maniqueo y platónico- acaba convertido al cristianismo a los 32 años. Esa búsqueda espiritual queda plasmada de forma autobiográfica en Confesiones. En La Ciudad de Dios, escrita tras los acontecimientos del 410.
Pese al éxito del cristianismo, se observa una pervivencia de buena parte de la simbología pagana en el arte paleocristiano, aún mayor en el ámbito rural y sobre todo en la decoración de las villae.
La obra reformadora de Diocleciano recuperó la construcción edilicia patrocinada por un Estado de nuevo solvente gracias a la exhaustiva fiscalidad.
A las construcciones públicas-basílicas y foros-y a los edificios de vida social y diversión -termas, anfiteatro-se añaden durante el Bajo Imperio los edificios para el culto del triunfante cristianismo. Construcciones destinadas a funciones muy concretas: baptisterios, martyria (tipo de iglesia o santuario cristiano construido sobre la tumba de un mártir o en un lugar asociado con eventos importantes de la fe cristiana, como la vida de Cristo) y mausoleos. Asimismo, la «nueva arquitectura cristiana»-nueva, más por su función que por sus materiales-hace de la «iglesia» el espacio de reunión de la asamblea de la comunidad en presencia de Dios.
Para la decoración de los nuevos templos cristianos, se prefiere la pintura y el mosaico a la escultura. Serán los eficaces soportes de la activa propaganda de los princi- pios y leyendas cristianos. Pinturas que enlazan con los expresionistas frescos de las catacumbas primitivas. El arte cristiano, desde antes de su legalización desarrolló el arte funerario con la catacumba como necrópolis acompañada de una compleja iconografía: figuras del pescador, pastor,orante, la cruz y el crismón, el banquete, el kantharos, la paloma, peces, etc.
La sacralización de la figura del emperador, el misticismo religioso cristiano, la angustia propia de una época de transición fueron el marco para definir una idea de «decadencia» a la que se sumó la idea cristiana del «Juicio de Dios»; años de envilecimiento, de corrupción e ineficacia según muchos testimonios imbuidos del excesivo moralismo de la época.
La jerarquía eclesiástica constituye un nuevo ordo privilegiado que desde la Iglesia atiende la instrucción y necesidades de sus fieles que son ya la inmensa mayoría de los habitantes del Imperio.