Woolf, Daniel. “Transitions: Historical Writing from the Inter-War Period to the Present”. “Where do we go from Here? Reflections, New Direction and Prognostication”. En A Concise History…, 255-280, 290-300. [traducción al español para uso exclusivo del curso]
** 255-260 De la historia de las mujeres a historias de género y sexualidad
La presencia de historiadoras en la profesión disminuyó en los años posteriores a la conclusión de la Primera Guerra Mundial, una tendencia que continuó hasta la década de 1960. Fuera de América del Norte y Europa occidental, la prominencia de las mujeres en la disciplina fue aún más desigual, un patrón que ha continuado hasta la actualidad.
A finales de la década de 1960, el problema no era la falta de interés en la historia de las mujeres, o de escritos significativos sobre ella, sino más bien su ausencia de los planes de estudio universitarios y en la agenda de investigación, junto con una escasez persistente de mujeres en puestos titulares de profesorado, cualquiera que fuera su campo de estudio nacional.
La presión a favor de la historia de las mujeres en la década de 1970 acompañó al crecimiento del movimiento de liberación de la mujer (o feminismo de la ‘segunda ola’) y al desarrollo de perspectivas feministas en la filosofía y las ciencias sociales.
Sin embargo, durante las décadas de 1970 y 1980 continuaron existiendo discusiones sobre dónde y cómo encajaba la historia de las mujeres en la ‘historia propiamente dicha’ o la ‘corriente principal’. Desde el punto de vista de algunos historiadores varones, la historia de las mujeres era el símbolo por excelencia de la continua fragmentación de la disciplina a lo largo de líneas de ‘grupos de interés’.
Un cambio significativo se produjo después de 1986, año en el que Joan Wallach Scott (n. 1941), una académica estadounidense que trabajaba en la historia de Francia, publicó un artículo seminal, ‘Género: una categoría útil de análisis histórico’, instando a alejar la atención de las mujeres como seres biológicamente esencializados y reorientarla hacia el estudio del género y su construcción social (y lingüística). En lugar de centrarse en la opresión y la subordinación o, a la inversa, en la acción heroica o transgresora de la mujer en el pasado, ahora se podía centrar la atención en la forma en que el género influye en todo el rango de la actividad humana del pasado, incluidas aquellas esferas como la vida política en las que las mujeres han sido notablemente escasas. Ya no es posible ‘despreciar la historia de las mujeres o de género’. Y, al menos en América del Norte, la población de mujeres titulares o en proceso de obtener titularidad en los departamentos de historia ha crecido considerablemente.
** 260-262 Historiografía africana de la posguerra
A partir de la década de 1960, a raíz de la descolonización de la posguerra, la historia africana comenzó a abrirse camino, lentamente, en los principales planes de estudio de historia dentro y fuera de África. Una de las consecuencias de la descolonización de África fue que, en primer lugar, una narrativa maestra del progreso al estilo europeo simplemente se importó y se adaptó a fines locales. Dada esta continua influencia intelectual, gran parte de la nueva escritura histórica africana hasta bien entrada la década de 1960 estuvo marcada por una narrativa nacionalista triunfal del avance en la maduración de tal o cual ex colonia --bajo la tutela de un imperio benévolo-- hasta convertirse en un miembro libre y pleno de la comunidad internacional. Esta narrativa tenía la mayoría de los componentes de la historiografía ‘whig’ ("historia Whig" se refiere a un enfoque historiográfico que interpreta la historia como un progreso lineal hacia un estado presente ideal) previa a la guerra, tales como el desarrollo sostenido en el pasado de las instituciones políticas, la centralización del poder y la mejora de la administración –todas las características del Estado occidental moderno.
A menudo no es muy productivo examinar las tradiciones orales en busca de historicidad, menos aún de información cronológica precisa (existe una extensa literatura metodológica especializada en este asunto, que no puede detenernos aquí). Es mejor considerarlas por lo que pueden decirnos sobre los valores contemporáneos. Incluso los expertos más comprensivos han señalado tres grandes fenómenos que complican el análisis, como el ‘telescópico’ (el truncamiento o la expansión de las líneas dinásticas para llenar vacíos cronológicos), la ‘retroalimentación’ (el efecto de la escritura en el testimonio hablado, y específicamente el riesgo de que una tradición haya sido contaminada por hechos extraídos de fuentes literarias coloniales o externas y simplemente los esté repitiendo) y la ‘amnesia estructural’ (el olvido colectivo de detalles y figuras del pasado que ya no encajan con las circunstancias políticas actuales).
** 262-267 El giro lingüístico: el posmodernismo
La inmensa mayoría de los lectores y escritores de historia aceptaban que había una diferencia fundamental entre las obras de ficción y la historia, las cuales contaban una historia real. En la década siguiente esto comenzó a cambiar.
En resumen, las dudas sobre la historia y la Historia (y, cada vez más, sobre la conexión entre ambas), que hicieron ruido en los primeros años del siglo pero que en gran medida fueron suprimidas durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a resurgir, ahora en un mundo postatómico y dentro de una disciplina mucho más fracturada que nunca. Este semillero de escepticismo moderado, combinado con la fractura disciplinaria, preparó el terreno dentro de los estudios históricos para lo que se ha dado en llamar el giro lingüístico: uno de sus principales objetivos ha sido erosionar seriamente los límites convencionales entre la historia y la ficción.
El impulso central de gran parte del posmodernismo historiográfico ha sido reubicar la historia no como un modo distintivo de conocimiento –su estatus del siglo XIX y principios del XX– sino como una forma de narrativa.
Hayden White argumenta, en efecto, que no puede haber acceso a un pasado ‘real’ fuera de nuestra representación de él. No afirma que el pasado nunca haya existido o que sea completamente imaginado, simplemente que ya no es directamente accesible de otra manera que no sea a través de textos, los cuales están mediados por el lenguaje. Sin embargo, quizás más influyente (y controvertida) que la elaborada estructura que erigió para estudiar los textos que eligió, fue la conclusión de White, elaborada en ensayos posteriores, de que no hay una diferencia esencial entre la escritura de ficción y la de historia, en el sentido de que ambas cuentan relatos –una representa sucesos imaginarios y la otra sucesos que se cree que realmente ocurrieron en el pasado pero que, precisamente porque son pasados, ya no son ‘reales’ en un sentido existencial.
Como todo movimiento historiográfico, el posmodernismo tiene sus defectos y extremos. En su afán por caricaturizar a todos los oponentes como ‘positivistas’ (en el sentido más amplio de ese término), racionalistas o simplemente ingenuos, muchos de sus adherentes han construido, irónicamente, su propio ‘otro’ a la medida, un villano fabricado del conocimiento, que en sí mismo es un ejemplo de esencialización y generalización.
Sin embargo, a pesar de sus ocasionales extremos, hay que reconocer que el posmodernismo y el relacionado ‘giro cultural’ han proporcionado un saludable recordatorio a todos los historiadores de que los documentos y los textos nunca ‘hablan por sí mismos’.
** 268-271 Descentrar a Occidente: el poscolonialismo
Al igual que el posmodernismo, el poscolonialismo es un término bastante amplio que incluye el enfoque indio de los ‘estudios subalternos’. No tanto una teoría como una crítica de su propio ‘otro’ –a menudo definido como una amplia agenda ‘postIlustración’ caracterizada por la razón, el progreso, el imparable aumento del dominio cultural y económico occidental, e incluso la falsa noción de la estabilidad del Estado-nación.
Como herramienta crítica, el poscolonialismo se ha desplegado más ampliamente en los estudios indios o de Oriente Medio, y se ha traslapado con el posmodernismo al tener el objetivo común de desestabilizar, subvertir o descentrar las narrativas maestras existentes.
La agenda poscolonial se ha extendido mucho más allá de las regiones del mundo que la vieron nacer, traslapándose con críticas anticoloniales un poco más antiguas y más centradas en la economía, como la ‘teoría de la dependencia’
** 271-280 Guerras históricas, revisionismo y relaciones problemáticas de la ‘memoria’ y la ‘historia’
En sus versiones más extremas, el posmodernismo evoca al pirronismo renacentista en su negación radical de la fijeza de cualquier significado histórico, de la existencia de cualquier realidad externa más allá del lenguaje y de la posibilidad de hacer afirmaciones ‘verdaderas’ sobre el pasado.
Es una variante de lo que los historiadores han llamado durante mucho tiempo ‘revisionismo’, con una diferencia importante: mientras que los historiadores revisionistas convencionales, que debaten interpretaciones particulares de los acontecimientos pero que generalmente comparten un vocabulario común y un conjunto de puntos de referencia (generalmente eventos, individuos o estructuras clave), los posmodernistas cuestionan los parámetros mismos dentro de los cuales puede ocurrir una discusión significativa.
Irving y, en general, los negacionistas del Holocausto, rara vez apelan al posmodernismo o al relativismo en la formulación de sus argumentos. No se trata, en tales casos, de que su punto de vista pueda ser tan válido como el de cualquier otra persona, sino de afirmar que los ‘hechos’ tal como los ven apoyan una ‘verdad’ alternativa que debería desplazar a la ortodoxia que se acepta públicamente.
En sí misma la metáfora del ‘pasado como propiedad’ no está del todo fuera de lugar, ya que plantea cuestiones éticas sobre las que al menos debería reflexionarse. A lo que se reducen muchas de estas disputas es a una variante de las preguntas ‘¿quién es dueño del pasado?’ o ‘¿al final, de quién es la historia?’ ¿Tienen los miembros de diferentes grupos un derecho más fuerte o incluso exclusivo de ser los auténticos historiadores de su propio pasado común? ¿Por qué debería permitirse que puntos de vista alternativos, de personas externas, ‘roben las voces’ de los muertos? ¿Debería permitirse incluso a personas externas simpatizantes capitalizar con la injusticia y la miseria del pasado para vender libros y lograr avances profesionales? ¿Son algunos episodios –el Holocausto, por ejemplo– tan horribles y tan distantes de la experiencia humana normal que son, simplemente, imposibles de describir históricamente?
Preguntas similares aplican a casi cualquier historia que se defina en términos de un grupo particular: ¿hasta qué punto se debe pertenecer a ese grupo para poder estudiar y emitir una opinión sobre su pasado?
En prácticamente todos los continentes, las guerras históricas han visibilizado la íntima conexión entre la historia y la memoria. La obra del sociólogo Maurice Halbwachs (1877- 1945), fallecido en el campo de concentración de Buchenwald, ha sido fundamental en el desarrollo de conceptos como ‘memoria colectiva’, ‘memoria social’, ‘memoria compartida’, etc.
La memoria ha proporcionado un nuevo punto de intersección entre historia, filosofía, antropología, psicología y sociología.
** 290-300¿Hacia dónde vamos? Reflexiones, nuevos rumbos y pronósticos
De las diversas palabras que caracterizan a la historiografía en las últimas décadas, una tendría que ser fragmentación. Siempre ha habido quienes, en todas las tradiciones globales que hemos examinado en este libro, han pedido la integración de las diversas piezas de la historia en un todo significativo.
La expansión de los departamentos de historia de las universidades de todo el mundo, especialmente en las décadas de 1960 y 1970, junto con una presión bastante mayor sobre los académicos, desde la década de 1980, para que publiquen temprano y con frecuencia, ha fomentado un alto grado de subespecialización, junto con una proliferación de revistas y series de libros (que el advenimiento relativamente reciente de Internet no muestra signos desacelerar, dada su capacidad para ofrecer una alternativa barata a la impresión convencional).
Pero ‘volver a juntar’ es a menudo solo una forma educada de decir que la agenda debe volver a restringirse y centrarse en ‘temas tradicionales’ como la historia política y militar, al menos en parte sobre la base de que estos temas son abrumadoramente más populares entre lectores casuales que las obras más especializadas. La jerga inaccesible también se ha convertido en el blanco (con alguna razón, aunque esto presupone que la historia académica debería ser de alguna manera más accesible que otras disciplinas, especialmente las ciencias, que tienen terminología técnica propia) de aquellos que creen que la historia universitaria ha perdido la capacidad de comunicarse con claridad y usando oraciones comprensibles para una persona lectora razonablemente educada y no especializada.
De hecho, es posible que la historia no nos exija un enfoque unificado y es posible que nunca lo haya hecho. En efecto, ha sido un principio del presente libro que el ideal de un consenso imaginario sobre ‘cómo hacer historia/de qué debería tratarse la historia’, un consenso por el que a veces se guarda duelo con nostalgia, es en sí mismo poco más que la creación del modernismo occidental a finales del siglo XIX y principios del XX.
En cierto sentido, podríamos estar retornando cautelosamente a un entorno decimonónico en el que los historiadores eran con frecuencia intelectuales públicos que consideraban que su papel consistía, en primer lugar, en preparar a los ciudadanos y en un segundo (aunque importante) lugar, producir erudición. La llamada a la relevancia se hace eco de la antigua noción ciceroniana del papel de la historia como magistra vitae, al tiempo que insta a un mayor sentido de responsabilidad ética por parte de los historiadores de los ‘deberes de los vivos para con los muertos’ y de la obligación de proteger el pasado de la interferencia y la manipulación. También es un llamado a poner la historia de nuevo al servicio de rectificar los males del mundo, que en un mundo de genocidios, ataques terroristas y codicia comercial desenfrenada debería ser una razón tan convincente como lo fue para nuestros antepasados.
En resumen, hay poco consenso sobre si la historia (al menos tal como se practica en la academia) puede ser una educadora y una fuerza potencial para el bien en el presente, incluso si algunos de sus acólitos quisieran que así fuera.
Hay una creciente polarización en los campus universitarios entre críticos de la ‘corrección política’/defensores de la libertad de expresión sin restricciones, por un lado, y ‘guerreros de la justicia social’, estudiantes y sus aliados docentes (que se encuentran con mayor frecuencia en las humanidades y las ciencias sociales) defensores de una agenda de diversidad, anticolonialismo y ‘antiopresión’.
El resurgimiento en las últimas dos décadas de una ‘historia global’ reconfigurada, con gran parte del planeta ahora dividido de manera bastante diferente que durante la Guerra Fría, ha dado a esos esfuerzos anteriores una renovada relevancia.