jueves, 26 de junio de 2025

Woolf, Daniel. “Transitions: Historical Writing from the Inter-War Period to the Present”.

 

Woolf, Daniel. “Transitions: Historical Writing from the Inter-War Period to the Present”. “Where do we go from Here? Reflections, New Direction and Prognostication”. En A Concise History…, 255-280, 290-300. [traducción al español para uso exclusivo del curso]


** 255-260 De la historia de las mujeres a historias de género y sexualidad

La presencia de historiadoras en la profesión disminuyó en los años posteriores a la conclusión de la Primera Guerra Mundial, una tendencia que continuó hasta la década de 1960. Fuera de América del Norte y Europa occidental, la prominencia de las mujeres en la disciplina fue aún más desigual, un patrón que ha continuado hasta la actualidad.

 A finales de la década de 1960, el problema no era la falta de interés en la historia de las mujeres, o de escritos significativos sobre ella, sino más bien su ausencia de los planes de estudio universitarios y en la agenda de investigación, junto con una escasez persistente de mujeres en puestos titulares de profesorado, cualquiera que fuera su campo de estudio nacional.

La presión a favor de la historia de las mujeres en la década de 1970 acompañó al crecimiento del movimiento de liberación de la mujer (o feminismo de la ‘segunda ola’) y al desarrollo de perspectivas feministas en la filosofía y las ciencias sociales.

Sin embargo, durante las décadas de 1970 y 1980 continuaron existiendo discusiones sobre dónde y cómo encajaba la historia de las mujeres en la ‘historia propiamente dicha’ o la ‘corriente principal’. Desde el punto de vista de algunos historiadores varones, la historia de las mujeres era el símbolo por excelencia de la continua fragmentación de la disciplina a lo largo de líneas de ‘grupos de interés’.

Un cambio significativo se produjo después de 1986, año en el que Joan Wallach Scott (n. 1941), una académica estadounidense que trabajaba en la historia de Francia, publicó un artículo seminal, ‘Género: una categoría útil de análisis histórico’, instando a alejar la atención de las mujeres como seres biológicamente esencializados y reorientarla hacia el estudio del género y su construcción social (y lingüística). En lugar de centrarse en la opresión y la subordinación o, a la inversa, en la acción heroica o transgresora de la mujer en el pasado, ahora se podía centrar la atención en la forma en que el género influye en todo el rango de la actividad humana del pasado, incluidas aquellas esferas como la vida política en las que las mujeres han sido notablemente escasas. Ya no es posible ‘despreciar la historia de las mujeres o de género’. Y, al menos en América del Norte, la población de mujeres titulares o en proceso de obtener titularidad en los departamentos de historia ha crecido considerablemente.


** 260-262 Historiografía africana de la posguerra

A partir de la década de 1960, a raíz de la descolonización de la posguerra, la historia africana comenzó a abrirse camino, lentamente, en los principales planes de estudio de historia dentro y fuera de África. Una de las consecuencias de la descolonización de África fue que, en primer lugar, una narrativa maestra del progreso al estilo europeo simplemente se importó y se adaptó a fines locales. Dada esta continua influencia intelectual, gran parte de la nueva escritura histórica africana hasta bien entrada la década de 1960 estuvo marcada por una narrativa nacionalista triunfal del avance en la maduración de tal o cual ex colonia --bajo la tutela de un imperio benévolo-- hasta convertirse en un miembro libre y pleno de la comunidad internacional. Esta narrativa tenía la mayoría de los componentes de la historiografía ‘whig’ ("historia Whig" se refiere a un enfoque historiográfico que interpreta la historia como un progreso lineal hacia un estado presente ideal) previa a la guerra, tales como el desarrollo sostenido en el pasado de las instituciones políticas, la centralización del poder y la mejora de la administración –todas las características del Estado occidental moderno.

A menudo no es muy productivo examinar las tradiciones orales en busca de historicidad, menos aún de información cronológica precisa (existe una extensa literatura metodológica especializada en este asunto, que no puede detenernos aquí). Es mejor considerarlas por lo que pueden decirnos sobre los valores contemporáneos. Incluso los expertos más comprensivos han señalado tres grandes fenómenos que complican el análisis, como el ‘telescópico’ (el truncamiento o la expansión de las líneas dinásticas para llenar vacíos cronológicos), la ‘retroalimentación’ (el efecto de la escritura en el testimonio hablado, y específicamente el riesgo de que una tradición haya sido contaminada por hechos extraídos de fuentes literarias coloniales o externas y simplemente los esté repitiendo) y la ‘amnesia estructural’ (el olvido colectivo de detalles y figuras del pasado que ya no encajan con las circunstancias políticas actuales).


** 262-267 El giro lingüístico: el posmodernismo

La inmensa mayoría de los lectores y escritores de historia aceptaban que había una diferencia fundamental entre las obras de ficción y la historia, las cuales contaban una historia real. En la década siguiente esto comenzó a cambiar.

En resumen, las dudas sobre la historia y la Historia (y, cada vez más, sobre la conexión entre ambas), que hicieron ruido en los primeros años del siglo pero que en gran medida fueron suprimidas durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a resurgir, ahora en un mundo postatómico y dentro de una disciplina mucho más fracturada que nunca. Este semillero de escepticismo moderado, combinado con la fractura disciplinaria, preparó el terreno dentro de los estudios históricos para lo que se ha dado en llamar el giro lingüístico: uno de sus principales objetivos ha sido erosionar seriamente los límites convencionales entre la historia y la ficción.

El impulso central de gran parte del posmodernismo historiográfico ha sido reubicar la historia no como un modo distintivo de conocimiento –su estatus del siglo XIX y principios del XX– sino como una forma de narrativa.

Hayden White argumenta, en efecto, que no puede haber acceso a un pasado ‘real’ fuera de nuestra representación de él. No afirma que el pasado nunca haya existido o que sea completamente imaginado, simplemente que ya no es directamente accesible de otra manera que no sea a través de textos, los cuales están mediados por el lenguaje. Sin embargo, quizás más influyente (y controvertida) que la elaborada estructura que erigió para estudiar los textos que eligió, fue la conclusión de White, elaborada en ensayos posteriores, de que no hay una diferencia esencial entre la escritura de ficción y la de historia, en el sentido de que ambas cuentan relatos –una representa sucesos imaginarios y la otra sucesos que se cree que realmente ocurrieron en el pasado pero que, precisamente porque son pasados, ya no son ‘reales’ en un sentido existencial.

Como todo movimiento historiográfico, el posmodernismo tiene sus defectos y extremos. En su afán por caricaturizar a todos los oponentes como ‘positivistas’ (en el sentido más amplio de ese término), racionalistas o simplemente ingenuos, muchos de sus adherentes han construido, irónicamente, su propio ‘otro’ a la medida, un villano fabricado del conocimiento, que en sí mismo es un ejemplo de esencialización y generalización.

Sin embargo, a pesar de sus ocasionales extremos, hay que reconocer que el posmodernismo y el relacionado ‘giro cultural’ han proporcionado un saludable recordatorio a todos los historiadores de que los documentos y los textos nunca ‘hablan por sí mismos’.


** 268-271 Descentrar a Occidente: el poscolonialismo

Al igual que el posmodernismo, el poscolonialismo es un término bastante amplio que incluye el enfoque indio de los ‘estudios subalternos’. No tanto una teoría como una crítica de su propio ‘otro’ –a menudo definido como una amplia agenda ‘postIlustración’ caracterizada por la razón, el progreso, el imparable aumento del dominio cultural y económico occidental, e incluso la falsa noción de la estabilidad del Estado-nación. 

Como herramienta crítica, el poscolonialismo se ha desplegado más ampliamente en los estudios indios o de Oriente Medio, y se ha traslapado con el posmodernismo al tener el objetivo común de desestabilizar, subvertir o descentrar las narrativas maestras existentes.

La agenda poscolonial se ha extendido mucho más allá de las regiones del mundo que la vieron nacer, traslapándose con críticas anticoloniales un poco más antiguas y más centradas en la economía, como la ‘teoría de la dependencia’


** 271-280 Guerras históricas, revisionismo y relaciones problemáticas de la ‘memoria’ y la ‘historia’

En sus versiones más extremas, el posmodernismo evoca al pirronismo renacentista en su negación radical de la fijeza de cualquier significado histórico, de la existencia de cualquier realidad externa más allá del lenguaje y de la posibilidad de hacer afirmaciones ‘verdaderas’ sobre el pasado.

Es una variante de lo que los historiadores han llamado durante mucho tiempo ‘revisionismo’, con una diferencia importante: mientras que los historiadores revisionistas convencionales, que debaten interpretaciones particulares de los acontecimientos pero que generalmente comparten un vocabulario común y un conjunto de puntos de referencia (generalmente eventos, individuos o estructuras clave), los posmodernistas cuestionan los parámetros mismos dentro de los cuales puede ocurrir una discusión significativa. 

Irving y, en general, los negacionistas del Holocausto, rara vez apelan al posmodernismo o al relativismo en la formulación de sus argumentos. No se trata, en tales casos, de que su punto de vista pueda ser tan válido como el de cualquier otra persona, sino de afirmar que los ‘hechos’ tal como los ven apoyan una ‘verdad’ alternativa que debería desplazar a la ortodoxia que se acepta públicamente.

En sí misma la metáfora del ‘pasado como propiedad’ no está del todo fuera de lugar, ya que plantea cuestiones éticas sobre las que al menos debería reflexionarse. A lo que se reducen muchas de estas disputas es a una variante de las preguntas ‘¿quién es dueño del pasado?’ o ‘¿al final, de quién es la historia?’ ¿Tienen los miembros de diferentes grupos un derecho más fuerte o incluso exclusivo de ser los auténticos historiadores de su propio pasado común? ¿Por qué debería permitirse que puntos de vista alternativos, de personas externas, ‘roben las voces’ de los muertos? ¿Debería permitirse incluso a personas externas simpatizantes capitalizar con la injusticia y la miseria del pasado para vender libros y lograr avances profesionales? ¿Son algunos episodios –el Holocausto, por ejemplo– tan horribles y tan distantes de la experiencia humana normal que son, simplemente, imposibles de describir históricamente? 

Preguntas similares aplican a casi cualquier historia que se defina en términos de un grupo particular: ¿hasta qué punto se debe pertenecer a ese grupo para poder estudiar y emitir una opinión sobre su pasado?

En prácticamente todos los continentes, las guerras históricas han visibilizado la íntima conexión entre la historia y la memoria.  La obra del sociólogo Maurice Halbwachs (1877- 1945), fallecido en el campo de concentración de Buchenwald, ha sido fundamental en el desarrollo de conceptos como ‘memoria colectiva’, ‘memoria social’, ‘memoria compartida’, etc. 

La memoria ha proporcionado un nuevo punto de intersección entre historia, filosofía, antropología, psicología y sociología.


** 290-300¿Hacia dónde vamos? Reflexiones, nuevos rumbos y pronósticos

De las diversas palabras que caracterizan a la historiografía en las últimas décadas, una tendría que ser fragmentación.  Siempre ha habido quienes, en todas las tradiciones globales que hemos examinado en este libro, han pedido la integración de las diversas piezas de la historia en un todo significativo.

La expansión de los departamentos de historia de las universidades de todo el mundo, especialmente en las décadas de 1960 y 1970, junto con una presión bastante mayor sobre los académicos, desde la década de 1980, para que publiquen temprano y con frecuencia, ha fomentado un alto grado de subespecialización, junto con una proliferación de revistas y series de libros (que el advenimiento relativamente reciente de Internet no muestra signos desacelerar, dada su capacidad para ofrecer una alternativa barata a la impresión convencional).
Pero ‘volver a juntar’ es a menudo solo una forma educada de decir que la agenda debe volver a restringirse y centrarse en ‘temas tradicionales’ como la historia política y militar, al menos en parte sobre la base de que estos temas son abrumadoramente más populares entre lectores casuales que las obras más especializadas. La jerga inaccesible también se ha convertido en el blanco (con alguna razón, aunque esto presupone que la historia académica debería ser de alguna manera más accesible que otras disciplinas, especialmente las ciencias, que tienen terminología técnica propia) de aquellos que creen que la historia universitaria ha perdido la capacidad de comunicarse con claridad y usando oraciones comprensibles para una persona lectora razonablemente educada y no especializada.

De hecho, es posible que la historia no nos exija un enfoque unificado y es posible que nunca lo haya hecho. En efecto, ha sido un principio del presente libro que el ideal de un consenso imaginario sobre ‘cómo hacer historia/de qué debería tratarse la historia’, un consenso por el que a veces se guarda duelo con nostalgia, es en sí mismo poco más que la creación del modernismo occidental a finales del siglo XIX y principios del XX.

En cierto sentido, podríamos estar retornando cautelosamente a un entorno decimonónico en el que los historiadores eran con frecuencia intelectuales públicos que consideraban que su papel consistía, en primer lugar, en preparar a los ciudadanos y en un segundo (aunque importante) lugar, producir erudición. La llamada a la relevancia se hace eco de la antigua noción ciceroniana del papel de la historia como magistra vitae, al tiempo que insta a un mayor sentido de responsabilidad ética por parte de los historiadores de los ‘deberes de los vivos para con los muertos’ y de la obligación de proteger el pasado de la interferencia y la manipulación. También es un llamado a poner la historia de nuevo al servicio de rectificar los males del mundo, que en un mundo de genocidios, ataques terroristas y codicia comercial desenfrenada debería ser una razón tan convincente como lo fue para nuestros antepasados. 

En resumen, hay poco consenso sobre si la historia (al menos tal como se practica en la academia) puede ser una educadora y una fuerza potencial para el bien en el presente, incluso si algunos de sus acólitos quisieran que así fuera.

Hay una creciente polarización en los campus universitarios entre críticos de la ‘corrección política’/defensores de la libertad de expresión sin restricciones, por un lado, y ‘guerreros de la justicia social’, estudiantes y sus aliados docentes (que se encuentran con mayor frecuencia en las humanidades y las ciencias sociales) defensores de una agenda de diversidad, anticolonialismo y ‘antiopresión’.

El resurgimiento en las últimas dos décadas de una ‘historia global’ reconfigurada, con gran parte del planeta ahora dividido de manera bastante diferente que durante la Guerra Fría, ha dado a esos esfuerzos anteriores una renovada relevancia. 

La muerte de Chandra

 

Fuente primaria (historiográfica)

Guha, Ranajit. “La muerte de Chandra”. En La (re) vuelta de los Estudios Subalternos. Una cartografía a (des) tiempo, editado por Raúl Rodríguez Freire, 94-126. Chile: Qillqa, Universidad Católica del Norte, Ocho Libros Editores, 2011 [fecha original de la obra: 1995].


Este ensayo da comienzo con una transgresión: la de elegir un título que cumple el propósito de burlar o, mejor aún, violar las intenciones que subyacen en el material aquí reproducido y que comportan de antemano la faena de servir a dos autoridades. Estas últimas son la autoridad de la ley que registró el acontecimiento en la forma presente, y la autoridad del editor, que lo desvinculó de otras noticias asentadas en un archivo y le dio cabida en otro ordenamiento. Busca darle una denominación una vez más a este material y textualizándolo para que cumpla un nuevo propósito. Este propósito consiste en devolver ese documento a la historia.


TEXTO ORIGINAL

Muerte de Chandra Chashani - 1849

Brindar hermana de Chandra declara, va donde Kali (o Kalicharan) Bagdí médico

Al morir ella la entierran entre Gayaram, hermano de ellas y su tío Horilal


Bhagaboti Chashin, madre de la difunta Chandra declara que Magram Chasha tuvo relación con su hija Chandra, o aborta o le pongo velo bhek de los Boishnob (equivale a ser expulsado de la casta). Dice que envió a Brindar y a su sobrina Rongo a que trajeran de regreso a Chandra. Volvieron y Rongu dijo que la suegra de ella, Srimoti y su cuñado Magram le dieron la droga para inducir aborto.


Kalicharan declara que se encontró a Bhagaboti Chashin que le pidió la droga (3 meses de embarazo), pero él no accedió. Le solicitaron por segunda vez. Les dijo que regresaran al día siguiente y cuando llegó Chandra le pagó. 


¿Cómo ha de devolver uno este documento a la historia? El aparato ordinario de la historiografía nos ofrece escasa ayuda en este renglón. Diseñado para enfocar grandes sucesos e instituciones, funciona con mucha mayor facilidad cuando es aplicado a fenómenos más vastos que sobresalen visiblemente de entre los escombros del pasado. Es una tradición que tiende a ignorar los pequeños dramas y los sutiles detalles que caracterizan a la vida social, especialmente en sus recovecos más soterrados.


Analiza forma, idioma y presentación del texto para validar su autenticidad. Pero no satisface una condición que impone la práctica habitual de la historiografía: la condición de la contextualidad. Pues a menos que su material remita a un contexto, es difícil para el historiador saber lo que puede hacer con él. Tal es la razón de que la fuerza impulsora que subyace en gran parte de la investigación histórica sea un vivo deseo de plenitud: un afán no saciado y, de hecho, insaciable por hallar más y más conexiones que pasen a formar parte integrante de la textura rasgada del pasado y le devuelvan a este su condición ideal, a saber, la de ser lo que llamamos una narración completa. 


Nuestro espécimen es, pues, un fragmento no domesticado, tal como lo atestigua de forma rotunda el hecho de que se hayan perdido el inicio de la primera oración y el final de la última.


El discurso del tabloide contribuye a abrir un camino por el que el crimen desemboca en la historia. Cumple la función de “cambiar la escala, agrandar las proporciones, hacer que el minúsculo grano de la historia se haga visible y lograr que lo cotidiano tenga acceso a la narrativa”.  


El ‘acto narrativo’ comenzó in medias res con una relación sobre su papel en la historia y en la muerte de Chandra, y, de modo analéptico, dio pasos atrás para dibujar el trasfondo por medio de otras dos relaciones: la de Bhagaboti y la de Kali. En otros términos la narrativa desplegada en el documento viola la genuina secuencia de acontecimientos a fin de ajustarse a la lógica de una intervención legal que ha transformado a la muerte en un crimen. Leer estas aseveraciones como un archivo es dignificarlas, dándoles la categoría de un escenario textual en el que se libra una lucha para devolver a la historia una experiencia que yace enterrada en una grieta oculta de nuestro pasado. 


Analiza el contexto cultural de las personas involucradas: extrema pobreza y la contaminación más abyecta se conjuntaban para ubicarlos en el extremo inferior de las clases y las castas. Como fuerza de trabajo, los bagdis constituían un sedimento fertilizante colocado en la base de la economía agraria de Bengala, a la vez que se les manifestaba desprecio por considerarlos una excrecencia inmunda depositada hasta el fondo de su sociedad rural. También contribuyó a despojarlos de su prestigio la intensa explotación —tanto económica como cultural— a que estuvieron sujetos. Crearon el estereotipo del bagdi como un individuo irremediablemente propenso al crimen.



Tomadas en conjunto, estas aldeas integraban una región enlazada por el parentesco de seis familias bagdis, cada una de las cuales se sentía seriamente amenazada por la preñez de Chandra. Todos ellos se creían amenazados porque una criatura nacida como consecuencia de una relación ilícita —esto es, socialmente prohibida— entre personasvinculadas por un parentesco podía acarrear consecuencias temibles a la comunidad entera.

El sistema de castigo era complejo y el hecho de que la gente tolerara la tiranía de esas prescripciones y sus jurisdicciones disciplinarias da una idea del pánico que se le tenía a la posibilidad de ser excluida de la casta. 

Es este entrejuego de solidaridad y miedo lo que sin duda permite situar este episodio trágico dentro del marco de la política patriarcal aplicada en la Bengala rural, puesto que se trata del producto directo de una sociedad patriarcal preocupada por protegerse de la serie de consecuencias que tiene la transgresión sexual femenina. Esa inquietud se expresa claramente en la serie de solicitudes de byabostha antes mencionadas. En cada una de estas peticiones un hombre se adelanta para reportar el pecado (paap) de una mujer, algunos otros hombres validan su declaración compareciendo formalmente como testigos, finalmente, la autoridad de un samaj —entidad dominada por los varones que es personificada por un prestigiado sabio o institucionalizada por un panchayat— dicta el veredicto de culpable y emite el documento para la prayashchitta. En contraste con ello, el poder que tiene el hombre sobre la mujer y sobre la sociedad en su conjunto queda documentado en los ekrars de Majgram mediante una ausencia formal: la de Magaram Chashi. Aunque está profundamente implicado en todo el proceso que conduce al aborto y —a la muerte—, de Chandra, se mantiene a distancia de las determinaciones estrictamente legales del incidente.


Este intento de evadir la paternidad mediante la destrucción de un embrión o la disposición de consignar a la portadora de este a una muerte en vida en un akhra le asegura a Magaram un lugar en una relación de poder dotada de valor histórico: una relación en la que el dominio del varón es mediado por la religión.


El proyecto de devolver este documento a la historia demanda realizar un movimiento en la dirección opuesta, encaminado a penetrar el velo del legalismo abstracto a fin de que se puedan identificar las manos del asesino, que son las del orden patriarcal encarnado en el doble papel del amante cínico y del samaj autoritario. 



En el plano histórico, por lo tanto, el aborto era para ellas el único medio al alcancé para triunfar sobre una moralidad equivocada de parte a parte que convertía a la madre en la única persona culpable de que ocurriera un parto ilícito, la expulsaba de la sociedad y dejaba que el padre se sintiera a sus anchas. En estas circunstancias, la decisión de las mujeres de seguir adelante con la tarea de poner término al embarazo de Chandra adquirió una consistencia muy diferente de la de aquello que Magaram tenía en mente cuando confrontó a su madre con esa alternativa. Para él se trataba simplemente de una sutil treta para asegurar su propio bienestar. Pero para las mujeres que se habían reunido en torno a Chandra con motivo de esta crisis, la destrucción del feto era una estrategia desesperada pero adoptada con responsabilidad para prevenir la destrucción social de otra mujer, para pelear por el derecho de esta a llevar una vida honorable dentro de su sociedad. 

Realmente no se puede juzgar fortuito que los hombres sean excluidos de esas intervenciones. Se los excluye porque las intervenciones están relacionadas con un dominio que es considerado propio de la mujer.

Como todo lo que Magaram quería era destruir la evidencia de su culpa, lo mismo habría dado lograr este objetivo mediante la destrucción física del embrión incriminatorio que mediante la destrucción social de la persona que lo llevaba dentro. Sin embargo, para las mujeres que se habían juntado para ayudar a Chandra esas alternativas de ningún modo eran de valor equivalente. A su juicio, el aborto era, con todos sus riesgos, preferible al bhek.

El mundo unitario y bien acabado del parentesco nunca podrá volver a ser el mismo para ella. “Manchada y humillada”, tiene la posibilidad de recurrir a una solidaridad alternativa: la solidaridad de las mujeres.

miércoles, 25 de junio de 2025

El Mundo de la Antigüedad Tardía

Brown, Peter. El Mundo de la Antigüedad Tardía. (De Marco Aurelio a Mahoma). Madrid: Altea, Taurus, Alfaguara, 1989. p. 17-57


LA REVOLUCIÓN ROMANA TARDÍA

SOCIEDAD


1.- Los límites del mundo clásico hacia el 200 d.C.

El mundo antiguo tenía como centro el Mediterráneo y en esa época el norte y el occidente era adentrarse en tierras de bárbaros. Durante la República y el Imperio, la “costa” se adentró como nunca antes. Uno de los problemas era cómo mantener a través de un vasto imperio un estilo de vida y una cultura originalmente en los hábitos de una delgada franja de ciudades-estado. Una minoría en las ciudades (10%) se alimentaba del trabajo del resto en el campo. Alimento significaba transporte pues se dependía de territorios lejanos. El mar era su ferrocarril.

En los territorios interiores era donde los costos del Imperio se hacían más pesados.

Había una gran uniformidad cultural, pero era mantenida por hombres que percibían que su cultura existía solo para excluir las posibles alternativas de su mundo y las élites se sentían más cerca entre ellas a la distancia que con ese mundo “subdesarrollado” que estaba en los umbrales: en las Galias los campesinos hablaban celta, en el norte de África púnico y libio, en Siria arameo y en Asia Menor dialectos como licaonio, frigio y capadocio.

La cultura griega se había ido adaptando a un modo de supervivencia. Con los Antoninos se revitalizó y dejó legados como Éfeso, Esmirna, Lepcis Magna y Baalbek, entre Adriano (117-138) y el cambio a los Severos (193). Durante el siglo II y comienzos del III se recopiló la cultura griega para que perdurara durante la Edad Media. En aquella época el mundo griego había hecho suyo al Imperio Romano. Hay un cambio del centro de gravedad del Imperio Romano hacia las ciudades griegas de Asia Menor, aunque los conservadores en Roma pensaran que era imposible que Bizancio pudiera engendrar una civilización.

El declive y caída de Roma afectó sólo a las provincias occidentales del Imperio: el dominio sobre el Mediterráneo iba cediendo, Bretaña fue abandonada en 410, las Galias fueron gobernadas con firmeza por el norte desde 480. En Oriente en 224 una familia se hizo con el control del Imperio Persa: la sasánida, que despojó al imperio de su vestimenta griega.


2.- Los nuevos gobernantes (240-350)

A partir de 240 el Imperio debió enfrentarse a incursiones de pueblos bárbaros y una inestabilidad política para la que no estaba preparado. Dejó al descubierto el contraste entre el mundo mediterraneo antiguo y el mundo primitivo y frágil de las fronteras, enfrentando guerras en todos sus frentes e internamente surgieron imperios locales (las Galias y Palmira). Los cimientos de la vida civil se mantuvieron y el Imperio Romano fue salvado por una revolución militar. La aristocracia senatorial quedó fuera del mando militar hacia 260 y dejaron el espacio a los soldados profesionales. y a una clase burocrática que no paraba de crecer y causar una presión de impuestos que modeló la sociedad romana de los siglos IV y V. Con el nuevo modelo hubo victorias militares pero fue acogida con hostilidad por los ciudadanos conservadores.

Diocleciano era hijo de un liberto de Dalmacia, Galerio su sucesor, había guardado ganado en los Cárpatos y Constancio Cloro era un oscuro caballero de Nis (a city in Serbia's Nišava District, is one of the oldest cities in the Balkans and Europe). Con Constantino nació una nueva aristocracia del servicio (324-337) que descansaba sobre un nuevo estamento de las clases educadas superiores, más retrógrado y enraizado en lo antiguo. Buscó reconquistar las raíces del pasado hasta con objetos de lujo. Las clases gobernantes necesitaban eruditos y estos engrosaron las filas de la burocracia. Paganos y cristianos batallaron a lo largo del siglo IV disputando si la literatura o el cristianismo eran la verdadera educación.

Surge una corriente ascendente de hombres capaces, menos afectados por los prejuicios de la aristocracia y deseosos de aprender.

De los Padres de la Iglesia, solo uno tenía origen senatorial, el resto eran de ciudades de provincia. 


3.- Un Mundo Restaurado: la sociedad romana en el siglo IV

La clase gobernante que había surgido desde 350 se imaginaba en la restauración, que no tuvo lugar en un mundo que vivía bajo la amenaza de la catástrofe sino con un trasfondo de una sociedad rica y flexible. Se había incrementado la desigualdad. La importancia de las ciudades pequeñas decreció y las grandes ciudades mantuvieron su estilo de vida y población. Constantinopla en 324 tenía 4.388 mansiones privadas. La tributación era inflexible y se hallaba pésimamente repartida. 

Sin embargo, era una sociedad abierta a corrientes desde abajo, a ideas que en el año 200 se habían alejado por ser propias “de la clase baja”, de los “bárbaros” o “provincianas”. Con mayor frecuencia que antes las nuevas aristocracias se componían de familias con raíces profundamente locales. Se sentaban al lado del juez a regular la comunidad. Todos los intentos de garantizarse protección y deshacer entuertos debían pasar por el patronus que ejercía su influencia ante la Corte o el Tribunal.

En el siglo II grupos de ricos competían para conseguir prestigio construyendo estatuas y edificios, pero ya para el siglo IV esto desapareció pues el prestigio vendrá de los servicios y títulos recibidos del emperador y no por los dones pródigamente otorgados a su ciudad natal. Sin embargo, esos mismos ricos hacían ostentación de un estilo que vida que hizo que las provincias participaran de la vida del Imperio.

La expansión de la civilización provincial provocó una simbiosis de bárbaros y romanos: los alamanes. Sus guerreros habitaban villas de estilo romano y se vestían igual, a la vez que amenazaban la Galia desde la Selva Negra a la vez que provincias antes relegadas y retrógradas participaron activamente.

En Roma la nostalgia por el Senado significaba ya muy poco. En Oriente nace la idea de que el Estado es el emperador por lo que podría ser un romano fanático sin haber ido a Roma. En Oriente más personas participaban de la vida del Imperio y gozaban de mayor prosperidad que en Occidente y su estructura económica era más abierta y menos desigual que en Occidente.


La crisis del siglo III

Barceló, Pedro. "La crisis del siglo III" y "El Imperio Tardorromano" en: Breve historia de Grecia y Roma. pp. 274-301.

La crisis del siglo III


1.- Los severos

A partir de 193 se instala la dinastía de los Severos, iniciando con Septimio Severo que asciende al eliminarse Cómodo, el sucesor de Marco Aurelio, quien logró estabilizar el frágil orden político interno y defender con éxito las amenazadas fronteras orientales y Occidentales del Imperio Romano. Destacan las mujeres de esta dinastía.

Hay una consolidación del poder imperial, se alcanza la igualdad jurídica al decretar Caracalla en 212 la ciudadanía romana a todos los hombres libres de las provincias y a raíz del intento fallido de Heliogábalo de intentar imponer su culto del dios solar sirio en Roma, demuestra que las creencias personales del emperador pueden tener fuerza normativa si van acompañadas de sonados éxitos militares y políticos.


2.- Los emperadores soldados

Tras la muerte de Severo Alejandro en 235, el último de esta dinastía estalla la mayor crisis por dificultades económicas, retroceso poblacional como consecuencias de las múltiples epidemias, rebeliones en pueblos vecinos y un cambio en las condiciones económicas y políticas.

Roma pierde su capitalidad por la creciente importancia militar de las regiones periféricas (Siria, Iliria, Panonia, África y Galia). Hay tendencias disgregadoras centrífugas (separación Galias en 259-273 y reino de Palmira 262-274).

Muestran pretensiones al trono imperial casi exclusivamente oficiales de carrera y cualquier proclamación de un emperador promocionada por el estamento militar era formalmente válida. Era el ejército y no el Senado la fuente de legitimación. Las soluciones senatoriales en Roma perdieron su viabilidad y capacidad de imposición.

El término emperador soldado con el que la investigación denomina a esta época contrasta con el de imperio senatorial.

Los Flavios y los Severos mostraron reverencia al Senado, pero con el ascenso del militar Maximio Tracio (que era bárbaro) eso desapareció. Se mantuvo con los Gordianos (238-244) pero Galieno (253-268) iniciará una renovación basada en el neoplatonismo que seguirá con Aureliano (270-275) quien habiendo recuperado las secesiones de las Galias y Palmira buscó instaurar un culto estatal en Roma hacia el dios Sol, que es un mensaje política de unificación en un mundo amenazado por la desintegración. Sin embargo decenas de pretendientes y usurpadores se fueron relevando en el trono imperial romano.


3.- Cambios estructurales en la economía y la sociedad

Las fuentes son escasas y son reflejos de los profundos procesos religiosos, económicos y sociales. Se observan en fuentes numismáticas y material epigráfico. Las fuentes jurídicas del siglo IV y el material de los Padres de la Iglesia son puntos de referencia.

La aristocracia mantiene ventajas pero la formación militar es más apreciada. Hubo interminables guerras civiles, inseguridad económica (depreciación del dinero y retroceso a una economía de trueque y autoabastecimiento) y represión del Estado.

Los pequeños y medianos agricultores buscaban protección y surge una nueva capa social: el colonato. El servicio público del decurión deja de ser una alta distinción política y social.


4.- La situación en las fronteras

Aunque durante el siglo II las fronteras fueron hábilmente mantenidas por Trajano y Septimio Severo, hacia el siglo III hubo una retirada masiva de grandes contingentes de tropas en las fronteras para emplearlos en las políticas internas. Los pueblos fronterizos aprovecharon para saquear y hacer incursiones (alamanes en el norte de Italia, francos en la Galia e Hispania). Territorios pasan a manos de las tribus germánicas (260) y en el Danubio Dacia fue tomada por godos y sármatas. En Oriente en 227 el dominio de los partos arsácidas fue relevado por los persas sasánidas (que invocaban la tradición imperial de los antiguos persas aqueménides), que eran más aguerridos y peligrosos.

Se hace inevitable definir postura del Imperio romano hacia los cristianos.


El Imperio tardorromano


1.- La Tetrarquía

Con Diocleciano (284) comienza la nueva y última fase de la época imperial romana. Creó un colegio de cuatro emperadores simultáneos. Configuró dos esferas administrativas: Oriente reservada a los augustos (Diocleciano y Maximiano) y Occidente a los césares (Galerio y Constancio), los primeros con autoridad para promulgar leyes y tomar decisiones sobre las guerra y la paz, y los segundos administraban las provincias y tenían la tarea de proteger las fronteras. Roma pierde su carácter de centro político el que se traslada a las zonas periféricas.

Del princeps civitatis se pasa al dominus como todo poderoso señor que gozaba de veneración divina. Los ciudadanos romanos pasan de estar orgullosos se se civitas romana a ser súbditos

Hay articulación de la sociedad en Honestiores y Humiliores,un tratamiento desigual ante las leyes y un sistema escalonado de privilegios.


2.- Constantino

Al morir Constancio los tetrarcas nombraron emperador a su hijo Constatino (306-337). Majencio (306-312) hijo de Maximiano, se gana el trono de África e Italia con el apoyo de los soldados. Hay una desmesurada cantidad de emperadores en funciones y constantes guerras civiles, lo que pone de manifiesto la desunión reinante en las élites militares. La supremacía de la Casa Constantiniana acaba con esto. Su invocación al dios cristiano puso un símbolo de independencia política y libertad en la toma de decisiones y en ello subyace la pretensión de optar por el poder supremo en exclusiva. Es fundamental que en el 312 construyó la basílica Laterana (luego Archibasílica de San Juan de Letrán y sede de la diócesis de Roma) en el terreno de un cuartel que mandó demoler. Se abandonan las monedas con la imagen del Dios Sol (308 a 323) y a partir de 315 aparecen alusiones a símbolos cristianos.

Con la muerte de Constantino se acaba la tregua de las disidencias dentro de la Iglesia Cristiana (donatistas, arrianos, etc.) Pero en todo caso sí se le reconocía el agradecimiento por ser protector y ser el primer emperador cristiano. En el concilio de Nicea (325) se le reconoció como cabeza visible y máxima de la cristiandad.

Fundó Constantinopla con las mismas instituciones romanas convirtiéndose en el núcleo de poder político más importante del Imperio.


3.- La administración del Bajo Imperio.

En el Bajo Imperio hay una creciente burocracia, que requiere enormes cantidades de recursos. 

La peste del siglo II causó una tremenda mortandad y junto con las irrupciones de pueblos bárbaros, cambiaron las estructuras sociales. Se estanca el número de esclavos y la mano de obra libre va adquiriendo un papel más importante cada vez en el proceso de producción. La carga impositiva sobre la población es excesiva.

El círculo vicioso de contratar funcionarios para tratar de proveer ingresos para pagar funcionarios hace fracasar todas las medidas de equilibrio fiscal.

A partir del siglo IV se consolida un cuerpo estatal dirigista, lastrado por la burocracia, con una estratificación social por la hereditariedad de los estamentos y oficios así como por los campesinos de la gleba.


4.- La política exterior

El imperio romano estaba a la defensiva: abandono de Dacia, entrega a los alamanes del este del Rin, señalan una fase de reacción y no de acción.

Godos y sármatas en el Danubio y alamanes y francos en el Rin, así como peras y árabes en el Éufrates hacían tropelías en las fronteras imperiales y se luchaba contra ellos a duras penas.

Con Diocleciano y Constantino, el ejército se reorganiza. Se estructurará a partir de ahora como tropas de choque móvil y unidades de protección en las fronteras más conflictivas.Buscaba demostrar poder y concluir pactos con los vecinos del Imperio. La política de apaciguamiento se hace cada vez más costosa y difícil.

En 378 tiene lugar la derrota en Adrianópolis, lo que preludia la invasión germana en Tracia y a partir de ahí a otras zonas bajo dominio romano.

Poco a poco los aliados de Roma pasan a convertirse en los verdaderos artífices de la política imperial romana. Los federados germanos obtienen las riendas del poder.


5.- Teodosio.

El 19 de enero de 379 fue proclamado emperador Teodosio. Y en 382 debe firmar tratado con los godos a los que les fueron asignados importantes terrenos al sur del Danubio a cambio de brindar aportar ayuda armada a Roma. Con esto se perdieron de facto los derechos de soberanía sobre extensas regiones y los recursos financieros se resintieron adicionalmente.

Su política religiosa consolidó el paso a la teocracia. El edicto de fe de 380 especifica en el Códex Teodosiano la naturaleza del credo correcto para la población. La simple adoración a Cristo no bastaba, solo da por válida la fé católica ortodoxa (declarando el arrianismo y la variante donatista como desvíos), aparecen obispos como portavoces, y es el inicio de las querellas posteriores entre dirigentes eclesiásticos y el emperador: Estado e Iglesia andarán caminos distintos, en un dualismo desconocido en la Antigüedad.