Historia social e historia desde abajo
Jim Sharpe
Historia social e historia desde abajo. Jim Sharpe, “Historia desde abajo.” En: Peter Burke (ed.) Formas de hacer historia. Madrid: Alianza Editorial, 1996. pp. 38-58.
Historia desde abajo
Del Clasicismo en adelante, la historia se ha contemplado tradicionalmente como un relato de los hechos de las grandes personalidades. En el siglo XIX se desarrolló cierto interés por una historia social y económica de mayor alcance, pero el principal tema de la historia siguió siendo la exposición de la política de las elites. Hubo, por supuesto, cierto número de individuos descontentos con esta situación y ya en 1936 Bertolt Brecht, en su poema «Preguntas de un trabajador que lee», declaraba, probablemente de la manera más directa hasta el día de hoy, la necesidad de una perspectiva distinta de lo que podría calificarse de «historia de las personas principales».
Pero quizá sea justo decir que una afirmación seria de la posibilidad de convertir en realidad esta opción no llegó hasta 1966, cuando Edward Thompson publicó en The Times Literary Supplement un artículo sobre “La historia desde abajo”.
Dicha perspectiva ha resultado de inmediato atrayente para los historiadores ansiosos por ampliar [los límites de su disciplina, abrir nuevas áreas de investigación y, sobre todo, explorar las experiencias históricas de [las personas cuya existencia tan a menudo se ignora, se da por supuesto o se menciona de pasada en la corriente principal de la historia.
El intento de estudiar la historia de esta manera implica ciertas dificultades. La primera se refiere a las pruebas, en períodos casi inexistentes. En segundo lugar, existen varios problemas de conceptualización. ¿Dónde se ha de situar, exactamente, ese “abajo” y qué habría que hacer con la historia desde abajo una vez escrita? ¿Quiénes son exactamente esos “de abajo”?
Como es obvio, la contribución de los historiadores marxistas ha sido enorme, tanto aquí como en otros países: de hecho, cierto filósofo marxista ha afirmado que cuantos escrIben historia desde abajo lo hacen a la sombra de las ideas marxistas de la historia.
Hobsbawm mantenía que la posibilidad de lo que él denomina “historia de la gente corriente” no era una auténtica evidencia antes de 1789, poco más o menos. «La historia de la gente corriente en cuanto terreno específico de estudio», escribía, «comienza con la de los movimientos de masas en el siglo XVIII. Para el marxista, o más en general, para el socialista, el interés por la historia de la gente corriente se desarrolló al crecer el movimiento de los trabajadores». Según continuaba señalando, esta tendencia «impuso unas anteojeras bastante eficaces a los historiadores socialistas». A algo parecido a esas anteojeras aludía un libro publicado en 1957, The Uses of Literacy, de Richard Hoggart. Aconsejaba prudencia ya que «sus autores exageran el lugar de la actividad política en la vida de los trabajadores y no siempre tienen una idea adecuada de lo que es corriente en esas vidas».
El problema (según daba a entender Hoggart) era que los historiadores del movimiento obrero, marxistas o no, habían estudiado «no cualquier tipo de personas corrientes, sino aquellas que podrían considerarse antepasados de dicho movimiento: no los trabajadores en cuanto tales, sino más bien, los cartistas, los sindicalistas o los militantes obreros». La historia del movimiento obrero y otros procesos institucionalizados, declaraba, no debería «sustituir a la historia de la gente corriente».
Los historiadores económicos y sociales se han ido acostumbrando progresivamente a servirse de tipos de documentación cuya verdadera utilidad como prueba histórica reside en el hecho de que sus compiladores no las registraban para la posteridad de forma deliberada y consciente.
Las actas inquisitoriales usadas en Montaillou, de Emmanuel Le Roy Ladurie, los expedientes judiciales o testamentos, o bien como en la obra de Carlo Ginzburg El queso y los gusanos el proceso en la Inquisición contra Domenico Scandella (apodado Menocchio), nacido el 1532 Y que vivió en Friul, en el nordeste italiano; encuestas judiciales de muertes violentas o sospechosas para reconstruir la vida campesina usadas por Barbara A. Hanawalt.
Como suele ocurrir cuando se manejan registros oficiales, su mayor utilidad se manifiesta cuando se emplean para fines en los que jamás soñaron sus compiladores.
La necesidad de mantener un diálogo con los estudiosos marxistas es esencial, pero sigue estando claro que la aplicación de un concepto marxista tan básico incluso como el de clase es de problemática aplicación al mundo preindustrial. Algunos se han inspirado en la escuela francesa de los Annales y la forma en que los analistas han clarificado el concepto de mentalité ha resultado de un valor inestimable para los historiadores que han intentado reconstruir el mundo intelectual de las clases inferiores.
Otros han buscado modelos en la sociología y la antropología. También aquí, en manos hábiles y sensibles, los beneficios han sido grandes, si bien incluso en tales manos no han desaparecido ciertos problemas, mientras que, tocados por otras, se han producido algunos desastres.
El tratamiento microhistórico propiciado por los modelos antropológicos puede oscurecer fácilmente el problema más general de la situación del poder en la sociedad en conjunto y la naturaleza de su actuación.
En el fondo de nuestro análisis acecha una cuestión fundamental: ¿es la historia desde abajo un enfoque de la historia o es un tipo diferenciado de historia? El asunto puede explicarse desde ambas direcciones. En cuanto enfoque, la historia desde abajo cumple, probablemente, dos importantes funciones, servir de correctivo a la historia de las personas relevantes, mostrar que la batalla de Waterloo comprometió tanto al soldado Wheeler como al duque de Wellington, y al ofrecer un enfoque diverso, la historia desde abajo -abre al entendimiento histórico la posibilidad de una síntesis más rica, de una fusión de la de la experiencia cotidiana del pueblo con los temas de los tipos de historia más tradicionales.
Parecería, pues, que la historia desde abajo alcanza su mayor efectividad cuando se sitúa en un contexto.
Tony Judt en 1979 advierte que “la historia social, según he insinuado antes, se ha transformado en una especie de antropología cultural retrospectiva”. Persiste el peligro de caer en algo parecido a la fragmentación del conocimiento histórico y la despolitización de la historia que tanto criticó Judt.
El tipo de historia desde abajo plantea otra cuestión: la de ampliar la audiencia del historiador profesional, la de permitir acceder a la historia a un grupo de nivel profesional más extenso que el compuesto por los colegas del mundo académico y sus estudiantes, aunque aún hoy la historia de los grandes personajes parece ser lo que más agrada al público.
Escasean los intentos de llevar las cosas más allá o abordar los problemas históricos en un plano muy superior al de la anécdota o la experiencia local aislada.
Roderick Floud, señaló que «a veces, en efecto, el estilo del History Workshop ha bordeado el anticuarismo de izquierdas, la recogida y publicación de episodios efímeros de la vida de la clase trabajadora». En su defensa podría ser que los estudios de casos aislados y otros similares pueden conducir al contextualizarlos, a algo más significativo que el anticuarismo.
Algunas conclusiones que saca el autor.
Edward Thompson, Carlo Ginzburg, Emmanuel Le Roy Ladurie y otros han logrado vencer con éxito los problemas apuntados. y han mostrado cómo la imaginación puede ayudar a la práctica académica en ampliar nuestra visión del pasado y mostraron zonas de la historia que podrían haber sido condenadas a permanecer en la oscuridad.
Los propósitos de la historia son variados, pero uno de ellos consiste en proporcionar a quienes la escriben o leen un sentimiento de identidad, una idea de procedencia. En el nivel superior nos encontraríamos con el papel representado por la historia en la formación de una identidad nacional, al ser parte de la cultura de la nación. La historia desde abajo puede desempeñar una función importante en este suceso recordándonos que nuestra identidad no ha sido formada simplemente por monarcas, primeros ministros y generales.
La mayoría de quienes han escrito historia desde abajo aceptarían, en términos generales, la idea de que uno de los resultados de haber abordado las cuestiones de ese modo ha sido demostrar que los miembros de las clases inferiores fueron agentes cuyas acciones afectaron al mundo (a veces limitado) en que vivieron.
Nuestra observación Hnal habrá de ser, por tanto, que, por valiosa que pueda ser la historia desde abajo para ayudar a determinar la identidad de las clases inferiores, debería salir del gueto (o de la aldea rural, la calle de clase trabajadora, el tugurio o el bloque de viviendas) y ser utilizada para criticar, redefinir y robustecer la corriente principal de la historia.