viernes, 13 de septiembre de 2024

Teorías de movimientos sociales latinoamericanos

Modernidad y efervescencia de las teorías de movimientos sociales latinoamericanos

Juliana Flórez Flórez


Juliana Flórez Flórez (2ª.ed.). “Modernidad y efervescencia de las teorías de movimientos sociales latinoamericanos.” En: Lecturas emergentes. El giro decolonial de los movimientos sociales. Volumen 2. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2015. pp. 28-70.


Parece estar cortada, se resume de la 33 a la 52.


Modernidad y efervescencia de las teorías de los movimientos sociales latinoamericanos


Hacia los años 80, proliferaron grupos sociales con temas que habían sido descuidados por el mundo académico, lo que llevó a reconocerlos como sujetos centrales para la transformación social.

Estos movimientos retan los límites de la modernidad y ofrecen alternativas.


Primera distinción analítica: lo nuevo y lo viejo de los movimientos latinoamericanos (1980-1985)

Los movimientos sociales han estado en la historia de América latina y El Caribe, pero hasta los 80 no se les presta atención en los espacios académicos. Fue una década perdida desde la economía pero una década ganada en términos de acción colectiva.

Se pasa del estudio de los movimientos centrados en el sujeto revolucionario a los movimientos en torno a un sujeto político identitario. Ganaron autonomía y dejaron de estar subordinados a los partidos políticos. Sus objetivos pasaron de querer controlar al Estado a exigir ante él una democracia participativa. Su estrategia se desplazó hacia los espacios micro de la vida cotidiana. La identidad no se construía por clase y eran aliados de otros movimientos y no del Estado. Pasaron de ser solo defensivos a ser propositivos.

Se rompió con el análisis clásico de la acción colectiva, rompiendo con enfoques estructuralistas y marxistas.

Ya no solo buscaban actuar donde el Estado no actuaba o reforzar a los partidos  sino orientar la producción de lo social. Se separan de visiones funcionalistas que les daban un rol secundario. Puso en crisis una concepción del socialismo basada en la clase obrera. Los análisis desde la revolución y el desarrollo se quedaban cortos.

Hubo que afinar el debate porque se llegó a considerar grupo social cualquier forma de acción colectiva y discutir si eran o no una ruptura o novedad y si esta novedad, era de los movimientos o la lectura sobre ellos.

El énfasis en la novedad provocó que se dejaran de considerar las múltiples continuidades entre las formas de movilización y se pasó por alto que los viejos estilos políticos estaban presentes en las nuevas formas de movilización (clientelismo, burocratización, institucionalización). Se generalizó la idea de que los viejos movimientos tenían reivindicaciones económicas y los nuevos, culturales. Se convirtió la autonomía en fetiche, poniendo en un mismo saco diversas realidades (hubo nuevos movimientos que nacieron de apoyo desde el Estado, por ejemplo). Hubo análisis que eran aplicables a contextos como el europeo pero no a la América latina y Caribe (como que una clase media con necesidades básicas satisfechas era la base).

Una tesis que apoya la autora es que vinieron a sustituir a la izquierda, ocupando

espacios políticos que apenas alcanzaba.

Hay una tensión entre dialogar con el Estado y confrontarlo a la vez, que si ignora no queda más que catalogar todo de simple cooptación. Se va pasando de la novedad como sello de garantía política a la novedad como necesidad analítica.


Segunda distinción analítica: entre la identidad y al estrategia (1985-1990)

Empieza a mermar el optimismo. El texto de Jean Cohen, “Estrategia o identidad: nuevos paradigmas teóricos y movimientos sociales contemporáneos” es un parteaguas en este nuevo abordaje.  Distingue las teorías según si enfatiza la dimensión estratégica o la identitaria.

Bajo el primer énfasis se identifican teorías de corte más disciplinario, como la teoría de la movilización de recursos (TMR)  y la teoría de los marcos interpretativos.

Para la primera, son esenciales la racionalidad instrumental (cálculo de costos y beneficios), y la organización racional (movilización y gestión de recursos). Se inspira en la economía neoclásica por el énfasis en la racionalidad  de las elecciones. Por problemas de desajuste en ciertos contextos se ha movido a añadir que también son oportunidades para transmitir símbolos y significados creando la Teoría de los Procesos Políticos (TPP), enfatizando en la oportunidad política, aliados, etc. Se ha usado para analizar la función de mediación entre la sociedad y el Estado, así como para analizar la interacción de los movimientos populares y el sistema político, analizando que en latinoamérica surgen como respuesta a la excesiva intervención de la administración pública en la vida económica y social.

Se le critica el reduccionismo al ámbito político y dejar de lado elementos como la sostenibilidad del movimiento, los conflictos internos, la línea de fractura  ideológica, etc.  Al enfoque estratégico (el cuándo y el cómo) se le criticó analizar excesivamente lo micro, al enfoque de Cohen, lo contrario.

Las teorías del Paradigma Identitario (TPI) se centran en el porqué de la acción colectiva. Hubo una necesidad de abrir espacios simbólicos desde donde inscribir identidades y cubrir demandas distintas del proletariado. Además considera que la proliferación se explica por la falta de legitimidad del sistema político y la necesidad y posibilidad de transformarlo, además desbordan el núcleo político-simbólico de la identidad de clase. La proliferación de los movimientos se considera como una respuesta a los límites de seguir pensando el futuro de la humanidad en términos modernos: redefinen los problemas y aportan las vías para solucionarlos. Son proyectos que buscan sortear los límites del pensamiento moderno.

En los análisis latinoamericanos, las TPI son las que han gozado de la mayor acogida.

En términos de habermas, son defensivos ante una colonización del “mundo de vida”, mientras que los anteriores eran ofensivos para tratar de romper e insertarse en la sociedad política.

Hacia el final de los años 80 se lanzan publicaciones que entrelazan la dimensión estratégica con la identitaria.

Se desarrolló una tercera vertiente teórica: la Teoría de los Marcos Interpretativos (y aquí) o marcos cognitivos, con autores como Benford, Snow, Gamson, Meyer y Laraña.