Juan Sisinio Pérez Garzón. “Aportaciones teóricas y prácticas de los diferentes feminismos.” En: Historia del feminismo. Madrid: Los libros de la catarata, 2018. pp. 206-244.
APORTACIONES DE DIFERENTES FEMINISMOS
El año de 1975 fue declarado por la ONU el año de la mujer, lo que muestra el avance del feminismo.
Se ha afirmado que si del siglo XX hubiera que seleccionar los dos o tres acontecimientos que han cambiado el rumbo de las sociedades, uno de ellos, sin duda, es la entrada de las mujeres por primera vez en la escena de la historia con voz propia y de modo definitivo incluyendo nuevos comportamientos y valores para toda la sociedad.
La escala de tan profunda transformación ha sido bastante desigual por países, quedan muchos diques por derribar, pero el principio de la igualdad de la mujer ha prendido de forma generalizada incluso en los sectores y culturas que, al ser reticentes, tratan de reabsorber esos impulsos de igualdad con nuevas reformulaciones de viejas discriminaciones.
El hecho es que desde los años cincuenta y sesenta, con el logro de avances indudables como la conquista del voto, el acceso a la educación y la apertura a nuevos campos profesionales pudiera parecer que se había alcanzado la plena satisfacción de quienes luchaban por una sociedad igualitaria para las mujeres.
Sin embargo, la obra de Simone de Beauvoir, develó los entresijos de la subordinación de la mujer y culminó la teorización de la igualdad iniciada por las mujeres ilustradas del
siglo XVIII. Por su parte, de los Estados Unidos procedió Betty Friedan que situó el objeto de la teoría y la práctica feminista justamente en la tarea de nombrar ese "problema” de la insatisfacción de las mujeres consigo mismas y con sus teóricas conquistas sociales. Ella hizo del problema de las mujeres un problema político, dio paso al radicalismo feminista inmediato y también a la pluralidad de feminismos que se desplegaron desde los años setenta.
Emancipación de las mujeres
Para conquistar la igualdad había que pasar por la liberación. En los años 60 y 70 se revolucionaron los tres ámbitos decisivos para la reproducción y recreación cultural: la familia, la escuela y los medios de comunicación.
Se analizaron el poder y las formas de dominación no solo como el antagonismo entre capitalista y proletario sino que se abrieron nuevos enfoques en los que tuvieron un peso incuestionable las pensadoras feministas.
Plantearon que la opresión en general y, en concreto, la dominación del hombre sobre la mujer no era solo un producto del capitalismo sino que echaba raíces en la propia "civilización patriarcal” . De ahí la urgencia de transformar los espacios de transmisión cultural como la familia o la escuela y también los intentos de impulsar formas contraculturales y alternativas, casi siempre asociadas con el pacifismo y con el ecologismo, rechazando el consumismo capitalista y la burocratización estatal.
En la práctica las mujeres tuvieron la experiencia de un progresivo despertar cuando constataron que su participación en la lucha por una nueva sociedad se reducía con frecuencia a ser las auxiliares de los hombres que predicaban el nuevo orden antiimperialista, igualitario y no discriminatorio.
Fueron los motivos concretos que desembocaron en 1967 en la creación de un primer grupo independiente, The Chicago Women’s Liberation Union, de orientación socialista. Al año siguiente se unieron otros grupos, como The New York Radical Women, creado por Shulamith Firestone y Pam Alien.
Desde 1968 les dio voz el periódico The Voice of the Women's Liberation Movement.
Tuvieron por tanto, unas relaciones conflictivas con el anterior feminismo, pues no querían tener como interlocutor al Estado para lograr las conquistas de igualdad sino que propusieron desplegar las capacidades de las mujeres desde sus propias experiencias.
El feminismo radical
El feminismo radical se fundamentó en las obras de la estadounidense Kate Millett, Política sexual, y de la canadiense Sulamith Firestone, La dialéctica de la sexualidad, publicadas en 1970.
Acuñaron tres conceptos que desde entonces se han integrado en el pensamiento social: género, patriarcado y casta sexual. Además, sumaron tres perspectivas nuevas: redefinieron el concepto de poder y de política, le dieron unos contenidos más amplios, también desmontaron la visión androcéntrica dominante y, por último, criticaron la heterosexualidad como norma abriendo las relaciones a la bisexualidad, en concreto, y a la libertad en todos los sentidos.
Aportó, por tanto, una nueva definición de la política como el conjunto de estrategias de poder desarrolladas para organizar y mantener un determinado sistema de dominación.
Era la culminación de la línea de análisis ya iniciada por el feminismo sufragista y socialista en el siglo XIX, pero ahora la autora norteamericana vinculaba ese concepto de la política con las formas de dominación patriarcal en la familia y en la sexualidad, que hasta entonces se consideraban espacios personales y "privados”.
Así, junto a la idea de que "lo personal es político” , la otra gran aportación de Kate Millett fue su énfasis en el peso del patriarcado en la organización de las diversas relaciones sociales. Se convirtieron en dos soportes teóricos para el movimiento feminista a partir de entonces.
Sulamith Firestone argumentó que el poder patriarcal había situado a las mujeres en una posición de desventaja porque las había obligado a recluirse en las tareas biológicas del parto y de la crianza de los hijos. Para remediar esas desventajas, Sulemith Firestone propuso no solo el uso de los métodos anticonceptivos y del aborto, sino sobre todo desarrollar las innovaciones científicas para lograr la reproducción humana en los laboratorios, asignando la crianza de los hijos a las instituciones estatales. Se eliminarían tanto las clases sexuales como las clases sociales o económicas.
Hay que recordar a las pioneras citadas en un anterior capítulo, cuando Marie Stopes abrió una clínica de control de natalidad en Londres en 1921, y los laboristas, al llegar al gobierno en 1922, permitieron panfletos informativos.
La legalización de los anticonceptivos llegó a finales de los años sesenta en las democracias europeas, pero no el aborto, aunque en los países de la órbita soviética se había legalizado desde los años veinte. En Occidente ocurrió ya en los años setenta, por impulso sobre todo de las feministas.
Simultáneamente, el feminismo radical lanzó campañas contra el proxenetismo y el sistema de represión policial que se organizaba en torno a la prostitución. Las prostitutas apoyaron cuanto significaba poner coto a los abusos policiales y a los sistemas de extorsión que las agobiaban, pero no se consideraban ni víctimas ni pensaban que era un oficio vergonzoso.
Esta situación tan paradójica entre feminismo y prostitución no ha cambiado desde los años setenta del siglo XX.
Ya lo personal es tan político que las relaciones de género son tema de legislación de los distintos Estados democráticos y por eso se han reglamentado incluso los casos en que las relaciones sexuales dentro de la pareja pueden ser formas de violación más o menos encubierta.
La tercera ola
La primera es la impulsada por las feministas de la igualdad.
La segunda ola se asocia con el feminismo de los años sesenta del siglo XX, a partir de las obras de Simone de Beauvoir y Betty Friedan, que hemos analizado en el capítulo anterior, y abarca también el feminismo radical y los movimientos de liberación que en los años setenta rompieron los esquemas patriarcales y la jerarquía androcéntrica dominante en tantas esferas de la vida social.
En la tercera ola destaca sobre todo lo que se define como feminismo de la diferencia o que otros catalogan como feminismo cultural. Habiendo alcanzado la igualdad se exalta la diferencia. En consecuencia, estas feministas lanzan una visión dicotomizada de las naturalezas humanas y subrayan las diferencias entre sexos para hacer de la heterosexualidad la forma de dominio del varón. Por eso surgen voces que defienden el lesbianismo como la alternativa para no dejarse contaminar por la agresividad, incluso letal, de los valores masculinos: el feminismo no tenía que apoderarse de los valores de los hombres ni de sus tareas y profesiones sino que sería en el ámbito familiar donde lo femenino podría desplegar su propia personalidad.
Luce Irigaray es la más conocida de este feminismo de la diferencia en Francia con una obra fundamentalmente filosófica. En su primera obra, El espejo de la otra mujer, publicada en 1974, replantea toda la tradición filosófica occidental desde Grecia hasta al siglo XX, para denunciar que se trata de una cultura que, por más que se presente como universal, de hecho expresa siempre valores masculinos.
En resumen, el feminismo de la diferencia de los distintos países coincide en la premisa de que no hay libertad ni pensamiento para la mujer si no se parte del hecho básico y crucial de la diferencia sexual, que es lo que debe dar soporte a un pensamiento específico y propio de lo femenino. Por eso, el feminismo de la diferencia lo que exige es la igualdad entre mujeres y hombres, pero no con los hombres.
Así, dentro de lo que se ha catalogado como pensamiento posmoderno, hay que destacar la figura de Judith Butler, para quien el sexo y el género son invenciones y pretextos para interpretaciones culturales que hay que desmontar o de-construir, porque falsean la naturaleza con categorías que crean ficciones homogéneas, cuando la realidad es diversa y cambiante.
La emancipación no tiene que lograrse, según Butler, desde una identidad de género sino que debe desplegarse desde la diversidad de sujetos que se definen y construyen en las dialécticas de interacción con los demás, siempre en los procesos de lucha y reivindicación.
Ha surgido en las últimas décadas el ecofeminismo como respuesta a la idea masculina de la dominación de la naturaleza y, por tanto, de la fertilidad de la tierra y de la fecundación de las mujeres.
Los feminismos institucionales coinciden en situar las diferentes luchas por la igualdad en el seno del mismo Estado democrático, con el pensamiento de que las instituciones deben reflejar y también impulsar el extraordinario cambio social que ha supuesto en la segunda mitad del siglo XX el acceso de las mujeres a la educación y su entrada en el mercado laboral con todas las consecuencias que eso implica.
Feminismos y mujeres en la España democrática
Se puede resumir la historia del feminismo en España en dos etapas. La primera se ha expuesto en el capítulo anterior, transcurre en el primer tercio del siglo XX y se manifiesta con logros importantes durante la Segunda República (altas tasas de educación femenina y acceso a trabajos como parte de planes económicos). La segunda fase se corresponde con la democracia conquistada tras 40 años de dictadura y coincide con el último tercio del siglo XX, en el que presionaron por el aborto, las anticonceptivas y la despenalziación del adulterio. La Constitución del 78 instauró la igualdad legal y un gobierno de centro derecha, la UCD, reguló el derecho al divorcio en 1981, y un gobierno socialista despenalizó la interrupción del embarazo en 1985 en tres situaciones, una terapéutica cuando peligraba la salud física o psíquica de la madre, otra en caso de violación y la tercera por malformaciones en el feto. Las feministas debatieron si organizarse como movimiento unitario o si militar a la vez en los partidos políticos. Ganó esta segunda opción y nació el feminismo institucional. Aumentó la representación política, educativa y en el campo laboral. El Estado de Bienestar creó muchos puestos de trabajo catalogados como "femeninos”, propios del sector de servicios, sobre todo en docencia, salud y atención social. Disminuye el número de amas de casa a tiempo completo. Paridad política y legislación anti violencia de género.
La historia del feminismo no ha terminado porque las formas de dominación se transforman y se reproducen.