Ranke, Leopold von. “Prólogo”, “Introducción”. En Historia de los papas en la época moderna, 7-21. México y Buenos Aires: FCE, 1963 [fecha original de la obra: 1834-1836]. [15]
En el prólogo el autor cita una serie de fuentes a las que accedió para su obra.
Pretende describir la época luego del siglo XVI en Roma, como una de un poder espiritual-temporal renovado, su rejuvenecimiento y desarrollo internos,·su progreso y decadencia, empresa ésta que, si bien puede resultar fallida, ni siquiera podría haberse intentado de no haber tenido ocasión de utilizar unas fuentes desconocidas hasta el momento.
Cita fuentes en Viena, de la Kaiserlich-Koniglichen Hofbibliothek, incluyendo colecciones privadas, algunas incluso inéditas. También ha acudido a los archivos imperiales, que contienen los documentos más importantes y fidedignos en lo que se refiere a la historia alemana en general, y también a la historia italiana.
En Venecia las grandes familias tenían la costumbre, casi todas, de instalar junto a la biblioteca un gabinete de manuscritos. De estas colecciones privadas se conservan todavía algunas, a las que me fué permitido el acceso.
Por lo que se refiere a la parte romana tenía que apoyarme sobre todo en las relaciones de los embajadores que volvían de Roma. Pero deseaba poder utilizar también otras colecciones, porque no es posible evitar las lagunas, y este archivo, a fuerza de tantos traslados, ha padecido algunas pérdidas.
He tomado noticia de los tesoros del Vaticano y utilizado, para mis fines, toda una serie de volúmenes, pero la libertad que yo deseaba en modo alguno me fué concedida. Afortunadamente, se me abrieron otras colecciones que permitían una información, si no completa, por lo menos auténtica y suficiente. En los tiempos del apogeo de la aristocracia -principalmente en el siglo XVII- en toda Europa las familias de rango que intervenían en los negocios públicos conservaron también una parte de la documentación.
Sobre la influencia del investigador señala que Un italiano, un romano o un católico seguramente abordarían el asunto de otra manera. Su veneración o, acaso, tal como están las cosas en la actualidad, su odio teñiría la exposición, sin duda alguna, de colores brillantes y, en muchos pasajes, podría ser más circunstanciado, más eclesiástico, más local. Un protestante, un alemán del Norte, mal podría competir con ellos. Mantiene una actitud de indiferencia frente al poder papal y tiene que renunciar de antemano al calor que la simpatía o el odio pudieran prestar al relato y que servirían acaso para impresionar al público europeo. También en lo que se refiere a este o aquel detalle eclesiástico o canónico nos encontramos bastante distantes.
Sobre el objeto de estudio dice que los Papas de las diferentes épocas se diferencian no menos que las dinastías de un reino.
En la introducción inicia refiriendo procesos: Por mucho que sintamos la desaparición de tantos Estados libres, no podemos negar que de sus escombros surgió una nueva vida. Al ceder la libertad cayeron también los límites de las angostas nacionalidades. Las naciones habían sido sojuzgadas, conquistadas, pero, a la vez, reunidas y fundidas. En este momento del mundo nace Jesucristo: en cada palabra que sale de sus labios aletea el espíritu de Dios; palabras, como dice Pedro, de vida eterna.
Puede ser verdad que los cultos nacionales albergarán un elemento religioso efectivo, pero lo cierto es que, por entonces, se había perdido por completo; no conservaban ya sentido alguno.
Este culto del emperador y la doctrina de Cristo ofrecían cierta semejanza frente al conglomerado de las religiones locales; pero también se enfrentaban en términos antagónicos. El emperador junta Estado y religión; el cristianismo separa lo que es de Dios de lo que es del César. El culto del emperador llegaba tan sólo a los confines del Imperio, supuestos confines de la tierra; el cristianismo estaba destinado a abarcar de verdad la tierra, todo el género humano.
También en este aspecto se nos ofrece la ilimitada significación del Imperio romano. En los siglos de su apogeo quebrantó la independencia de las naciones y aniquiló aquel sentimiento de suficiencia que la particularidad significaba. Pero, en sus últimos tiempos ha visto salir de su regazo la verdadera religión, la expresión más pura de una conciencia común, que excede con holgura los límites de su Imperio, la conciencia de la comunidad en un solo Dios verdadero.
Por otra parte, los emperadores consideraron conveniente favorecer la formación de una gran autoridad patriarcal. Bajo los auspicios del César surgió así el poder del obispo de Roma.
El edificio de la Iglesia se mantiene firme mientras el Imperio se derrumba en las provincias occidentales. Mientras los chispos de Roma, acosados por todas partes, se esforzaban -y, en verdad, con toda la sagacidad y tenacidad que desde entonces les es peculiar- en conservar su señorío, cuando menos en su demarcación, ocurre un desastre todavía mayor. No sólo conquistadores, como los germanos, sino poseídos por una fe fanática y orgullosa, contraria radicalmente al cristianismo, los árabes se desparraman por Oriente y Occidente, conquistan en sucesivos ataques el África y en uno solo España, y Muza proclama su intención de marchar hasta Italia a través de los Pirineos y de los Alpes, para plantar el estandarte del profeta en el Vaticano.
Entablaron una alianza con los Señores de Occidente, con los príncipes francos, alianza que se fué haciendo más estrecha con el tiempo, aportó a ambas partes ventajas considerables y se desenvolvió de tal modo que llegó a revestir una significación de primer orden en la historia universal.
La jerarquía creada dentro del Imperio romano se vierte en la nación germánica; aquí encuentra un campo infinito para una actividad siempre creciente.