sábado, 31 de agosto de 2024

HISTORIA Y TEORÍA DE LA SOCIEDAD: DEL GIRO CULTURALISTA AL GIRO LINGÜÍSTICO

HISTORIA Y TEORÍA DE LA SOCIEDAD: DEL GIRO CULTURALISTA AL GIRO LINGÜÍSTICO

Miguel Ángel CABRERA ACOSTA


El objeto de este artículo es la evolución reciente de la teoría de la sociedad en el campo de los estudios históricos por la manera en que los historiadores conciben el funcionamiento de la sociedad, explican la conciencia y las acciones de los individuos e interpretan los cambios históricos.

Difícil por cercanía, porque la investigación histórica se ha expandido y diversificado, y porque el debate historiográfico se ha hecho cada vez más complejo y sofisticado.

El autor considera que se ha ido dibujando una nueva teoría de la sociedad.

Los antecedentes de la situación actual se encuentran en las condiciones creadas por la historia social y por las dos principales corrientes o “paradigmas dominantes de explicación” que la integran: el materialismo histórico y la escuela de Annales. Frente a esta historia comprensiva, descriptiva y factualista, los historiadores sociales erigieron un nuevo paradigma teórico basado en el concepto de sociedad, es decir, en el postulado de que la conciencia de los individuos no es una creación racional y autónoma, sino el reflejo subjetivo de sus condiciones sociales de existencia.

Como consecuencia de ello, el interés investigador se desplazó desde la política institucional y el ámbito de las ideas hacia los fenómenos económicos y sociales, al tiempo que los historiadores empezaron a conceptualizar la historia mediante un modelo dicotómico según el cual toda sociedad está constituida por una instancia objetiva (identificada, de manera general, con la esfera socioeconómica), que ostenta la primacía causal, y por una instancia subjetiva o cultural que deriva causalmente de aquélla.

La cultura ha adquirido, entonces, una creciente autonomía relativa, dejando de ser considerada meramente como un reflejo mental de lo material, como un epifenómeno o derivación funcional de la esfera socioeconómica, para convertirse en una instancia coproductora de las relaciones sociales y recreadora permanente de las condiciones estructurales.

La relación entre estructura y acción genera siempre un espacio de indeterminación y de contingencia que permite la intervención creadora de los individuos, una intervención creadora que es la que trata de captar, precisamente, conceptos como el thompsoniano de experiencia o los charterianos de representación y de producción individual de significado.

Por esta razón, el interés investigador se desplazó de nuevo, a partir especialmente de la década de 1970, esta vez desde el ser social al ser percibido, es decir, hacia la cultura.

Problema: Los historiadores socioculturales se oponen enérgicamente a cualquier restauración del concepto de sujeto racional (creador de la historia tradicional anterior, historia idealista) o a cualquier pretensión de conceder una autonomía absoluta a la cultura o a la política (dominando ésta). De este modo, la historia sociocultural se aleja ostensiblemente del objetivismo (que reduce las acciones a estructura), pero rechaza con igual vigor el subjetivismo (que reduce la estructura a acciones).

Esta evolución interna del paradigma teórico de la historia social ha afectado tanto a la variante marxista como a la annalista. Durante décadas, el debate historiográfico ha adoptado la forma de una tensión permanente entre objetivismo y subjetivismo, entre causalismo social y culturalismo, haciendo que todo debilitamiento de uno de los términos del binomio implicara, automáticamente, el fortalecimiento del otro

Tanto para los historiadores socioculturales como para los historiadores sociales clásicos, los conceptos mediante los cuales las personas captan el mundo son culturales, precisamente, porque son una interiorización, aunque sea simbólica, de ese mundo.

Pero se ha ido generando una nueva perspectiva que no tiene aún nombre ni definición clara. A este nuevo tipo de historia la denominaré aquí, a la espera de que sea acuñado un término más adecuado, simplemente como Nueva Historia.

El núcleo central y, a la vez, el punto de partida de esta reorientación teórica de la historia ha sido la puesta en duda de que el nexo existente entre realidad social y conciencia sea de carácter causal, y de que, por tanto, el comportamiento de los individuos esté determinado por su posición social o, en general, por sus condiciones sociales de existencia.

Las condiciones sociales imponen, sin duda, límites materiales a las acciones de los individuos (sean físicos, espaciales o de recursos), pero no tienen la capacidad de determinar sus conductas significativas, es decir, aquellas acciones emprendidas en función de los significados que se atribuyen a la realidad y al lugar que se ocupa en ella. En suma, que las condiciones sociales proporcionan a los individuos los medios materiales de sus acciones, pero no los conceptos y los significados en que dichas acciones se fundan.

Las condiciones sociales imponen, sin duda, límites materiales a las acciones de los individuos (sean físicos, espaciales o de recursos), pero no tienen la capacidad de determinar sus conductas significativas, es decir, aquellas acciones emprendidas en función de los significados que se atribuyen a la realidad y al lugar que se ocupa en ella. En suma, que las condiciones sociales proporcionan a los individuos los medios materiales de sus acciones, pero no los conceptos y los significados en que dichas acciones se fundan.

De este modo, la crisis de los conceptos de realidad objetiva y de causalidad social suscita la necesidad inmediata de formular una nueva teoría de la producción de significados, es decir, del origen de la conciencia.

El punto de partida de dicha teoría es la afirmación de que, según muestra la investigación histórica reciente, la realidad social no se incorpora por sí misma a la conciencia, sino que lo hace siempre a través de su conceptualización.

Según muestra la investigación histórica, todo nuevo fenómeno social es siempre aprehendido significativamente por los individuos mediante un cuerpo de conceptos que existe con anterioridad. De lo que se sigue que la realidad no genera sus propios significados a partir de cero, sino en interacción con el entramado de significados o marco interpretativo heredado del pasado.

Lo que la nueva historia sostiene, es que para analizar y dar cuenta de los procesos sociales es necesario establecer una clara distinción entre la noción convencional de lenguaje como medio de comunicación y la noción de lenguaje como patrón de significado y basar en esta segunda, y no en la primera, la teoría de la sociedad.

Es en este sentido en el que la nueva historia afirma que la realidad social es una construcción lingüística o discursiva. Esta afirmación no debe entenderse, por supuesto, en un sentido literal. Debe entenderse como que los significados de los hechos que constituyen la realidad no derivan de los propios hechos, sino que son el resultado de la aplicación a los mismos de unos criterios de clasificación que son suministrados por el marco discursivo vigente en cada momento histórico. El discurso no construye, obviamente, a la realidad social en sí, pero sí a la realidad social en tanto que entidad significativa u objetiva.

No son relaciones causales, sino históricamente y significativamente construidas.

Para la nueva historia, la identidad de los individuos no sería un reflejo de las condiciones sociales, ni su subjetividad el fruto de un acto de toma de conciencia. Identidad y subjetividad serían, más bien, el resultado de la mediación lingüística entre los individuos y su contexto social.

Es por eso que, a partir de ahora, la mera constatación de que, en una situación histórica dada, existe un nexo entre una identidad y un determinado referente social es un ejercicio puramente empírico y descriptivo, sin valor explicativo alguno. Por el contrario, lo que el análisis histórico habrá de explicar es cómo dicho nexo llegó a establecerse, en lugar de considerarlo como algo obvio o natural.

La conclusión a la que ha llegado la nueva historia es que las acciones de los individuos no están determinadas por sus condiciones sociales de existencia, sino, en todo caso, por el significado que éstas poseen dentro de una determinada matriz discursiva.

Expresado en términos algo más técnicos, diríamos, por tanto, que, en este punto, la premisa teórica central de la nueva historia es que las acciones de los individuos remiten causalmente a la mediación discursiva y no, como creía la historia social-sociocultural, al referente real.

Dilema crucial de la profesión histórica: ¿es sólo una arremetida idealista más contra la historia materialista o una auténtica ruptura teórica?


viernes, 30 de agosto de 2024

Las mentalidades. Una historia ambigua.

Jacques Le Goff

Las mentalidades. Una historia ambigua.

Jacques Le Goff.

Concepto

Las mentalidades es un concepto que atrae pero a la vez parece envilecido. Un primer atractivo es su imprecisión, el no se qué de la historia.

Pretende satisfacer la curiosidad de ir más allá en el análisis y se encuentra con otras disciplinas. Se aproxima al etnólogo, intentando alcanzar como él el nivel más estable, más inmóvil de las sociedades. Se acerca también a la sociología. Su objeto es lo colectivo. Se encuentra con el psicólogo social y hay una atracción recíproca de la historia de las mentalidades y de la psicología social.

En este camino se revela uno de los intereses de la historia de las mentalidades: las posibilidades que ofrece a la psicología histórica de vincularse a otra gran corriente de la investigación histórica hoy: la historia cuantitativa.

Además de sus lazos con la etnología, la historia de las mentalidades podrá disponer de otro gran arsenal de las ciencias humanas actuales: los métodos estructuralistas

La atracción de la historia de las mentalidades viene, sobre todo, del desarraigo que ofrece a los intoxicados de la historia económica y social y especialmente de un marxismo vulgar.

En el propio interior del marxismo, los historiadores que lo invocaban, después de haber puesto de manifiesto el mecanismo de los modos de producción y de la lucha de clases, no conseguían pasar de forma convincente de las infraestructuras a la superestructuras.

Es también el lugar de encuentro de exigencias opuestas que la dinámica propia de la investigación histórica actual fuerza al diálogo. Se sitúa en el punto de conjunción de lo individual con lo colectivo, del tiempo largo y de lo cotidiano, de lo inconsciente y lo intencional, de lo estructural y lo coyuntural, de lo marginal y lo general. La historia de las mentalidades es a la historia de las ideas lo que la historia de la cultura material es a la historia económica. Se capta el estilo de una época en las profundidades de lo cotidiano.


El método que la historia de las mentalidades impone al historiador es una investigación arqueológica, primero, de los estratos y fragmentos de arqueopsicología —en el sentido en que André Varagnac habla de arqueocivilización—, pero como estos restos unidos en coherencias mentales, si no lógicas. Se impone, luego, el desciframiento de sistemas psíquicos próximos al bricolaje intelectual por el que Claude Lévi‐Strauss reconoce el pensamiento salvaje.

Lo que parece falto de raíz, nacido de la improvisación y del reflejo, gestos maquinales, palabras irreflejas, viene de lejos y atestigua la prolongada resonancia de los sistemas de pensamiento.

La historia de las mentalidades obliga al historiador a interesarse más de cerca por algunos fenómenos esenciales de su dominio: las herencias cuya continuidad enseña su estudio, las pérdidas, las rupturas (¿de dónde, de quién, de cuándo vienen este pliegue mental, esta expresión, este gesto?); la tradición, eso es, las formas en que se reproducen mentalmente las sociedades, los desfases, producto del retraso de los espíritus en adaptarse al cambio y de la rapidez desigual de evolución de los distintos sectores de la historia.

Los hombres se sirven de las máquinas que inventan guardando las mentalidades de antes de esas máquinas.

Origen

El francés no deriva naturalmente mentalité de mental. Lo toma del inglés que desde el siglo XVII había sacado mentality de mental. La mentalidad es hija de la filosofía inglesa del siglo XVII. Inspira a Voltaire el libro y la idea de l’Essai sur les moeurs et l’esprit des nations (1754), en que uno siente el principio de una prolongación del inglés mind.

Es el sucedáneo popular de la Weltanschauung alemana, la visión del mundo, de cada cual, un universo mental estereotipado y caótico a un mismo tiempo.

La eclosión de la nueva escuela histórica francesa ha asegurado —hecho excepcional— el éxito de la palabra, de la expresión y del género (los tres «teóricos» de la historia de las mentalidades son Lucien Febvre, 1938, Georges Duby, 1961, Robert Mandrou, 1968).

Y es verdad que el historiador de las mentalidades, sin encerrar esta palabra en el infierno de la memoria colectiva, la persigue en las aguas turbias de la marginalidad, de la anormalidad, de la patología social. La mentalidad parece revelarse de preferencia en el dominio de lo irracional y de lo extravagante. De ahí la proliferación de estudios —algunos de ellos notables— sobre la brujería, la herejía, el milenarismo.


Fuentes

Hombre de oficio, el historiador busca primero sus materiales. ¿Dónde están los de la historia de las mentalidades? Todo es fuente, para el historiador de las mentalidades. Es una forma diferente de leerlo.

Importa no separar el análisis de las mentalidades del estudio de sus lugares y medios de producción.

Las mentalidades mantienen con las estructuras sociales relaciones complejas, pero sin estar separadas de ellas. ¿Se da para cada sociedad, en cada una de las épocas que la historia distingue en su evolución, una mentalidad dominante o varias mentalidades?

Igualmente delicada es la captación de las transformaciones de las mentalidades. ¿Cuándo se deshace una mentalidad, cuándo aparece otra? La innovación en este terreno de las permanencias y de las resistencias no es de fácil aprehensión.


Salida en buena parte de una reacción contra el imperialismo de la historia económica, la historia de las mentalidades no tiene que ser ni el renacimiento de un espiritualismo superado —que se ocultaría por ejemplo bajo las vagas apariencias de una indefinible psyché colectiva— ni el esfuerzo de supervivencia de un marxismo vulgar que buscaría en ella la definición barata de superestructuras nacidas mecánicamente de las infraestructuras socioeconómicas.

La historia de las mentalidades tiene que distinguirse de la historia de las ideas contra la cual también en parte nació. No son las ideas de santo Tomás de Aquino o de san Buenaventura las que dirigieron los espíritus a partir del siglo XIII, sino nebulosas mentales en las que ecos deformados de sus doctrinas, migajas depauperadas, palabras fracasadas sin contexto, han desempeñado un papel.

La historia social está jalonada de mitos en que se revela la parte de las mentalidades en una historia que no es ni unánime ni inmóvil.

Pese, o mejor a causa de su carácter vago, la historia de las mentalidades está en vías de establecerse en el campo de la problemática histórica. Si se evita que sea un cajón de sastre, coartada de la pereza epistemológica, si se le dan sus utensilios y sus métodos, hoy tiene que desempeñar su papel de una historia distinta que, en su búsqueda de explicación, se aventura por el otro lado del espejo.


Divorcio y Violencia de pareja

Vamos ahora analizar en qué medida se modificaron las visiones hacia el matrimonio y la violencia de pareja entre 1890 y 1950.

Pretende demostrar mediante estudios de casas que el concepto de violencia marital se construye y  transforma históricamente. Primero se analizarán las tendencia del divorcio civil y luego las denuncias planteadas, primero por mujeres y luego por hombres. Siempre tomado de  Eugenia Rodríguez Sáenz, pero del libro Divorcio y violencia de pareja en Costa Rica (1800-1950).




Tendencias del divorcio civil

Muestra: 913 casos

Crecimiento dramático de divorcio civil (98,9%) y mínimo (1,10%) de divorcio eclesiástico (realmente se trata de separación de cónyuges, no hay disolución del vínculo). Claro que incluye la aprobación del Código Civil de 1888 que permite el divorcio, pues lo ve como un contrato consensual, secular y temporal, aunque tuvo críticas de sectores conservadores, que consideraban era excesivo, aún en 1941 (Pío Latino en el Eco Católico).

Las mujeres que solicitaban divorcio eran mayoritariamente “de oficios domésticos” por lo que mejor ver el oficio de sus cónyuges, y son en un 90% sectores medios o altos. Mientras que en el caso de los hombres solicitantes, hasta un 27% eran de sectores más bajos.

Geográficamente, entre 18090-1850 la mayoría de divorcios eclesiásticos fueron en Cartago (primero) y luego de 1821 en San José. Luego de 1890-1950 fueron San José y Alajuela los líderes.


Demandas de divorcio de las esposas

Muestra: 116 divorcios

Las solicitantes mujeres llegaban al 31,9% mientras que el 68,1% eran hombres.

El divorcio eclesiástico era preferido por las mujeres y el civil por hombres.

Antes de 1910 mayoritariamente lo solicitaban mujeres y luego de esa fecha se invierte proporción. Se supone que las mujeres recurrían a esta figura para no sufrir consecuencias sociales de romper el vínculo y para tratar de mejorar la conducta de sus esposos. Se cree que campañas de la Iglesia ayudaron a asentar imagen de rol de mujeres y dificultar acceso al divorcio, más los costos procesales, lo que limita su acceso a la Justicia. Suma también el trabajo de Virginia Loría (1941), “El divorcio y sus consecuencias ético-sociales”: jamás puede ponerse en el mismo escalafón a la mujer divorciada que a la esposa fiel que mantiene el vínculo. Otros hechos como agresión, abandono, falta de pensión alimentaria y embriaguez podían canalizarse a través de alcaldías y agencias de policía.

En 1800-1899 la causa más frecuente es agresión verbal y física (42,3%), luego abandono y falta de sostén económico (27,6%, y tercero amenazas de muerte (13,3%). Adulterio era la cuarta causal con 8,9%. 

Luego en 1900-1950 es primero abuso físico y verbal (31%), abandono y falta de sostén económico (31%) y tercero adulterio (26,8%). ** Hacia el final del texto dice que adulterio fue primero en esta época y abuso físico y verbal de segundo // REVISAR

Esa agresión se contempló en el Código Civil de 1888 como sevicia y ofensas graves. Hubo un gran cambio en la conceptualización jurídica de lo que diferenciaba a la sevicia de las ofensas graves.

Había divergencias en interpretación: algunos jueves pensaban que debían probarse y otros que solo las graves eran causal válida de divorcio, pues se aceptaba como natural cierto grado de violencia. Algunos jueces consideraban que debían darse ambas causales para que fuera causal de divorcio. Una Sentencia de Casación de 1912 de Alberto Brenes Córdoba, aclaró que cualquiera de las dos bastaba ya que sería inconcebible que tuvieran que darse ambas causales pues no tienen necesaria relación causal y el Código Civil de 1888 los enumera como motivos bastantes para decretar la ruptura del vínculo.

Otro caso de 1939 es interesante porque ante el reclamo de 30 años de violencia el juez resuelve que, si lograron formar una familia respetable por 30 años, es que lo que pasó fueron disgustillos y diferencias de carácter. La Sala de Casación consideró que sí se daba la causal y tiene por probados los hechos de vejación por sana crítica, considerando inhumano exigirle resignarse a los desmanes del marido. 

Actualmente se considera que las lesiones dentro del matrimonio son subvaloradas por el criterio penal de incapacidad para labores habituales, derivándolas a contravenciones.

Como segunda causal estaba abandono y falta de sostén, confirmando el rol masculino de proveedor que ya venía desde el Código de Carrillo de 1841.

Hubo además políticas y leyes de pensiones de 1867 y 1916, esta última con apremio corporal muy enfático aunque venía ya desde antes

**Ver esto en proyecto de ley 21.540: LEY DE OPORTUNIDADES DE EMPLEO PARA PERSONAS BAJO APREMIO CORPORAL POR DEUDAS ALIMENTARIAS:

“El Código General de Braulio Carrillo de 1841, es la primera ley que establece el deber alimentario. Según el artículo 129 de ese cuerpo normativo, si la persona que debe dar alimentos justifica que no puede pagar la porción alimentaria, el juez, con conocimiento de causa, podía ordenar que reciba en su casa a la persona a la que debe alimentar. Con el Decreto No. XIX del 12 de julio de 1867, nace el apremio corporal como medida de presión para el pago de la pensión alimentaria. Se dice en su artículo 21 que, quién no pagaba la pensión, debía cancelar de 10 a 30 pesos de multa o quedar en prisión de 1 a 3 meses.”

La tercera causal era adulterio y concubinato escandaloso (26,8% de casos). La infidelidad femenina era causal, pero la masculina solo si revestía además concubinato escandaloso.

En los periodos se mantiene la preponderancia y orden las causales aunque pueda variar su frecuencia, ya que el adulterio se triplicó y bajaron un poco el maltrato y la falta de sostén, pero falta investigar las causas de ese cambio.


Demandas de divorcio de los esposos

Muestra: 79 divorcios

El camino eclesiástico era menos usado por los hombres, quizás por estar menos sometidos a esa institución y podrían tener más aceptación social sus acciones judiciales y mejor acceso a la Justicia y asesoría.

Hay que recordar que el Código Civil de 1888 establecía que el cónyuge culpable de la causal perdía el derecho a los gananciales. El adulterio femenino era en el Código Penal de 1840 y en el 1924, un delito. Era usual que se argumentara que las demandas de divorcio con estas dos causales, realmente eran para librarse del deber de manutención y cuidar gananciales.

Las normas patrimoniales (pensión alimentaria) si bien es cierto reforzaban el rol de proveedor del hombre, también lo delimitaban a ese rol, no exigiendo conductas relativas a la guarda y crianza como a la mujer ni exigiendo que para el cumplimiento de esas conductas debiera soportar condiciones matrimoniales inadecuadas.

Las causales fueron (1900-1950) en primer lugar infidelidad (38,1%), abandono y falta de sostén económico (34,9%), abuso físico y verbal (21,9%). 

En el período 1800-1899 las causales eran adulterio (42,4%), abandono y falta de sostén (36,9%) y abuso físico y verbal (11,9%). Se mantiene el orden pero aumenta el abuso y se reduce el adulterio. Podría ser una estrategia procesal de defensa y producto de actitudes de las mujeres más contestatarias y mejor acceso a la Justicia para las mujeres.

Las causales tienden a reforzar los ideales de género: sumisa versus proveedor.


Debe destacarse que en el período 1800-1850, 9 de cada 10 esposas denunciaron a sus esposos, pero en la primera mitad del siglo XX se invierte el comportamiento y en el período 1900-1950 los esposos denunciaron a sus esposas 7 de cada 10.

Los esposos enfatizaban el adulterio, la falta de sostén y el abuso físico y verbal, mientras que las mujeres el abuso físico, luego el verbal y luego el adulterio.


Si bien es cierto hay cambios por fenómenos como el crecimiento del capitalismo agrario, la prensa, expansión urbana, fortalecimiento de la Justicia y la construcción de un modelo liberal hegemónico, el cambio fue más marcado con el Código Civil de 1888 y las reformas seculares que define el matrimonio como contrato secular individual y disoluble, y no como contrato espiritual, sacro e indisoluble. Son cambios tan fuertes como los sucedidos con las normas de equidad de género y combate a la violencia doméstica. Aquellos inspirados por principios liberales, estos por perspectiva de género, movimientos de mujeres y las políticas sociales del Estado.


jueves, 29 de agosto de 2024

Historia social e historia desde abajo

Historia social e historia desde abajo

Jim Sharpe



Historia social e historia desde abajo. Jim Sharpe, “Historia desde abajo.” En: Peter Burke (ed.) Formas de hacer historia. Madrid: Alianza Editorial, 1996. pp. 38-58.


Historia desde abajo

Del Clasicismo en adelante, la historia se ha contemplado tradicionalmente como un relato de los hechos de las grandes personalidades. En el siglo XIX se desarrolló cierto interés por una historia social y económica de mayor alcance, pero el principal tema de la historia siguió siendo la exposición de la política de las elites. Hubo, por supuesto, cierto número de individuos descontentos con esta situación y ya en 1936 Bertolt Brecht, en su poema «Preguntas de un trabajador que lee», declaraba, probablemente de la manera más directa hasta el día de hoy, la necesidad de una perspectiva distinta de lo que podría calificarse de «historia de las personas principales».

Pero quizá sea justo decir que una afirmación seria de la posibilidad de convertir en realidad esta opción no llegó hasta 1966, cuando Edward Thompson publicó en The Times Literary Supplement un artículo sobre “La historia desde abajo”.

Dicha perspectiva ha resultado de inmediato atrayente para los historiadores ansiosos por ampliar [los límites de su disciplina, abrir nuevas áreas de investigación y, sobre todo, explorar las experiencias históricas de [las personas cuya existencia tan a menudo se ignora, se da por supuesto o se menciona de pasada en la corriente principal de la historia.

El intento de estudiar la historia de esta manera implica ciertas dificultades. La primera se refiere a las pruebas, en períodos casi inexistentes. En segundo lugar, existen varios problemas de conceptualización. ¿Dónde se ha de situar, exactamente, ese “abajo” y qué habría que hacer con la historia desde abajo una vez escrita? ¿Quiénes son exactamente esos “de abajo”?

Como es obvio, la contribución de los historiadores marxistas ha sido enorme, tanto aquí como en otros países: de hecho, cierto filósofo marxista ha afirmado que cuantos escrIben historia desde abajo lo hacen a la sombra de las ideas marxistas de la historia.

Hobsbawm mantenía que la posibilidad de lo que él denomina “historia de la gente corriente” no era una auténtica evidencia antes de 1789, poco más o menos. «La historia de la gente corriente en cuanto terreno específico de estudio», escribía, «comienza con la de los movimientos de masas en el siglo XVIII. Para el marxista, o más en general, para el socialista, el interés por la historia de la gente corriente se desarrolló al crecer el movimiento de los trabajadores». Según continuaba señalando, esta tendencia «impuso unas anteojeras bastante eficaces a los historiadores socialistas». A algo parecido a esas anteojeras aludía un libro publicado en 1957, The Uses of Literacy, de Richard Hoggart. Aconsejaba prudencia ya que «sus autores exageran el lugar de la actividad política en la vida de los trabajadores y no siempre tienen una idea adecuada de lo que es corriente en esas vidas».

 El problema (según daba a entender Hoggart) era que los historiadores del movimiento obrero, marxistas o no, ha­bían estudiado «no cualquier tipo de personas corrientes, sino aque­llas que podrían considerarse antepasados de dicho movimiento: no los trabajadores en cuanto tales, sino más bien, los cartistas, los sindicalistas o los militantes obreros». La historia del movimiento obrero y otros procesos institucionalizados, declaraba, no debería «sustituir a la historia de la gente corriente».

Los historiadores económicos y sociales se han ido acostumbrando progresivamente a servirse de tipos de documentación cuya verdadera utilidad como prueba histórica reside en el hecho de que sus compiladores no las registraban para la posteridad de forma deliberada y consciente.

Las actas inquisitoriales usadas en Montaillou, de Emmanuel Le Roy Ladurie, los expedientes judiciales o testamentos, o bien como en la obra de Carlo Ginzburg El queso y los gusanos el proceso en la Inquisición contra Domenico Scandella (apodado Menocchio), nacido el 1532 Y que vivió en Friul, en el nordeste italiano; encuestas judiciales de muertes violentas o sospechosas para reconstruir la vida campesina usadas por Barbara A. Hanawalt.

Como suele ocurrir cuando se manejan registros oficiales, su mayor utilidad se manifiesta cuando se emplean para fines en los que jamás soñaron sus compiladores. 

La necesidad de mantener un diálogo con los estudiosos marxistas es esencial, pero sigue estando claro que la aplicación de un concepto marxista tan básico incluso como el de clase es de problemática aplicación al mundo preindustrial. Algunos se han inspirado en la escuela francesa de los Annales y la forma en que los analistas han clarificado el concepto de mentalité ha resultado de un valor inestimable para los historiadores que han intentado reconstruir el mundo intelectual de las clases inferiores. 

Otros han buscado modelos en la sociología y la antropología. También aquí, en manos hábiles y sensibles, los beneficios han sido grandes, si bien incluso en tales manos no han desaparecido ciertos problemas, mientras que, tocados por otras, se han producido algunos desastres.

El tratamiento microhistórico propiciado por los modelos antropológicos puede oscurecer fácilmente el problema más general de la situación del poder en la sociedad en conjunto y la naturaleza de su actuación.

En el fondo de nuestro análisis acecha una cuestión fundamental: ¿es la historia desde abajo un enfoque de la historia o es un tipo diferenciado de historia? El asunto puede explicarse desde ambas direcciones. En cuanto enfoque, la historia desde abajo cumple, probablemente, dos importantes funciones, servir de correctivo a la historia de las personas relevantes, mostrar que la batalla de Waterloo comprometió tanto al soldado Wheeler como al duque de Wellington, y al ofrecer un enfoque diverso, la historia desde abajo -abre al entendimiento histórico la posibilidad de una síntesis más rica, de una fusión de la de la experiencia cotidiana del pueblo con los temas de los tipos de historia más tradicionales.

Parecería, pues, que la historia desde abajo alcanza su mayor efectividad cuando se sitúa en un contexto.

Tony Judt en 1979 advierte que “la historia social, según he insinuado antes, se ha transformado en una especie de antropología cultural retrospectiva”. Persiste el peligro de caer en algo parecido a la fragmentación del conocimiento histórico y la despolitización de la historia que tanto criticó Judt.

El tipo de historia desde abajo plantea otra cuestión: la de ampliar la audiencia del historiador profesional, la de permitir acceder a la historia a un grupo de nivel profesional más extenso que el compuesto por los colegas del mundo académico y sus estudiantes, aunque aún hoy la historia de los grandes personajes parece ser lo que más agrada al público.

Escasean los intentos de llevar las cosas más allá o abordar los problemas históricos en un plano muy superior al de la anécdota o la experiencia local aislada.

Roderick Floud, señaló que «a veces, en efecto, el estilo del History Workshop ha bordeado el anticuarismo de izquierdas, la recogida y publicación de episodios efímeros de la vida de la clase trabajadora». En su defensa podría ser que los estudios de casos aislados y otros similares pueden conducir al contextualizarlos, a algo más significativo que el anticuarismo.

Algunas conclusiones que saca el autor.

Edward Thompson, Carlo Ginzburg, Emmanuel Le Roy Ladurie y otros han logrado vencer con éxito los problemas apuntados. y han mostrado cómo la imaginación puede ayudar a la práctica académica en ampliar nuestra visión del pasado y mostraron zonas de la historia que podrían haber sido condenadas a permanecer en la oscuridad.

Los propósitos de la historia son variados, pero uno de ellos consiste en proporcionar a quienes la escriben o leen un sentimiento de identidad, una idea de procedencia. En el nivel superior nos encontraríamos con el papel representado por la historia en la formación de una identidad nacional, al ser parte de la cultura de la nación. La historia desde abajo puede desempeñar una función importante en este suceso recordándonos que nuestra identidad no ha sido formada simplemente por monarcas, primeros ministros y generales.

 La mayoría de quienes han escrito historia desde abajo aceptarían, en términos generales, la idea de que uno de los resultados de haber abordado las cuestiones de ese modo ha sido demostrar que los miembros de las clases inferiores fueron agentes cuyas acciones afectaron al mundo (a veces limitado) en que vivieron.

Nuestra observación Hnal habrá de ser, por tanto, que, por valiosa que pueda ser la historia desde abajo para ayudar a determinar la identidad de las clases inferiores, debería salir del gueto (o de la aldea rural, la calle de clase trabajadora, el tugurio o el bloque de vi­viendas) y ser utilizada para criticar, redefinir y robustecer la corriente principal de la historia.



 

La microhistoria

LA MICROHISTORIA COMO REFERENTE TEÓRICO- METODOLÓGICO. UN RECORRIDO POR SUSVERTIENTES Y DEBATES CONCEPTUALES

Ronen Man


La microhistoria y la reducción de escala. Ronen Man, “La microhistoria como referente teórico-metodológico.” En: Historia Actual Online. (30) (Invierno 2013): 167-173.  


El artículo hace una contribución historiográfica sobre la microhistoria como vertiente teórico epistemológica, de tal manera que la ubica en su contexto de surgimiento, recorre sus principales referentes e incursiona en sus lineamientos metodológicos y conceptuales.

La microhistoria no se planteaba crear un nuevo marco teórico, ni siquiera una escuela de pensamiento ya que incluso su caracterización como “corriente” fue cuestionada por sus mismos autores.

La microhistoria italiana se planteó como una respuesta a la crisis de los paradigmas hegemónicos en las ciencias sociales de mediados de la década de 1970, particularmente el estructuralismo y el materialismo marxista. Específicamente contra el modelo de paradigma hegemónico francés representados por la Escuela de los Annales, en particular contra su segunda etapa, la que fue dominante entre la segunda postguerra y los años ’70, dirigida por el modelo “braudeliano” inspirado en una historia con tendencia sociológica y estructuralista, ejemplificado en la metáfora de la “larga duración”. Así, frente al extremo demasiado acontecimental representado por un positivismo clásico que privilegiaba los hechos en sí mismos, se impuso el modelo “annalista” como un opuesto igualmente extremo, que privilegiaba los grandes procesos inmodificables y las grandes estructuras.

El microanálisis en general y la microhistoria en particular propusieron como una de las salidas a esta dualidad entre generalización y particularismo una especie de “vía intermedia” que pudiera superar este dualismo binario estancado.


Uno de los fundadores de la microhistoria, Carlo Ginzburg introduce su libro liminal El queso y los gusanos… con un manifiesto explícito de lo que esta tendencia propone y cuáles serían sus “enemigos” teóricos. Allí plantea que la microhistoria realiza un proceso constructivo de la investigación para acceder al conocimiento científico. Sus trabajos están basados en un constructivismo consciente, en el cual no caben premisas dadas de antemano, ni se aceptan ciertas evidencias epistemológicas tradicionales. Así, no hay una realidad que derive de la construcción interna realizada por el sujeto cognoscente, sino que el observador simplemente se dota de unos instrumentos para intentar representar lo más fielmente posible, algo que le es externo. A su vez la microhistoria se basa en una premisa anti escéptica. De hecho, el antiescepticismo es una de las apuestas cognoscitivas más específicas de esta tendencia teórica debido al importante papel que le asignan al racionalismo y al antirelativismo. Prima la creencia de que el análisis histórico de procesos microscópicos le permitiría a la historiografía adquirir una dimensión teórica propia, específica, no subalterna ni subsidiaria de las demás ciencias sociales hegemónicas. Se oponen al modelo tradicional “monográfico” francés que solamente recurría al estudio de casos específicos particulares para confirmar las tesis generales presentadas para los ámbitos de estudio generales, léase nacionales o globales.

De esta manera la microhistoria invierte el modo habitual de proceder del análisis histórico tradicional, que consistiría en partir de un contexto global para recién allí interpretar un texto particular. El análisis micro se atreve a partir a modo inductivo desde los aspectos particulares menores para luego dar cuenta de los aspectos generales. 

Pero aparece ante estas cuestiones un problema en torno al grado de representatividad cognoscitiva que la microhistoria puede aportar a la ciencia. Surge la pregunta de ¿cómo una muestra tan circunscripta puede llegar a generalizarse y decirnos algo sobre una realidad mayor? Ante esta disyuntiva Eduardo Grendi elaboró la definición de “excepcional-normal”, como un oxímoron epistemológico en el cual los márgenes de la sociedad, lo “anormal” y lo periférico pueden informarnos mucho incluso sobre el propio centro. Según este autor, exponente de la corriente, lo excepcional deviene normal y no trasciende sino sólo excepcionalmente debido a su propia normalidad. En este sentido es fundamental comprender a la excepción en términos cualitativos más que cuantitativamente.  Estas fuentes excepcionales actúan a la manera de los relatos de viajeros o de los etnólogos en sociedades ajenas, que toman nota y dan cuenta de todos los detalles, por más comunes y cotidianos que parezcan y que la gente del lugar no se molestaría en agendar e interpretar. 

Trabaja, claro, de forma indiciaria. Esto conlleva una discusión metodológica acerca de la factibilidad de realizar una historia sólo a base de indicios y fragmentos, esas parcialidades sólo nos permitirán arribar a resultados provisorios y plausibles y nunca definitorios. Por ello proponen que sus historias son parciales y provisorias, nunca concluyentes y taxativas. No se plantean trasmitir una Verdad, sino que explicitan y narran al lector la manera en que construyen sus proposiciones parciales, provisorias e hipotéticas.

Pero esto trae aparejado una nueva limitación que hay que tener en cuenta y es el problema del relativismo.

Son apenas casos aislados. Pero el contexto puede leerse de dos formas; a la manera funcionalista- determinista, en la cual lo particular queda explicado por lo general que lo contiene; o de la forma microhistórica, en la cual la reducción de escala de lo particular revela las incoherencias del contexto general. Hay una narrativa diferente, de comparación, pero no por eso es pura ficción. En este sentido los microhistoriadores comparten lo que Prosperi y Ginzburg esbozaron en la obra Juegos de paciencia en la cual desarrollan de una manera explícita toda la trastienda y los andamiajes de la investigación histórica realizando una comunicación directa y empática con los lectores potenciales, demostrando que proponen una retórica provisional en vez de una argumentación autoritaria y taxativa

En sus luchas contra las epistemologías estructuralistas los microhistoriadores intentan evaluar los niveles de libertad con que disponen los sujetos al interior del conjunto de reglas normativas que limitan sus acciones, por lo cual se preguntan en qué medida las elecciones de los sujetos son o no autónomas y racionales.

Así, toda acción social se considera como resultado de una transacción constante del individuo frente a una realidad normativa que, aunque sea omnipresente, permite no obstante posibilidades, si bien estrechas, de libertad personal en términos de autonomía relativa, al permitir movilizarse entre los intersticios de las contradicciones y las incongruencias inherentes de las estructuras normativas que los regulan.

Es justamente el quiebre de las certidumbres tradicionales asociada a la caída de los paradigmas teóricos hegemónicos la que ingresa la condición de posibilidad de los planteos deconstruccionistas asociados a los estudios locales, parciales y micro. 

Postulan de esta manera un modelo de racionalidad limitada: limitaciones devenidas por situaciones de incertidumbre, distintos niveles de preferencias, o por las reducidas capacidades de información disponible. A su vez proponen que las identidades son enigmáticas y cambiantes, las conciencias son de difícil apreciación, los comportamientos no son uniformes y no se puede tener una visión simplista o lineal, ya que los hombres son más complicados y ambiguos de los que a primera vista aparentan.

En oposición a las visiones continuistas de los funcionalistas, los microhistoriadores resaltan las contradicciones y conflictos suscitados por los sistemas de dominación, destacando más bien las fragmentaciones, contradicciones y las pluralidades de los puntos de vista que hacen a todos los sistemas fluidos y abiertos.

Contra los postulados del “giro lingüístico” y de los discursivistas (Hayden White, Lawrence Stone, Roland Barthes) el discurso narrativo histórico está fundado en pesquisas realizadas sobre hechos históricos concretos contrastables por el contexto, por las fuentes y por la documentación y no son necesariamente puro “texto” o “imaginación lingüística”.

Además los autores nos plantean otros dos riesgos en los que puede caer normalmente el estudio histórico; estos son el exceso de localismo y su opuesto la abstracción del generalismo.

La intención no es en sí misma analizar una localidad en particular, sino sobre todo estudiar determinados problemas generales EN una localidad específica, pero que puede ser cualquier espacio.

De esta idea deviene un axioma epistemológico: los hechos históricos son únicos, irrepetibles e irrecuperables en sí mismos, si bien deben ser factibles de realizárseles un análisis comparativo, nunca se repetirán hechos iguales en contextos históricos diferentes, ya que estarán determinados por condiciones sociales, políticas y culturales disímiles.

Si buscamos una idea que pueda servir de síntesis a la tendencia de la microhistoria diríamos que intenta “formular preguntas generales a objetos reducidos y formularlas de tal modo que esos objetos menudos, lejanos y extraños cobren una dimensión universal, sin dejar de ser a la vez irrepetibles y locales”; vemos una vez más como este oxímoron dialectico es el que sirve de guía a una tendencia que para algunos ya estaría en decadencia, mientras que para otros abrió caminos y senderos valiosos y vigentes para la disciplina histórica porvenir.