HISTORIA Y TEORÍA DE LA SOCIEDAD: DEL GIRO CULTURALISTA AL GIRO LINGÜÍSTICO
Miguel Ángel CABRERA ACOSTA
El objeto de este artículo es la evolución reciente de la teoría de la sociedad en el campo de los estudios históricos por la manera en que los historiadores conciben el funcionamiento de la sociedad, explican la conciencia y las acciones de los individuos e interpretan los cambios históricos.
Difícil por cercanía, porque la investigación histórica se ha expandido y diversificado, y porque el debate historiográfico se ha hecho cada vez más complejo y sofisticado.
El autor considera que se ha ido dibujando una nueva teoría de la sociedad.
Los antecedentes de la situación actual se encuentran en las condiciones creadas por la historia social y por las dos principales corrientes o “paradigmas dominantes de explicación” que la integran: el materialismo histórico y la escuela de Annales. Frente a esta historia comprensiva, descriptiva y factualista, los historiadores sociales erigieron un nuevo paradigma teórico basado en el concepto de sociedad, es decir, en el postulado de que la conciencia de los individuos no es una creación racional y autónoma, sino el reflejo subjetivo de sus condiciones sociales de existencia.
Como consecuencia de ello, el interés investigador se desplazó desde la política institucional y el ámbito de las ideas hacia los fenómenos económicos y sociales, al tiempo que los historiadores empezaron a conceptualizar la historia mediante un modelo dicotómico según el cual toda sociedad está constituida por una instancia objetiva (identificada, de manera general, con la esfera socioeconómica), que ostenta la primacía causal, y por una instancia subjetiva o cultural que deriva causalmente de aquélla.
La cultura ha adquirido, entonces, una creciente autonomía relativa, dejando de ser considerada meramente como un reflejo mental de lo material, como un epifenómeno o derivación funcional de la esfera socioeconómica, para convertirse en una instancia coproductora de las relaciones sociales y recreadora permanente de las condiciones estructurales.
La relación entre estructura y acción genera siempre un espacio de indeterminación y de contingencia que permite la intervención creadora de los individuos, una intervención creadora que es la que trata de captar, precisamente, conceptos como el thompsoniano de experiencia o los charterianos de representación y de producción individual de significado.
Por esta razón, el interés investigador se desplazó de nuevo, a partir especialmente de la década de 1970, esta vez desde el ser social al ser percibido, es decir, hacia la cultura.
Problema: Los historiadores socioculturales se oponen enérgicamente a cualquier restauración del concepto de sujeto racional (creador de la historia tradicional anterior, historia idealista) o a cualquier pretensión de conceder una autonomía absoluta a la cultura o a la política (dominando ésta). De este modo, la historia sociocultural se aleja ostensiblemente del objetivismo (que reduce las acciones a estructura), pero rechaza con igual vigor el subjetivismo (que reduce la estructura a acciones).
Esta evolución interna del paradigma teórico de la historia social ha afectado tanto a la variante marxista como a la annalista. Durante décadas, el debate historiográfico ha adoptado la forma de una tensión permanente entre objetivismo y subjetivismo, entre causalismo social y culturalismo, haciendo que todo debilitamiento de uno de los términos del binomio implicara, automáticamente, el fortalecimiento del otro
Tanto para los historiadores socioculturales como para los historiadores sociales clásicos, los conceptos mediante los cuales las personas captan el mundo son culturales, precisamente, porque son una interiorización, aunque sea simbólica, de ese mundo.
Pero se ha ido generando una nueva perspectiva que no tiene aún nombre ni definición clara. A este nuevo tipo de historia la denominaré aquí, a la espera de que sea acuñado un término más adecuado, simplemente como Nueva Historia.
El núcleo central y, a la vez, el punto de partida de esta reorientación teórica de la historia ha sido la puesta en duda de que el nexo existente entre realidad social y conciencia sea de carácter causal, y de que, por tanto, el comportamiento de los individuos esté determinado por su posición social o, en general, por sus condiciones sociales de existencia.
Las condiciones sociales imponen, sin duda, límites materiales a las acciones de los individuos (sean físicos, espaciales o de recursos), pero no tienen la capacidad de determinar sus conductas significativas, es decir, aquellas acciones emprendidas en función de los significados que se atribuyen a la realidad y al lugar que se ocupa en ella. En suma, que las condiciones sociales proporcionan a los individuos los medios materiales de sus acciones, pero no los conceptos y los significados en que dichas acciones se fundan.
Las condiciones sociales imponen, sin duda, límites materiales a las acciones de los individuos (sean físicos, espaciales o de recursos), pero no tienen la capacidad de determinar sus conductas significativas, es decir, aquellas acciones emprendidas en función de los significados que se atribuyen a la realidad y al lugar que se ocupa en ella. En suma, que las condiciones sociales proporcionan a los individuos los medios materiales de sus acciones, pero no los conceptos y los significados en que dichas acciones se fundan.
De este modo, la crisis de los conceptos de realidad objetiva y de causalidad social suscita la necesidad inmediata de formular una nueva teoría de la producción de significados, es decir, del origen de la conciencia.
El punto de partida de dicha teoría es la afirmación de que, según muestra la investigación histórica reciente, la realidad social no se incorpora por sí misma a la conciencia, sino que lo hace siempre a través de su conceptualización.
Según muestra la investigación histórica, todo nuevo fenómeno social es siempre aprehendido significativamente por los individuos mediante un cuerpo de conceptos que existe con anterioridad. De lo que se sigue que la realidad no genera sus propios significados a partir de cero, sino en interacción con el entramado de significados o marco interpretativo heredado del pasado.
Lo que la nueva historia sostiene, es que para analizar y dar cuenta de los procesos sociales es necesario establecer una clara distinción entre la noción convencional de lenguaje como medio de comunicación y la noción de lenguaje como patrón de significado y basar en esta segunda, y no en la primera, la teoría de la sociedad.
Es en este sentido en el que la nueva historia afirma que la realidad social es una construcción lingüística o discursiva. Esta afirmación no debe entenderse, por supuesto, en un sentido literal. Debe entenderse como que los significados de los hechos que constituyen la realidad no derivan de los propios hechos, sino que son el resultado de la aplicación a los mismos de unos criterios de clasificación que son suministrados por el marco discursivo vigente en cada momento histórico. El discurso no construye, obviamente, a la realidad social en sí, pero sí a la realidad social en tanto que entidad significativa u objetiva.
No son relaciones causales, sino históricamente y significativamente construidas.
Para la nueva historia, la identidad de los individuos no sería un reflejo de las condiciones sociales, ni su subjetividad el fruto de un acto de toma de conciencia. Identidad y subjetividad serían, más bien, el resultado de la mediación lingüística entre los individuos y su contexto social.
Es por eso que, a partir de ahora, la mera constatación de que, en una situación histórica dada, existe un nexo entre una identidad y un determinado referente social es un ejercicio puramente empírico y descriptivo, sin valor explicativo alguno. Por el contrario, lo que el análisis histórico habrá de explicar es cómo dicho nexo llegó a establecerse, en lugar de considerarlo como algo obvio o natural.
La conclusión a la que ha llegado la nueva historia es que las acciones de los individuos no están determinadas por sus condiciones sociales de existencia, sino, en todo caso, por el significado que éstas poseen dentro de una determinada matriz discursiva.
Expresado en términos algo más técnicos, diríamos, por tanto, que, en este punto, la premisa teórica central de la nueva historia es que las acciones de los individuos remiten causalmente a la mediación discursiva y no, como creía la historia social-sociocultural, al referente real.
Dilema crucial de la profesión histórica: ¿es sólo una arremetida idealista más contra la historia materialista o una auténtica ruptura teórica?