viernes, 6 de septiembre de 2024

LECTORES, REPRESENTACIONES Y PRÁCTICAS parte 1

(parte 2 aquí)

Roger Chartier


ESTRATEGIAS EDITORIALES Y LECTURAS POPULARES, 1530-1660


Si muchos no pueden leer directamente, sin mediación, la cultura de la mayoría está sin embargo profundamente penetrada por el libro, que impone sus normas nuevas, pero que autoriza también costumbres propias, libres, autónomas. Por eso hemos elegido atender a su difusión y a sus efectos, entrecruzando la historia de los objetos y la de las costumbres y confrontando estrategias de editores y tácticas de lectores.

Primero hay que definir qué se entiende por clases populares, y se encuentran identificados como «populares» los campesinos, los trabajadores y maestros de oficios, los comerciantes (y también los que se han retirado de la mercadería, designados con frecuencia como «burgueses»), Descubrir si estos hombres son habituales deI impreso no es cosa fácil, ni tampoco es posible hacerlo de manera sistemática más que en algunos parajes urbanos.

Se analizan inventario post-mortem en Amiens y se concluye que desde el primer siglo de su existencia, el libro impreso ampliamente mayoritario (en relación a los manuscritos) y no fue privilegio exclusivo de los notables, sino que afectó a una población de lectores, con algunas puntualizaciones, como que varía dramáticamente entre ocupaciones, y la cantidad pues más de 20 era algo ya muy inusual. Los datos parecen coincidir con la capacidad de firmar en otros estudios. Compara con París años después y con datos de compras a libreros (libros de cuentas de Grenoble).

Analizando por temáticas, los libros religiosos, en especial los libros de horas son los que dominan al punto que en ocasiones era el único libro que poseían. Le sigue la Leyenda Dorada y Biblias. En menor medida libros de oficios. Todos en versiones caras y baratas.

Otra limitación es que en los siglos XVI y XVII, más que antes sin duda, la relación con lo escrito no implica forzosamente una lectura individual, la lectura no entraría forzosamente la posesión y la frecuentación de lo impreso no implica forzosamente la del libro. Incluso puede haber posesión colectiva, lectura a viva voz en talleres y en el proceso del aprendizaje, así como en reuniones de carácter religioso, y acceso así más amplio que la mera propiedad podría sugerir y que podría permitir una lectura individual por el nivel de analfabetismo. Hay mayor uso de libros en actividades de aprendizaje colectivo en las ciudades afectadas por La Reforma. Por último, en las cofradías de festejos, sean de oficio o de barrio, se elaboran, circulan y se leen piezas impresas que acompañan los gestos festivos. Incluso durante el tiempo de carnaval, la cofradía Jovial de los obreros impresores edita pequeños librillos. Además de la lectura y comentarios durante los trabajos, aunque eran más de tradición oral. Hay poca evidencia de lecturas en veladas campesinas. Había textos religiosos cuya lectura a viva voz a un grupo permitía ganar indulgencias. Había una gran producción de imágenes y textos breves, en planchas propiedad de las cofradías, que pegaban en paredes de casas y otros establecimientos. Luego se divulgaron esas mismas formas e imágenes pero con motivos políticos, de diversión, satírica o moralizadora. Los proverbios de Laignet fue famosa. AIgunos ocasionales, vinculados a la actualidad política, repiten esa misma fórmula de impresión de una hoja sólo sobre su recto, lo cual permite pegarlos; por ejemplo, en 1642 Le Pourtraict de Monseigneur le cardinal de Richelieu sur son lit de parade, avec son épitaphe (detalle aquí).

Menos inmediatamente «populares», puesto que recurren exclusivamente al escrito, los grandes carteles pueden sin embargo alimentar la cultura de la mayoría: pegados sobre los muros de la ciudad, pueden ser leídos por los que saben a quienes no saben.

Los canards alimentan las imaginaciones ciudadanas con relatos donde la desmesura, sea la del desenfreno moral o del desorden de los elementos, y lo sobrenatural, milagroso o diabólico, rompen con lo corriente de lo cotidiano. Con tiradas muy grandes, los canards constituyen sin duda, junto con los almanaques, el primer conjunto de textos impresos en forma de folletos con destino a lectores más numerosos, y los más «populares», lo cual no significa que sus compradores fueran todos artesanos o comerciantes, ni que su lectura produjera efectos unánimes.

Nieolas Oudot edita a partir de 1602 libritos poco costosos, pronto designados como «libritos bleus [azules]», alusión al color, bien de su papel, bien de su tapa. Con 21 ediciones, las novelas de caballería constituyen cerca de la mitad de la producción. Segundo conjunto de textos impresos en forma de libritos baratos por Nicolas Oudot: las vidas de santos. Su hijo sigue ese camino y otros impresores también.

Los almanaques incluían contratos, que prevén las obligaciones de ambas partes: para el autor, la entrega del texto del almanaque todos los años, durante seis, ocho o diez años, y la obtención deI permiso de las autoridades eclesiásticas y civiles; para el impresor, el pago anual de una suma de dinero a la que puede unirse cierto número de ejemplares del almanaque. A mediados del siglo XVII es cuando la producción de los almanaques troyanos conoce su apogeo.

En el primer siglo de su existencia, la Bibliotheque bleue, almanaques incluidos, parece llegar esencialmente a un público ciudadano.

El vendedor ambulante de libros es por lo tanto una figura urbana, que ofrece juntamente libras ocasionales y piezas oficiales, almanaques y librillos bleus, panfletos y gacetas. No será hasta el siglo xviii cuando la venta ambulante salga fuera de las ciudades. Difundida sobre todo en la ciudad, la literatura bleue no es leída exclusivamente, sin duda, por la gente humilde urbana. Por su economía misma, el almanaque podía suscitar ese tipo de lectura plural, dando a leer un texto a quienes saben y signos o imágenes a descifrar a quienes no saben, informando a unos sobre el calendano de las justicias y de las ferias, a otros sobre eI tiempo que ha de hacer, diciendo, en su doble lenguaje de la figura y de! escrito, predicciones y horóscopos, preceptos y consejo. El almanaque parece el libro por excelencia de una sociedad todavía desigualmente familiarizada con el escrito donde, sin duda, existe una multiplicidad de relaciones con el impreso, de la lectura cursiva aI desciframiento balbuceante. La constatación vale, indudablemente, para los librillos bleus -en menor medida, sin embargo, dado que aquí el texto sólo va acompañado generalmente de escasas imágenes. Las ciudades se convierten en los islotes de una cultura distinta.

Las estrategias editoriales engendran, pues, de manera desconocida no una ampliación progresiva del público del libro, sino la constitución de sistemas de apreciación que clasifIcan culturalmente los productos de la imprenta, y, por consiguiente, fragmentan eI mercado entre unas clientelas supuestamente específicas y esbozan fronteras culturales inéditas.